Seis

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La semana pasó más rápido de lo que me habría gustado y justo ahora me encontraba a un pie en la entrada de la escuela.

Porque a Isaac se le ocurrió despertarme a las seis y media de la madrugada para reunirnos en la entrada, según porque los profesores se sorprenderían al vernos ser los primeros, porque siempre llegábamos tarde.

Comenzaba a desesperarme porque no lo veía por ningún lado, así que decidí enviarle un mensaje.

—¿Tú? —escuché a alguien hablarme y levanté la mirada, guardando mi teléfono en mi bolsa para ver de quien se trataba—, ¿qué haces aquí?

Era.

¿Jeal?

El bully de nuestro... ¿salón?

Como era que... había cambiado tanto. Hasta podría decir que era otro y se veía... guapo, muy, muy apuesto ¿pero qué fue lo que le pasó?

Según recordaba era alto, pelo corto al ras de la cabeza, insípido y desaliñado, ropa enorme y desgarbada. Siempre cargaba cadenas largas y brazaletes, dos zarcillos en las orejas, pero ahora ¡wow! Vestía ropa de su tamaño, su cuerpo anteriormente regordete ahora era delgado y musculoso, comenzando por los brazos que era donde más se notaba, había dejado crecer su cabello y ya no traía nada de collares o brazaletes, solo uno de los zarcillos en forma de daga y cruz que le quedaba perfecto con su nuevo look.

¿Realmente era él o tal vez un hermano o un clon perfeccionado?

Debía verificarlo.

—Lo mismo que tú —respondí, sin muchas ganas de conversar.

Su boca formó una risa ladina.

—No has perdido los modales.

Puse los ojos en blanco, era el mismo idiota de siempre.

—Te veo diferente —murmuró.

—Sí, todos cambiamos.

—Pero tú te excediste. —Mira quien lo dice—. Te vez diferente a lo que recordaba, empeoraste.

Mi boca se abrió sorprendida.

—¿Y eso a ti qué? —respondí enfadada.

—No te erices —sus ojos me recorrieron de arriba, abajo y con una mueca de disgusto dijo—, feúcha.

Fue un golpe directo a mi ego.

Nadie en toda mi vida me había llamado fea y que un tipo como él se atreviera, me puso mal y no podía dejarlo pasar así como así.

Levanté mi mano para abofetearlo, pero la detuvo antes de tocarlo.

—No quieres verme enojado, así que te recomiendo que no lo intentes —respondió con una sonrisa altanera y yo apreté los dientes por el coraje de no poder ponerlo en su lugar—, y la lapa ¿dónde está?

¿Lapa?

Cuando vio mi gesto de confusión agregó.

—Tu adorno, tu perro faldero.

Ah ya.

—No te importa y no lo llames así.

—¿Oh qué? Lo llamo por lo que es.

—¿Y tú? Te has visto —respondí enojada—. Ahora entiendo tu falta de amigos. Quien querría juntarse con un imbécil.

Su gesto se tornó irritado.

—Crees que necesito a estúpidos y debiluchos que solo buscan atención como tu lapa.

Sentí mi sangre hervir, quien se creía este tipo.

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⏰ Última actualización: May 05 ⏰

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