Único

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Abre sus ojos y la luz lo ciega. Odia esa sensación de tener que levantarse, y no es exactamente eso, lo que le molesta es abrir los ojos una vez más, estar vivo un día más es su peor castigo.

En un amago de que los rayos del sol no lastimen mucho su vista, entrecierra los ojos y mira la habitación.

La estancia, llena de luz natural, está vacía a excepción de los muebles que la decoran, pero no hay más. No hay productos de belleza en el tocador, tampoco lápices de colores en los muebles, ni una pequeña cuna más cerca de la cama. Su vida parece tan vacía como su habitación, tiene lo necesario pero no lo que lo motivaría a levantarse cada mañana.

Cuando ya no siente esa molestia visual, abre los ojos un poco más y se enfoca en lo que está a su izquierda. Las líneas de las persianas se traspasan a su cama y se notan en el espacio que está vacío. Esa almohada le perteneció a un ser querido y no puede hacer más que acariciarla como si alguien estuviera ahí.

Está siendo muy melodramático y lamentable, borra cualquier sentimiento de melancolía con un insulto para sí mismo y se levanta de la cama. Otra cosa que odia es su parte humana, esa que es capaz de sentir y la que se deja llevar por, según él, estupideces.

En la ducha, se enfoca en que está sea una de las más rápidas que se haya dado, porque no quiere hacer la típica escena de pensar bajo la regadera, eso lo ha hecho mucho y ya no quiere rememorar el pasado. No porque le da miedo lastimarse, es que ya conoce esa manera cansina de autodestruirse.

Después de vestirse, arregla su habitación y va al recibidor de la entrada. No suele desayunar y hoy no será a excepción, su cuerpo aprendió a sostenerse a base de café y tabaco. Toma sus cosas y sale de la casa.

En el camino, el viento fresco le golpea en la cara y le enfría los dedos. Ya conoce las vistas, ha pasado muchas veces por las mismas calles. Nota como la primavera cambia hasta las personas, están más alegres e irradian una luz que le hace querer vomitar.

Llega a comisaría mirando que su reloj marca 7:35, como siempre, es uno de los primeros en llegar, y vaya si marca tarjeta temprano, siempre una hora antes de su hora establecida.

(...)

El día transcurre en base de cafés y porrazos. Cada que es necesario reorganiza a la malla, también completa el personal para los atracos. Considera que las escaleras para llegar a su despacho se hacían pesadas por tanto subir y bajar.

Su lúgubre oficina también deja que desear de lo que uno esperaría de un espacio policial. No tiene fotos familiares, tampoco recuerdos ni parecido. Solo una maqueta de un velero que le regalaron hace tiempo y él le ve más utilidad de pisa papeles que de otra cosa. Solo esta lo que necesita: un cenicero con colillas del día, una lámpara que no funciona bien, bolígrafos acomodados en un tarro, unos vasos de papel con residuos de café y una pequeña pila de papeles.

No tiene prisa para terminar su turno así que empieza a revisar los documentos que tiene más cerca. Después de leer un rato, toma un bolígrafo y empieza a subrayar errores y detalles importantes.

En medio de la lectura, tocan la puerta dos veces y alguien entra sin autorización previa, vuelve a cerrar la puerta. Conway levanta la mirada esperando que el "intruso" le diga que quiere.

—Priviet Conway— el ruso mira fijamente los papeles que tiene en las manos, como si los estuviera leyendo. Camina hasta atrás del escritorio, se agacha lo suficiente para dejar un beso en los labios de Jack. Se da media vuelta y se sienta en el sofá de la derecha.

El cuerpo del mayor está inmóvil y su cabeza hecha un caos. Por cinco segundos, palabras mal sonantes quieren recriminar al comisario por este abuso de confianza, pero recuerda que no es la primera vez que lo hace.

Un Día Más || Volkway +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora