Una visión

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Jacob era un rey de la antigua Livertia. Vivía entre la grandes comodidades de su reino, su palacio era el más bello que nadie se podría imaginar, la plata y el oro abundaba como agua de río.

Como cada tercer día él atendía a su pueblo ayudando a familias, poniendo orden sobre conflictos entre ciudadanos, entre otros labores de un rey. En los 6 años que estaba en el trono la gente nunca replicó ni quejó de Jacob; él era un hombre fiel y justo a su pueblo.

Era un día como cualquier otro, pero este día no fue considerado para él como ayer o mañana. En ese día un hombre temible entró por las puertas del palacio y se dirigió hacia el trono de Jacob. Caminaba apresurado, pero sigiloso como un ladrón profesional. Jacob que estaba sentado en su trono resolviendo un problema de suma importancia con su siervo más fiel Ulises, sintió una presencia extraña. 

—Entonces, ¿quieres que vaya a casa de Matías para una alianza? —preguntó Ulises.

—Claro que sí, necesito eso de manera urgente, así que si puedes ir ahora te lo agradecería.

—Sí, tus órdenes serán como las declaras. Ahora mismo me voy. Tomaré uno de tus caballos si no te importa.

—Toma el más veloz de ellos, regresa lo antes posible y si es conveniente de que envíes acá a un mensajero, hazlo.

Ulises se había retirado, las puertas se abrieron y ahí parado estaba aquel hombre misterioso. Jacob desde su trono lo vio y le otorgó pasar. El hombre caminaba lento, el báculo que llevaba en mano izquierda era lo único que se escuchaba cada vez que era golpeado en el suelo. Llegó al trono, Jacob lo vio fachoso, con una túnica que arrasaba hasta el suelo, una capa que también arrasaba el suelo y su rostro lo tenía cubierto; solo se podían visualizar los ojos.

—¿Qué es lo que se te ofrece? ¿Cuál es tu problema? —Preguntó Jacob.

—Jacob hijo de Gabriel, ¿por qué estás sentado en algo que a ti no te pertenece?

—¿Qué estás diciendo? —se levantó desconcertado— Yo soy tu rey y me he levantado para tomar tu caso de buena fe.

—Es claro que te has levantado por miedo de lo que he dicho, tu buena fe ha desaparecido hace años, los que te sirven lo hacen por temor, por dolor, por conveniencia e inclusive por odio. Tienen ojos para ver y no ven; tienen oído y no escuchan; poseen boca para hablar y callan.

—¿Quién eres tú para venir a decir eso? Tú no me conoces, mi gente me ama y está a gusto con mi liderazgo. Dime ya ha que has venido.

—La corona le pertenecía a tu hermano Mordecai que es el primogénito de tu padre.

—Todos saben que le pertenecía a él, pero yo he hecho justicia por el pueblo. Él se reveló contra mi padre, bebía mucho alcohol hasta perderse y le robaba al pueblo.

—¿Y por eso le arrebataste la vida? —preguntó enojado mientras se destapaba el rostro.

—Yo solo hice justicia por mi nación y por mi padre, Mordecai era una vergüenza para la familia y no era capaz de liderar a una gran nación.

—¡Eres un maldito! —gritó con ira— Disputaste una batalla en la que saliste victorioso, pero que no merecías ganar. ¡Yo te reprendo!

—No sé de qué hablas, pero te prohíbo que me hables en ese tono, tú no eres nadie para juzgar mis acciones.

Una tormenta llegaba a Livertia y un humo rodeaba por completo el palacio. Jacob se mostraba valiente, pero por dentro temblaba y poseía mucho miedo. Jacob se había enfrentado a tantos enemigos que los vencía en un abrir y cerrar de ojos, su presencia en cada batalla era seguro una grandiosa victoria, pero esta vez la batalla no podía ganar, no estaba preparado mentalmente para defender su nombre.

Habló el hombre a Jacob:

—Ciertamente tu gobierno perecerá, el pueblo se alzará en contra tuya. Tu nación ya no será tu nación, en tu casa se hará presente la tragedia y el sufrimiento, perderás más de lo que vale el dinero, lo más valioso te será arrebatado. Tu reino pasará por la hambruna y la pobreza, una terrible rebelión intentará derrocarte y tus enemigos te perseguirán por años. Alguien de tu cercanía te apuñalará por la espalda, ya no estarás seguro ni con tus propios soldados.

—¿Por qué me dices todo eso? —de la angustia y la preocupación cayó en su trono— ¿Qué... Qué es lo que eres tú? ¿Acaso eres un profeta, un brujo o vidente?

—Cuida de tus hijos y guíalos por el bien, ama a tu gente y no temas de mal alguno.

—¡Que cosas dices! —dudó de las palabras del sujeto— Largo de mi palacio y de mi ciudad, deja de hablar falacias, no eres más que un simple mentiroso, no dejaré que vuelvas a poner tus pies en mi reino.

—He venido de paso para advertirte lo que acontecerá, más por no creer en mis palabras sufrirás las consecuencias. Yo me voy de tu palacio y no volveré a estar en tu ciudad, clama a Dios para que tenga piedad de ti.

El hombre se fue del palacio y de la ciudad, Jacob no quiso hacer caso, se fue a dormir para dar comienzo a un nuevo día lleno de trabajo.



Jacob: el reino pereceráDonde viven las historias. Descúbrelo ahora