UN LIBRO Y UNA ROSA

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Corro, corro, y corro. Basta, ya es suficiente tratar de hacer un trabajo en grupo y que no dejen de atosigarte con cómo es vivir sin saber qué color es realmente. Tener ojos dañados no significa ser un zoológico. Jadeando, doy unas últimas zancadas hasta llegar a la parte más alta, desde donde puedo ver gran parte de mi querido Seúl. Hacía tiempo que no subía hasta aquí, puesto que gran parte de mi adolescencia la sigo pasando con la nariz metida en un libro y entre cuatro paredes. Ya no recordaba lo que era cuando el aire fresco te hacía sentir tan ligera...

Demasiado fresco.

Me abrazo en un intento de protegerme de la brisa, ligera, pero que me cala en los huesos. Con una mano me coloco la montura de mis gafas, cuando percibo lo que notaría hasta un invidente; un chico. Me sobresalto en el acto y rezo para que no lo haya visto. ¿Estaba aquí cuando llegué? ¡¿Cómo no me di cuenta?! Carraspeo e intento que el pelinegro en cuestión no me vea ridícula por mis aspavientos, aunque sería un tanto injusto estando él sentado de piernas cruzadas en el suelo y mirada ausente. Parece reflexivo. Carraspeo de nuevo y recuesto mis codos en la baranda negra y brillante bajo mis narices. Tras musitar un tímido "hola" sin respuesta, decido mirar al frente, tanto por ocultar la rojez delatadora de mis mejillas, como por no saber qué hacer. ¿Qué se supone que debería hacer?

Es precisamente en ese instante en que me quedo inmersa en mis pensamientos, cuando el pelinegro silencioso y extraño se pone en pie, cabizbajo al tiempo que se deshace del polvo de su camiseta y la parte trasera de sus vaqueros, acto seguido, alza la cabeza con gesto despreocupado y finalmente me mira. Quedo asombrada al ver el marrón anaranjado de sus ojos, protegidos por un espeso abanico de pestañas, sus cejas también espesas. Seguro que él no se queja de sus ojos; pues sí gustan. Se queda mirándome fijamente, con semblante imperturbable. Cómo no.

Entonces hace algo que me deja perpleja; camina hasta situarse bajo la construcción similar a un portal de madera envejecida, abre una pequeña mochila y saca lo que parece ser un libro. El libro tiene una rosa por portada. Se acomoda la mochila, ahora vacía, a su espalda y me da una corta y casi imperceptible sonrisa antes de marcharse, dejándome con el libro en mis manos y un atardecer. Una nota me da la bienvenida en la primera página: "la vida es preciosa, y tú estás llena de ella. Feliz San Jordi".

23 de abrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora