único

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Desde niño he tenido una educación religiosa, tanto en casa como en el colegio. Mi familia es católica y siempre se encargaron de inculcarnos a mi hermano y a mi los valores de la biblia, tales como la compasión, el respeto y el amor al prójimo. Esto generó una enorme contradicción en mi cabeza, porque a pesar de haber sido criado con aquellas enseñanzas tan valiosas, mis padres trataron de hacernos entender que "la homosexualidad es antinatural" y que nuestro propósito era formar una familia con una mujer fértil para continuar con el legado familiar.

Nunca fueron abusivos con nosotros ni nos levantaron la mano como lo hacían los padres de mis compañeros, sin embargo por momentos el fanatismo religioso que atravesaba a mis progenitores se volvía insostenible para nosotros.

Durante mi adolescencia, pese a tener ideas rebeldes, nunca quise contradecir a mis padres, y es que ¿cómo podría? ellos me dieron todo; protección, amor y educación. Tenía que ser agradecido y acatar sus órdenes aunque eso significara dejar atrás mis propios deseos. Tampoco quería arruinar el dulce y pacífico mundo que nuestros padres habían creado con tanto esfuerzo para nosotros, un hogar cálido sin una pizca de maldad y corrupción, o eso quisimos creer.

Cuando cumplí 21 años salí al mundo laboral y tomé la decisión de independizarme yéndome lejos del hogar en el que crecí. Mi hermano y mi madre lucían tristes por mi partida, aunque en el fondo sabía que al primero le alegraba mi valentía. Él era como yo; un "desviado", una "aberración". Nunca nos atrevimos a hablar sobre nuestros gustos sexuales, estábamos aterrados de tan solo pronunciarlo en voz alta. Sin embargo, nuestras miradas transmitían todo aquello que no nos animábamos a contar, así fue como nos apoyamos entre los dos, de manera implícita para no levantar la más mínima sospecha.

Al principio estar lejos de mi familia me supuso un desafío, no voy a mentir, pero por primera vez en mucho tiempo me sentí liviano sin la carga de estar ocultando tras la puerta mi verdadero ser. Ahora podía vestir y hablar como quería, ya nadie iba a estar detrás de mi vigilándome la nuca. Más allá de todo el dolor que me provocaron las palabras de mis padres, supe sacar lo mejor de la religión, pues aún creía en Dios y su amor, que me alentó a no dejar de lado mi fe a pesar de las malas experiencias.

Cuando encontré una iglesia cerca de mi nuevo hogar me sentí aliviado puesto que todavía existía en mi alma la necesidad de estar cerca de un lugar sagrado, se había convertido en una costumbre para mi.
Era una iglesia hermosa y grande pero lo que más inquietaba a mi corazón era el cura que daba la misa los fines de semana. Era un hombre imponente de ojos profundos, con una forma de expresarse que me ponía de rodillas. Cada vez que el padre Minho pronunciaba la palabra de Dios, mi mente se llenaba de pensamientos indecorosos para nada dignos de un buen católico.

Al dejar mi antigua vida experimenté todo lo que no pude cuando aún estaba bajo el ala de mis padres y me entregué a los vicios mundanos, conociendo hombres hermosos que me enseñaron a disfrutar lo que tanto había reprimido. Pero esta vez, lo que sentía por el cura era totalmente distinto, era lujuria y devoción al mismo tiempo.

A medida que pasaban los días mi mente se volvía más retorcida; ya no asistía a la iglesia para conectar con mi fe y sentirme cerca de Dios, sino que lo hacía para ver al hombre que me quitaba el aliento cada vez que aparecía frente al altar para iniciar la misa. Sabía que estaba mal sentirme así por alguien que había decidido entregarse a la religión, sabía que estaba pecando al no querer pedirle perdón a Dios por mis pensamientos corruptos, y es que en el fondo no creía que fuera algo tan incorrecto. Si se sentía tan bien, ¿por qué debía disculparme? Al fin y al cabo no le estaba haciendo daño a nadie, solo lo admiraba desde la lejanía de los bancos y lo desnudaba en mi mente, saciando la cruda necesidad que borboteaba en mis entrañas.

forbidden act || minsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora