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Eran las 10 de la mañana cuando se corrió el rumor de que Samanta había desaparecido. El ultimo rastro que había dejado a sus vecinos eran las luces prendidas de su casa durante la noche de ayer. Parecía no tener planes de salir a esas horas aun siendo sábado o primavera, y la idea de una escapada nocturna resultaba poco probable. La vieron asomarse a la ventana a eso de las 7. Bebía café.

Samanta era la hija de Fellingtel, debía quedarse a cargo de la casa mientras su padre estaba de viaje por negocios fuera del pueblo. No tenía madre. Tampoco pareja. No había nada raro con ella realmente. Nada que la destacara de nosotros, tal como los otro cuatro desaparecidos durante el último mes


Comencé a investigar los casos por mi cuenta cuando me vi en la necesidad de encontrar una respuesta que me permitiera dormir tranquilo. Sé que no está bien decirlo, pero leer "secuestro" en la conclusión de los reportes al menos me hubiera sosegado. No quería seguir encontrándome con esto de los desvanecimientos repentinos y un par de baños en extrañas condiciones.

Kevin Regel. Fue el primero en ser reportado. Su desaparición ocurrió en las mismas condiciones que el resto. En completa soledad. Veinticuatro años, repartidor de paquetes, la última vez que lo vieron fue entrado a su casa después del trabajo. Cuando la policía allanó su propiedad la encontró cerrada. No había rastros de huida, ni de secuestro, ni de lucha. Kevin simplemente, ya no estaba. Tomaron muestras, sacaron fotos, ocuparon su hogar durante veinticuatro horas para encontrar alguna pista que allí no había. Todo parecía estar en su sitio, ordenado, todo, menos el baño.

La policía obtuvo evidencia de que Kevin Regel había tomado un baño o estaba tomándolo en el momento de su desaparición. Su ropa doblada sobre el inodoro y su bañadera llena de agua ya fría cuando llegamos lo delataban. La escena simplemente desconcertó a los oficiales, pero más lo hizo conmigo cuando los desparecidos que se reportaron semanas después en el pueblo compartían aquella inusual similitud. Bañeras llenas de agua y sin rastro de quienes tomaron el baño.

Evidentemente, Samanta no fue la excepción. Llegué a su casa temprano el domingo y a duras penas me dejaron pasar. Mi relación con la policía era un tanto extraña. Pero supongo que mi ayuda siempre era bienvenida. Me había ganado cierta fama resolviendo este tipo de acertijos macabros.

El agente al mando en ese momento me enseñó el lugar. No había nada que no me esperase realmente. Solo fue un vago paseo por las habitaciones de los Fellingtel hasta llegar a lo que realmente me importaba encontrar.

- El baño, detective Owlin – dijo con su mano derecha enseñándome la puerta y con su izquierda sobre la porra

- Gracias, a partir de aquí puedo solo – le respondí y este se alejó sin siquiera verme para echar al reportero que se había colado en el salón buscando saciar a su prensa amarilla.

Allí estaba. Agua. Misma escena, distinta víctima. ¿Cómo ocurría realmente? ¿Acaso la bañera se los tragaba? Desde que investigaba el caso había poco a poco contraído el miedo de bañarme a solas. Sin embargo, lo hacía, porque así vivía. No mentiría si dijese que en cada ducha agudicé mis sentidos para escuchar si alguien entraba mientras me aseaba y la puerta se abría de un golpe y de alguna forma misteriosa me llevaban para que nadie me encontrase jamás. Pero claramente eso nunca sucedía porque allí estaba ahora, frente a una víctima de mis propios miedos.

Creí que mi reconocimiento de la habitación sería como el resto y volvería a mi despacho a quemarme los sesos por encontrarle un sentido a aquel enigma, pero esta vez fue distinto. Esta vez algo cambió. Samanta había dejado una pista.

Revisando su ropa sobre el inodoro noté algo arrugado en el bolsillo de su pantalón y metí la mano. Una nota de papel acarició a mis dedos. La saqué y leí, y luego de leer, no entendí que decía.

BalneumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora