PARTE 4 - GALEN

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La noche había alcanzado su punto más oscuro cuando Galen emprendió el camino de regreso hacia una de sus propiedades. Cuando uno era longevo, tenía años para acumular una fortuna. Y dado que su madre también compartía esa cualidad, su propio dinero iba acompañado de una generosa herencia.

El pent-house que había adquirido en el vecindario de Bloomsbury era un lujoso espacio que abarcaba el último piso de un edificio de fachada victoriana. Techos altos. Ventanales. Mármol. La decoración sostenía un gusto clásico que se adaptaba a todas sus pretensiones.

Dejó el sobretodo sobre el gran sillón de cuero frente al hogar eléctrico y siguió hacia el bar que ocupaba una de las esquinas.

Una copa de vino era la mejor manera de terminar la noche. El aromático sabor frutal lo tendría durmiendo en cuestión de segundos.

Balanceó la copa de cristal en una mano, mientras la otra jugaba con el sobre que había encontrado bajo la puerta. El papel era grueso. De solo sentir la textura podía adivinar el costo. Y el sello de cera hablaba por sí solo.

Hacía tiempo que no escuchaba de él y su séquito de seguidores. El músico rojo, lo llamaban. Susurros de sus atrocidades habían viajado desde ciudades lejanas.

No que Galen tuviera nada en contra de las sociedades secretas, el concepto en sí le resultaba atractivamente pretensioso, pero pese a ello las reuniones se le habían vuelto tediosas y las excursiones, como las llamaban, de mal gusto.

Estiró la espalda, haciéndola sonar, y disfrutó de una copa de vino. Lo que contuviera aquel sobre, probablemente una invitación, podía esperar a la mañana.

Su estómago lo despertó a la tarde del día siguiente. La sangre de poseedores de magia solo alimentaba el hechizo que lo mantenía joven, pero el resto de su cuerpo funcionaba de manera normal, y exigía comida al igual que cualquier otro.

La habitación estaba sumergida en perfecta oscuridad. Estiró la mano hacia la mesita de luz, en busca del control de las cortinas eléctricas.

Al levantarlas, revelaron la pálida luz grisácea de un día nublado. Galen disfrutó de quedarse allí hasta decidirse a comenzar lo que quedara del día.

Su desayunó consistía en un café, un omelette y una salchicha, que se preparó él mismo. Aunque solía contar con un chef que lo preparaba todas las mañanas, su presencia se había vuelto problemática dada la cantidad de chicas que iban y venían.

Por supuesto que podría haber optado por ser más discreto y conservar a su cocinero, pero no veía diversión en ello. Con algunas era solo sexo, solo bebía unas gotas de sangre de aquellas que poseían magia, pero era cuidadoso de evitar accidentes.

Se sentó a comer y ojeó de mala gana el sobre que había quedado en el bar. Estaba considerando olvidar el asunto por completo cuando el timbre anunció una visita. Solo podía pensar en una persona que lo visitaría un sábado sin haberlo acordado de antemano.

Devon Windsor.

Al abrir la puerta, el otro Antiguo lo recibió con una ofrenda de paz en forma de un pack de cervezas.

—Estás aquí por ese maldito sobre —dijo Galen.

Devon confirmó las palabras con un gesto de mentón. Era alto. Macizo. Con una lámina de pelo rubio que le rozaba los hombros. Galen siempre había asociado a su amigo con la imagen de un vikingo. Era el tipo de sujeto con el que uno evitaba un altercado en un pub.

Se habían conocido décadas atrás, cuando tenían asuntos en común y se movían en los mismos círculos. Ser un Antiguo implicaba mudarse con frecuencia para no despertar sospechas sobre el hecho de que no envejecían al mismo ritmo que el común de las personas. Lo que significaba buscar formas eficientes de mover dinero, cuentas, propiedades.

Eran amigos. Socios. Dos lobos solitarios que se cubrían las espaldas.

—¿Estás desayunando? —preguntó sin sonar sorprendido.

—Tuve una noche larga —respondió Galen y regresó a la comida.

Devon se mantuvo de pie, paseándose frente a las llamas del hogar eléctrico.

—Dada la cantidad de chicas que frecuentas debo admirar que ninguna de ellas sea noticia en el periódico —notó.

Galen sonrió al igual que un diablo.

—Dejar cuerpos en callejones es de asesino serial —respondió.

—Nunca he dejado un cuerpo —respondió Devon sentándose en el sillón.

—No. Tu juego es otro. Te complace encontrar delicadas margaritas y convertirlas en rosas con espinas —observó Galen.

Devon prefería beber magia de angelicales jovencitas con la dulce inocencia de Julieta Capuleto. Disfrutaba de corromper su comportamiento y desaparecer luego. Era un patrón que no podía romper. Se obsesionaba y luego se aburría.

—Algunos sorbos cada un par de días es suficiente para mantener el hechizo con vida. Aleksei es un tiburón. Desarrolló un gusto por la sangre además de la magia — observó Devon.

Galen asintió.

—¿Qué haremos con respecto a él y los caballeros de Byron? —preguntó.

—No olvides que también formamos parte de esos caballeros, Gal. Incluso si no hemos sido tan activos como los otros miembros. No visitan Londres desde hace años, no podemos rechazar su invitación sin consecuencias —dijo Devon.

Tiempo atrás, cuando Galen era más joven e influenciable, había descubierto una sociedad secreta fundada por un grupo de Antiguos. Se hacían llamar Los caballeros de Byron en honor a un poeta inglés cuya personalidad excéntrica había causado que una de sus amantes lo describiera como "loco, malo y peligroso de conocer".

En ese entonces había estado contento de disfrutar de su membresía. Solían viajar por distintas ciudades del mundo abusando de su fortuna y juventud. Las fiestas que organizaban eran tan extravagantes que continuaban siendo un tema de conversación luego de años. Pero con el tiempo lo excéntrico se volvió cruel y los accidentes se trasformaron en asesinatos.

Aleksei Belkin, el Antiguo más influyente de la sociedad, había encontrado un placer perverso en pretender que eran vampiros y demonios de la noche.

La última vez que los había visto había sido en Moscú. Una noche de invierno del año 1994.

Galen había oído rumores de que habían estado experimentando con hechizos. Incluso había oído que algunos Antiguos habían transformado sus caninos molares en colmillos. Y que su sed de sangre no se limitaba a poseedores de magia.

Quería creer que eran mentiras. Chismes descabellados. Desafortunadamente, no estaba seguro de que fuera el caso. Al igual que Lord Byron, Aleksei también era loco, malo y peligroso de conocer.

—¿Y qué consecuencias son esas? —preguntó Galen al terminar la omelette.

—La mitad de los miembros tiene contactos en gobiernos y entidades financieras. Si nos expulsan, me temo que no podremos pedir favores —dijo mientras miraba el fuego del hogar con ojos pensativos.

Galen exhaló con resignación y estiró los pies sobre el borde de la mesa de vidrio. Detestaba hacer cosas que no quería.

—Supongo que podemos hacer una aparición en el próximo gran evento —concedió.

—Podemos divertirnos sin dejar un rastro de sangre —respondió Devon.

Amusant sans muerder.

Diversión sin asesinato.


GALEN PEMBROKEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora