Cuando a uno le despiertan tan temprano solo algún mal asunto puede estar esperándole. Más si eres el Virrey de Nápoles. Iñigo Lopez de Mendoza, Conde de Tendilla y Marqués de Mondejar no estaba del mejor humor, y no era solo por los achaques propios de la edad. Hacia dos semanas que había llegado desde Valencia por orden de puño y letra del Rey, su misión, impedir a toda costa que los piratas siguiesen saqueando a sus anchas las ricas costas Italianas y por ende, del Mediterráneo.
Para ello le habían conferido el mayor Baluarte de la cristiandad en esa zona.
Lo que pesaba en su ánimo era que, si bien su majestad era justo, también implacable, necesitaba resultados rápidos e informes casi diarios que habían que llevar los correos reales al Alcázar de Madrid. Un mal paso podía acabar con la confianza que habían puesto en él. Y no había llegado tan lejos para fallar a manos de los de Berbería.
Frunció el ceño, su secretario, al que había ordenado sacar de la cama, acababa de entrar en mangas de camisa. Una pequeña herencia del anterior virrey. Hombre menudo, medio calvo y rechoncho, muy docto en todos los asuntos que importaban al buen gobierno, pero que no sabia guardar las formas, se guardó el reproche para mas tarde pues ahora había asuntos importantes que atender. -Sentaos y tomad nota de todo lo que se diga.- Ordeno al secretario. El Virrey tomo asiento en si silla de respaldo alto. A sus sesenta y tres años las rodillas no le daban tregua y tanta humedad y frió como esa ciudad tenia, no ayudaban nada.
Al cabo de poco la puerta del despacho se abrió y un hombre que se acercaba a la treintena, bien parecido, barbado y de espada al cinto se ilumino a la luz de las velas. Era demasiado joven para ser ya capitán de Tercio, también era hijo de su padre, eso lo facilitaba todo.
El Virrey observo como el tercero de su estirpe se colocaba a su lado y tamborileo con los dedos sobre el brazo del asiento, nervioso. No se hizo esperar mas la aparición. Un hombre de mar entro cuando fue invitado por los guardias que custodiaban la puerta. Lo decía su piel curtida por el sol, su miraba que buscaba escrutar el horizonte y el hedor a sal y sudor que desprendía. Hizo una reverencia torpe pero digna pese a las heridas que portaba vendadas en brazo, pierna y cabeza. -Julian Valladares, capitán de la galera «Nuestra señora de la leche», a las ordenes de su alteza.- Su voz era ronca y llena de orgullo, como la mayoría de los soldados de tierra o la mar que el viejo Marqués había conocido en su vida. -Tenéis noticias. -Respondió con brusquedad. No le habían despertado a tales horas para presentaciones ni pleitesías. El capitán asintió lentamente y apretó la mandíbula antes de hablar.
«Alteza, hace tres días veníamos haciendo mi barco y dos mas, «la blanca» y «el gorrión», el corso veinte leguas al sur del Golfo aquel donde Don Juan venció al Turco ha cuatro años. Con gran regocijo recodábamos esa batalla cuando vimos velas y bandera de infieles a cientos en el horizonte. Largamos trapo dándoles la popa pero en pocas horas siete bajeles, los mas rápidos que a fe mía he visto surcar la mar nos dieron alcance. «La blanca» fue la primera en caer al día siguiente por el bombardeo del infiel, y «el gorrión» quedo desarbolado a las pocas horas y en dura lucha contra tres de ellos. Entre los hombres empezó a decirse si eramos cobardes por no batirnos y ayudar a los camaradas pero bien sé que solo nos esperaría un mercado de esclavos en Costantinopla, y voto a cristo que ni eso ni la muerte temíamos los de mi galera. Si el mucho daño que tan grande flota del turco podía hacer en estas costas o las de levante si llegaran a arribar sin que estuviesen prevenidos. Dos bajeles quedaban a nuestra espalda cuando cayó la noche y al amanecer del segundo día los teníamos casi encima. Ya a tiro de arcabuz barrieron la cubierta y los nuestros correspondieron con saña. Vimos a una docena de infieles caer por la borda y muchos cristianos en nuestra cubierta malheridos. Así durante largo rato mantuvimos al infiel a raya. A la hora del señor, el Turco intento el abordaje pero naves cristianas en el horizonte les pusieron en fuga. Eran media docena de galeras que patrullaban frente a las costas de Siracusa y dimos gracias a Dios por ello.»
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El Turco no descansa
Historical FictionTodo empieza a complicarse para el nuevo Virrey de Napoles cuando, al poco tiempo de llegar a su nuevo cargo por orden real una gran flota Turca es avistada a pocos dias de la ciudad.