Era el primer año en que me iba a estudiar a La Plata. Lleno de sentimientos por irme de la normalidad que llevaba mi vida y llegar a un lugar desconocido con el peso de tener que formar nuevos amigos, vivir en una nueva casa en una ciudad lejos de todo con lo que fui feliz, sentir que debería empezar de cero (...) pero ni siquiera el encontrarme frente a la inmensidad del mundo, el ser minúsculo en esta nueva realidad que me sucedía, nada ejercía en mi algo siquiera cercano a la impronta que dejó esa mujer.
Primer viaje de vuelta a Cutral-có. Subo al colectivo y me siento del lado de la ventana -siempre ese lado tiene un poco mas de magia- pero no paso mucho tiempo hasta que llego una chica, no demasiado llamativa pero sí lo suficiente como para hacerse notar. Le tocaba el asiento del pasillo y gentilmente me pidió cambiar. Accedí y me sorprendí cuando al instante de sentarse, saco un libro, escribió "Te amo" en una de las hojas vacías y mientras lloraba lo puso contra la ventana. Se estaba despidiendo de un muchacho. No sé quien era -ni ella, ni el- por cuanto se separarían, por qué viajaba -¿Ella o yo?-. Lo que sí creo haber entendido es lo que sentía la chica que estaba sentada a mi lado. Estaba angustiada, no quería dejarlo, no sabía cuando iba a volver a verlo, no era un viaje feliz.
Partió el colectivo, ella no dejo de saludar sino hasta que la angustia se volvió nostalgia, esto al ver la ciudad, como si extrañar fuera algo propio de su vida y que el cambio solo se reflejara en ese quién o qué al que le debe tal sentimiento. Sollozo unos segundos más entrando en la ruta, pero no le bastó más que frotarse la cara con un pañuelo, hacer un gesto golpeando sus rodillas como si dijera "Bueno, ¡Basta!", y así como si nada cambio totalmente. Era otra persona, la vi sorprendido, a lo que ella se dio cuenta y me sonrió. ¿Está bien si admito que me encanto?. Quiero decir, que facilidad por esconder los sentimientos atrás de una sonrisa tan hermosa, como si pudiera cambiar el mundo. ¡Pausa!, ¡Qué manera de ser meloso y pesimista en una misma frase! y es que ¿Estoy pensando lo que escribo? La verdad es que no, claro ejemplo es como comencé a divagar por una frase, pero sorprende como estoy diciendo tantas cosas que no creo realmente. No admiro el poder esconder los sentimientos, tampoco creo que una persona sea impotente frente al mundo y hasta me parece imposible que una persona pueda saber con exactitud lo que siente el otro. Bueno, frente a esto último tengo mis dudas y es que durante unos momentos la entendí, supe lo que sentía porque yo sentí lo mismo alguna vez. ¿O es que solo me refleje en un otro para compartir mi pena? No sé, tampoco me importa por ahora, y es que durante unos segundos me sentí acompañado. Mejor aún, durante 16 horas me sentí pertenecer.
Veinte minutos después de haber salido de La Plata nos trajeron la cena fría, fui al baño antes de empezar a comer y cuando volví a sentarme vi la típica bandeja de plástico blando separada en cuatro agujeros para que no se ensucie todo con ese arroz pastoso escondido en dos fetas de jamón y una de queso.
-Es tan feo como se ve, ni te gastes - Dijo ella con gracia por mi expresión de desagrado.
- Si, ¿No? Todo bien, espero hasta que traigan la lasagna - Bromeé y se rió nuevamente, en ese viaje no daban comida caliente ni mucho menos comida rica.
Luego de eso ella se presento, hice lo propio y siguió una charla tanto ligera como entretenida. Hablamos sobre lo que ella estudiaba, sobre lo que estudiaba yo, bromeamos sobre la película mersa que reprodujeron en ese momento, y sobre lo que al otro le gustaba o no, generando tantas coincidencias como para que produjeran una confianza mutua en la cual el dormir durante el viaje sea más ameno.
Lo que me incomoda ahora, habiendo pasado tantos años desde que lo viví, es que no recuerdo su nombre. Tres años no es poco, lo entiendo -¿Por qué vengo a recordar algo que paso hace tanto?- pero me entra la duda de si en algún momento la escuche, si en algún momento supe su nombre, y es que no soy de darle importancia a esas cosas sino mas bien a los sucesos en sí, pero esta vez me surge una necesidad irrefrenable de titular ese viaje, esa parte de un año devastador. -¿Que tanta importancia merecen los títulos?-.
Coincidiendo en el hambre que nos quedo, solo teniendo para saciarla una botella de agua, dos tabletas de chicles y una charla entre desconocidos que gratamente resulto interesante, nos quedamos dormidos. Desperté en la mitad de la noche, seguíamos viajando y antes de que la contractura que genera dormir en esos asientos, me permitiese mover la cabeza para dejar de ver el techo, siento como mi compañera intrigante dejaba algo en mis piernas. Un sanguche, la veo comiendo otro igual, feliz nuevamente; y no me malentiendas, lo digo como eufemismo, ya que nunca deje de dudar sobre lo que en verdad pensaba y sentía detrás de esa sonrisa.
-Frenamos en una estación de servicio y me dejaron bajar a comprar. Aprovecha, están re buenos.- Eso dijo ella y durante un segundo quede estático pero es que, ¿Quien hace algo así por un extraño? Quiero creer que hay más personas como esa mujer porque me parece que un gesto tan simple puede convertirse en el más grande, por ejemplo, en alguien que en ese momento se siente desamparado. Y es hasta gracioso porque yo no me sentía así y de igual manera fue uno de los gestos más lindos que tuvo una persona conmigo. Quizás tendría que haber dicho todo esto, quizás hice bien en solo agradecerle y tratar de devolverle la plata que gasto -se negó- para luego seguir conversando. Pero hay algo que hoy tengo claro y es que en la simpleza de los gestos se refleja la grandeza de las personas. Una mujer así vale la pena, no por el sanguche sino porque el que tenga gestos lindos con un extraño me hace pensar que, si esa mujer te ama, te entrega el mundo o hasta sus lágrimas.
No nos dimos cuenta el hambre que teníamos sino hasta que era muy tarde como para poder disfrutar la comida, pero quedamos satisfechos y liberados como para hacer algo mas, ya no conversar, sino leer un momento hasta recobrar el sueño. Ella leía “El amor en tiempos de cólera” de Gabriel García Márquez, yo la verdad no me acuerdo que tenia entre las manos y es que pasaba hojas por automatismo mientras pensaba en otra persona.
Me desperté cerca de las nueve de la mañana, ella dormía y empezó a acercarse el mozo que traía el desayuno. Siempre me da cierta incomodidad ese momento en que uno tiene que despertar a alguien, ¿Por qué arrancarte de un momento tan placido?. Le agarre la mano y moviéndola un poco dije.
-Buen día, ¿Desayunamos?
-Buen día, lindo. ¿Cómo dormiste?- Contesto como si estuviera mas despierta que yo y con una ternura intrigante y seductora.
-Bien, me duele un poco la espalda pero ya falta menos para llegar. ¿Vos? (…)
A cada hora se volvía más difícil ocultar la sonrisa frente a ella hasta que llego un momento en que el quedarnos sin ganas de hablar fue como un milagro porque metió la mano en su mochila, me prestó un auricular, se puso el otro y apoyo la cabeza en mi hombro mientras buscaba música en su teléfono.
-Esto te va a gustar. – Afirmo y no sé qué música era pero sí, me gusto. Un tanto mas me gusto la paz que generó en ese momento y como cerré los ojos cual reflejo de lo bien acogido que me sentí junto a ella. Faltaban poco más de dos horas de viaje, no nos soltamos pero tampoco nos dormimos, y sería egoísta, un tanto mentiroso, el decir que fui del todo feliz. No podía dejar de pensar en lo cómodo que estaba en la calidez de ese momento, pero siempre con la presencia del martirio de la finitud. Hoy puedo parafrasear a Sigmund Freud, cuando en su texto “Lo perecedero” explaya la manera en que justamente por la finitud que invoca, es que lo perecedero cobra un sobrevalor.
Como despedirse de alguien que se postuló en tan poco tiempo como una persona significativa. Con el texto antes nombrado podría decir que mediante el hastío del mundo, y me irrito al recordar que fue la manera en que me planté. No sé su nombre, no me acuerdo su cara, no sé que vestía, tampoco la música que escuchamos. Pero sí sé que el abrazo que me dio antes de irse fue el segundo abrazo más lindo que recibí en mi vida. No fue de esos irreales que describen tantas veces como “abrazos que te hacen volar”, sino que este me volvió a la realidad, me hizo saber que hay personar interesantes, buenas, atentas y sensuales. Me hizo querer ser así y saber que siempre estamos en una batalla constante, todos, pero no por eso tenemos que menospreciar a quien tenemos al lado, sea un familiar o mero desconocido, ¿Por qué no ayudarlo a cambiar? Quizás ese cambio implique el nacimiento de un cariño reciproco que haga más ameno un viaje de 16 horas rodeado de desconocidos. Aquella desconocida me aclaro eso y que aunque no tengo claro si se puede saber con exactitud que siente el otro, comprender y prestar el hombro para escuchar un poco de música es un tipo diferente de intimidad.
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Primer vuelta a casa
Short StoryFrente al sufrimiento de un año debastador, aparece una desconocida que da sentido al camino.