Prólogo

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En el año 1.987, una alegre chica risueña de tan solo 11 años yacía en el suelo sentada con las piernas cruzadas, ayudando a su abuela de ya avanzada edad con su crucigrama de todos los días. Miraba atenta a todos los movimientos de su abuela preferida, ella le había enseñado todo lo que sabía de la vida hasta ahora. Decía muchas cosas sabias, aunque su mente aún no terminaba de comprender todos los dichos que salían de la boca de la anciana. Igualmente, su abuela Madeline decía que los comprendería cuando sea más grande y ella no podía estar más ansiosa por ello.

-"Nombre de famoso cantante ya fallecido denominado El Rey" -citó Madeline.- 5 letras. Cariño, tú sabes esta. -dijo animandola a que contestara aunque obviamente, ella también sabía la respuesta.

-¡Elvis! -gritó riendo y ganandose una sonrisa por parte de su abuela.

-Muy bien -le dijo- Te quiero mucho. Sabes eso Lizzy, ¿cierto?

-Claro que si, abuela Maddie -dijo sonriendo-. Yo también te quiero mucho.

-¿Sabes? Toda mi herencia quedará para tí algún día, Elizabeth. Yo se que cuidarás bien de todas mis posesiones y bienes -dijo con una cálida sonrisa dirigida hacia la pequeña niña que la observaba con los ojos bien abiertos desde el lugar en donde estaba sentada.

La pequeña Lizzy se deslumbró al imaginarse que en un futuro podría estar usando todo el guardarropa de su abuela, el cual ella adoraba. Madeline le decía que eran cosas finas, con estilo y delicadas que podrían seguirse usando por muchos años más. También le había dicho una vez que cuando creciera, ella tenía que ser como sus prendas. Hermosa, delicada y extravagante a la vista de las personas, pero por dentro fuerte, segura y decidida. Aquello era algo que Elizabeth no pensaba olvidar y que quería cumplir. Su abuela Maddie era la persona que más quería, que la entendía y ayudaba con todo lo que necesitaba.


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En ese momento corrió a abrazar a su abuela, asintió y luego volvió a su lugar para continuar con el crucigrama...

{...}

2 años después, Elizabeth se encontraba en el cementerio con familiares y amigos de su abuela Maddie. Ésta había fallecido hace 3 días. La habían encontrado muerta en su casa y las causas todavía no estaban aseguradas.

Lloraba. Lloraba como si no hubiera mañana y no pensaba dejar de hacerlo pronto. ¿Cómo seguiría sin los consejos de su abuela?, ¿sin sus palabras raras y dichos extraños?, ¿sin sus abrazos?

¿Cómo seguiría ahora?

Esa era una pregunta vaga que recorría la mente de Elizabeth en esos momentos. Y es ahí cuando recordó todo lo que su abuela le había enseñado. Pensó en todos esos años que pasó escuchando sus anécdotas, frases, consejos de vida y demás, y ahí es cuando se dió cuenta de que la estaba preparando. La preparaba para este momento, para el momento en que ella no esté más y Lizzy tuviera que afrontar una vida sin una abuela que la esté cuidando en todo momento.

Su abuela Maddie le había dicho que tenía que ser fuerte aunque por dentro esté más que destrozada, entonces Lizzy se dijo a sí misma que comenzaría a cumplir con sus promesas, a poner en práctica todo lo aprendido en estos años. Por su abuela, por su persona favorita en el mundo, ya que ella así lo habría querido.

Se secó las lágrimas que corrían por su mejilla con una manga del buzo que llevaba en ese momento y miró con nostalgia y expresión seria como lentamente la tierra ocultaba el ataúd que contenía lo que alguna vez había sido un ser vivo, los restos de lo que algua vez había sido Madeline...

CarmenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora