Hala, ahora ya puedes volver
Sarah
Lo primero que hice cuando me bajé del avión, tras pasar más de siete horas seguidas sentada allí dentro, después de estirarme, por supuesto, fue encender el teléfono y llamar a Dan.
Contestó al teléfono a los dos tonos.
—Sarah —dijo con voz alegre—, me alegro mucho de que hayas llegado viva. Hala, ahora ya puedes volver.
Me reí porque no podía hacer otra cosa.
—Si tienes tantas ganas de verme, lo mejor será que te cambies de universidad ya.
—Muy graciosa, pero no cuela.
—Bueno, ahora que ya te he llamado según he aterrizado como prometí, te dejo, que acabo de ver la cinta con las maletas. Voy a ver si soy capaz de pescar las mías.
—Suerte. Llámame cuando estés en la residencia.
—Lo haré. Te quiero.
—Y yo a ti.
Colgué, bloqueé el teléfono y me lo guardé en el bolsillo para tener las dos manos libres. A continuación, me metí entre toda la gente que esperaba para poder estar cerca de la cinta. Tener que cazar las maletas era una de las cosas que más me había preocupado de mi viaje, pero, la verdad, fue bastante sencillo, con la cantidad de cintas de colores que les había atado a las asas. Así no me costó ningún trabajo distinguir mis maletas de entre todas las de los demás.
Me sentí un poco más segura cuando las tuve, como si tuviera un problema menos que resolver.
Con una bolsa colgada cruzándome el pecho y una maleta gigante a cada lado de mi cuerpo, me dirigí hacia la salida, al otro lado de los tornos, al sitio donde estaba esperándome mi tío.
Cuando llegué, no me hizo falta esforzarme para encontrarlo. Sobresalía por encima de todos los demás. No solo porque era mucho más alto y guapo que cualquiera de los que esperaban allí, sino por lo especial que era para mí.
Cuando sus ojos azules se encontraron con los míos verdes, sentí una punzada en el corazón. Se parecía tanto a mi madre que era casi doloroso mirarle, pero, a la vez, me hacía sentirme en casa. Algo que hacía años que no sentía.
No tengo muy claro cuál fue el primero en correr hacia el otro. Solo recuerdo que, en un segundo le estaba mirando de lejos, y al segundo siguiente, estaba envuelta en sus brazos.
—Sarah... —susurró contra mi pelo.
Solo pude retener las lágrimas que llevaban un tiempo amenazando con desbordarse de mis ojos.
—Tío —dije. Esa simple palabra estaba cargada de significado.
Estaba cargada de un te quiero, de un cuánto tiempo llevábamos sin vernos, de un te he echado de menos.
No nos dijimos nada porque no hacía falta. Sobraban las palabras. En ese aeropuerto, al que ni siquiera había echado un vistazo, a dos mil ochocientas sesenta millas del lugar donde había crecido, en los brazos de mi tío, me sentí lo más cerca del hogar que había estado desde la muerte de mi madre.
Sentí, no por primera vez, que había tomado una buena decisión yéndome allí.
Había dejado todo atrás. No volvería a pensar en mi padre. No cuando tenía todo un nuevo futuro en blanco ante mí. No cuando la historia de mi vida estaba a punto de ser escrita por mi puño y letra.
Cuando nos separamos del abrazo, luchamos entre nosotros por quien iba a llevar las maletas.
Mi tío quería encargarse de llevarlas todas y que yo no hiciera nada.
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Juntos somos magia ¡YA EN LIBRERÍAS!
RomantikCuando Sarah recorrió medio país para asistir a la universidad de Yale, alejándose de la desaprobación de su padre, no esperaba conocer a Matt Ashford. Él no entraba en sus planes. Ni tampoco que se empeñase en ser su mejor amigo. ¿Es que no se da c...