Capítulo 1

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Claire no sabía qué la había impulsado a llamarlo. Sin duda, él iba a pensar que aquello no era más que una tontería. Y tendría una nueva razón para continuar tratándola como a una chiquilla. Pero su propia foto pegada en la lápida, aquellas palabras escritas en esta, y él observándolas de pie, le hacían sentir una melancolía triste y descarnada que ya no se veía capaz de soportar noche tras noche.

Quizá él podría conjurar todos sus demonios, deseó angustiada con todas sus fuerzas. Aunque fuera a costa de debilitar, aún más, su endeble amistad. Sin tan sólo la amara, si la amara tanto como ella lo amaba a él...

Suspiró abatida, mientras el teléfono inundaba su oído con un tono de llamada, dos, tres... ¿Pero en qué estaba pensando? Él ni siquiera iba a responder al ver un número que ni tan sólo conocía.

«¿Dígame?», escuchó, de súbito. Y casi se le cayó el teléfono de la mano cogida por sorpresa, debido a la emoción que inundó su corazón como un tsunami.

—Hola, Leon —tan sólo se vio capaz de saludar con voz insegura.

«¿Claire? ¿Eres tú? ¿Desde dónde me llamas?», escuchó la voz atónita y suspicaz del agente, una vez más.

—Este es mi número de teléfono particular, no el del trabajo —afirmó, ya más tranquila.

Escuchar aquella voz serena y calmada logró convertir en un mar tranquilo el vendaval en el que su corazón se había sumido.

—¿Podemos vernos esta noche? —preguntó sin rodeos.

Sabía que él era un hombre muy ocupado, demasiado.

Del otro lado, tan sólo hubo silencio.

—Me dijiste que creías que iba a invitarte a cenar, ¿no es así? —insistió con el corazón en un puño—. Quiero hacerlo.

En aquel momento, se sintió la mujer más osada, y también más loca, que estaba pisando la faz de la Tierra.

—Mira, Claire... No voy a cambiar mi decisión con respecto al chip. Así que, mejor, nos ahorramos tus recriminaciones y tus reproches. ¿No te parece?—, él respondió por fin con frialdad.

Era hora de poner con valor las cartas sobre la mesa.

—Te necesito, Leon —confesó con voz desesperada.

—¿A mí? ¿En qué lío te has metido esta vez? —la acusó exasperado.

—No es un lío de los que tú imaginas. ¿Podrás... podrás cenar conmigo esta noche, por favor? —le rogó dando rienda suelta a toda la angustia que sentía.

Si hubiese podido ver el rostro del agente en aquel mismo instante, habría comprobado la enorme inquietud, e incluso la angustia, que se adueñó de él. Sin embargo, su voz no lo delató.

—Prometo que no te importunaré con el tema del chip —le aseguró insistente.

—Ese no es el punto, Claire. Las cenas entre amigos son para compartir buenos momentos, no para intentar evitar a toda costa conversaciones que pueden mandar una amistad al infierno. Dime lo que quieres, si es por trabajo, y no le demos más vueltas.

La pelirroja tragó con tanta fuerza, que casi se atragantó.

—No, Leon, no es por trabajo. Te necesito.

Definitivamente, se había vuelto loca de remate, se aseguró para sus adentros. Y el silencio que hubo del otro lado así se lo confirmó.

—Dime hora y lugar. Y allí estaré —él pidió con voz firme.

—En un rato te haré llegar la ubicación. ¿Te parece bien a las ocho? —preguntó fingiendo no estar a punto de derrumbarse.

—A las ocho. Debo dejarte.

—Claro. Hasta luego —se despidió.

Menos mal que el enorme temblor de su mano no emitía ningún sonido que la delatase.

—Adiós.

«No puedo creerlo, lo he hecho», se dijo eufórica y atemorizada sintiéndose como si, de verdad, hubiese enloquecido.

Por fin, por fin iba a hacerle aquella pregunta surrealista que la atormentaba: «¿Quién es la mujer a quien van dedicadas las palabras de la lápida?».

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