Sir Juan de Calaca llegó de nuevo a la tierra que lo vio nacer.
Las llanuras rojas de Calaca, con sus animales muertos poblando la vista, los cuales eran devorados por carroñeros, y los mismos eran acechados por otros depredadores que habitaban en sus frondosos árboles, a veces, la fértil tierra de Calaca sufría inundaciones, terremotos, tormentas, tormentas de arena provenientes del sur, y manadas de aves asesinas.
—Que pinchi hermoso es Calaca—inspiró el aire refrescante a muerto de su alrededor, producido con cariño por aquellos troncos rojizos, y sus hojas verdes, las cuales al masticarlas provocaban un salpullido horroroso en los labios. El Sol se hallaba oculto entre nubes blancas y benignas, nada de tormentas salidas de la nada.
El caballo y su relinchar nervioso lo devolvió a dejar de contemplar su alrededor. Le acarició con lentitud el cuello al enorme animal en un intento por calmar a tal bestia, pues un error y se quedaba sin su mayor inversión.
El motivo por el cual Sir Juan de Calaca partió de su hogar fue simple, el señor de la provincia recibió la ofensa de ser llamado come puercos por otro señor de otra bendita provincia, y tuvieron que resolverlo en el campo de batalla, no paso nada relevante, Juan asesinó: cómo siempre, a cuatro personas, sencillo, usando el peso de su caballo, su machete y su revólver (le aseguraban que las armas de fuego eran el futuro), solo por la inercia arrancaba el corazón y carne de aquellos desdichados que osaran entrometerse en su camino a la gloria.
Sir Juan anduvo al trote, palpando con monotonía el cuello de su animal, y de vez en vez, realizaba remolinos con la larga cabellera negra de aquel negro e imponente caballo, capaz de asesinar a un hombre con la suficiente velocidad, y al sumarse el aspecto del propio Juan, con ese sombrero de ala ancha que llevaba colgando de su cuello y que ocultaba su también ancha espalda, la pistolera que llevaba como cinturón y por donde colocaba las balas plateadas, y el machete sostenido en una vaina de su cintura. Parecía el Charro Negro que en sus días de niñez escuchaba de la boca de su madre.
Desde la llegada de aquellas cosas, pequeñas y pesadas como una espada, con esas armas que disparaban muerte, las armaduras que aprendió en su juventud a usar, fueron tachadas de obsoletas, y lo único que le quedaba de conocimiento útil de esas épocas era su uso del machete, las armaduras fueron desplazadas por ropa elegante, y el tronar de las espadas, por el fuego de los cañones.
—Mamadas —replicaba en su fuero interno, era la cosa que diría un cerebrito, ¡a ver qué tan obsoletas eran cuando estuvieran en un cuarto solos! Llevaba tiempo cargar esa arma, y llevaba tiempo recargar las demás, pero un buen machete o cualquier otra cosa que cortara. Podías usarlas de manera magistral sin recargar.
Incluso como proyectiles, como esa vez que defendieron una plaza en una guerra del bendito señor provinciano, y se quedaron sin balas, por ende, usaron las espadas de los atacantes, un bombardeo de sus propias armas, mientras ellos seguían al hijo del provinciano con la bendición del Señor.
Anduvo más por el camino de tierra sangrienta. Se detuvo para apreciar el cadáver de una bestia, destripada, con sus entrañas formando nubes y cuerdas en la tierra, manchando y aprisionando a las hierbas en contra del suelo, con sus ojos vidriosos, esas perlas moradas e inyectadas de sangre, ya oscura por el tiempo. Tenía piernas de chivo, y de cintura para arriba, un cuerpo de hombre, su cabeza portaba rasgos de un hombre hermoso, con un bigote fino y elegante y cejas pobladas, sin embargo, lo que más llamaba la atención. Eran sus dos enormes y obscenos cuernos que se doblaban sobre sí mismos. Se suponía que debía de tener tres cuernos, pero ya imaginaba que le ocurrió al tercero.
Juan buscó su machete, y una vez en su mano, lo clavó en la cabeza de la bestia, y después movió una de sus entrañas hasta escribir la inicial de su nombre. Daba suerte, y no estaba demás comprobar si se trataba de un cuerpo real. Retomó el camino, no quería meterle prisa a su caballo, demasiado cabalgar. Demasiada batalla le sentaba mal a cualquiera.

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Juan Calaca y la vez que estuvo en una revolución.
FantasíaUn veterano de guerra ha vuelto a su hogar, meses de luchas y cruentas batallase e incluso con eso. Nunca se imaginó lo que le aguarda en su casa. Nunca se imaginó lo que estaría por pasar en la Nación. En su desgraciada y ajetreada existencia, Jua...