Capítulo Uno

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En la cama.

Steven podía sentir derramarse lentamente las toxinas por su corriente sanguínea, negras partículas dentadas que rodaban en una corriente submarina a cámara lenta, arrancando a su paso tejido blando. Si cerraba los ojos en la oscura habitación, podía ver una foto de libro de ciencias de su mapa sanguíneo. Sangre, no viscoso líquido rojo, sino miles de millones de corpúsculos completamente reactivados al vivo calor de un hogar, disputándose a codazos la posición en una carrera al corazón que los amaría y los bombearía hacia abajo, a los pulmones, en busca de ese buen, buen oxígeno. El corazón quería que vivieran y eso jaleaba a su equipo con el inquebrantable, permanente amor sin fin de los padres televisivos.

Pero a caballo de sus corpúsculos, brincando a ellos desde la pared de su estómago y por las rápidas espirales grises de sus intestinos, importandole una mierda lo que quisiera su corazón, la carbonilla de las comidas catabolizadas de mamá se le apelotonaba en carne, grasa y cartílago.

D

e espaldas en el montón de mugrienta ropa de cama, podía sentir atascarse con esa porquería los miles de sistemas de su cuerpo.

Se puso de lado y miró la ciudad a las tres de la madrugada a través de una ventana sin cortinas. No funcionó. En la fría habitación destartalada, sobre la estrecha cama encastrada en la escasa protección de un rincón, aún podía sentir como se deterioraba su cuerpo.

Rabió de impotencia. Ella lo forzaba a tragar su mierda de comida día tras día y él no podía evitarlo. Quería hacerlo. Quería atarla con las piernas abiertas y darle al martillo, después largarse a la calle y no volver nunca. Pero no podía.

En las largas noches antes del sueño, la televisión no tenía piedad. Le enseñaba como era el mundo. Le enseñaba cuanto tenía la gente ahí afuera. Había salido a verlo por sí mismo, desde luego, en la ciudad, y se había paseado. Pero era demasiado aterrador permanecer afuera demasiado tiempo. Él no era como la gente de la calle. Vivían de manera tan idílica. Sabían qué hacer para ser felices y lo hacían sin siquiera tener que pensarlo. Y la televisión emitía esas vidas a su cabeza como sueños.

Atravesado en la tarima desnuda, en un pedazo de malsana luz naranja, Perro yacía durmiendo, sus paralizadas piernas traseras del todo rígidas como los mangos de una carretilla. Steven cerró los ojos. En los bordes de carreteras del mundo entero crepitaban sin parar las farolas en la noche, y en el apartamento de arriba la chica nueva iba de acá para allá y hablaba sola.

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⏰ Última actualización: Apr 25, 2022 ⏰

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