Vista nublada

23 2 0
                                    

Es una tarde lluviosa y no me queda más remedio que buscar refugio, pues he olvidado cargar con mi paraguas. Me encuentro caminando por la calle, protegiendo tanto como puedo mi portafolio con mi laptop y mis manuscritos dentro, el trabajo de gran parte de mi vida como escritora, mientras busco dónde resguardarme.

Afortunadamente veo un pequeño letrero colgante, y debajo una angosta puerta entreabierta. No dudo ni un minuto para entrar, aunque ni siquiera vi con atención lo que el letrero anunciaba, debido a mi apuro.

Me encuentro con unas escaleras igual de angostas que la puerta por la que entré, y decido subir porque mi curiosidad siempre tiene más poder sobre mí que la precaución. Además, si hay un letrero afuera, algún negocio local debe ser.

Cuando llego al final, grande es mi sorpresa, pues hay un espacio, de nuevo angosto, flaqueado de libreros; me siento maravillada, pues una de mis más grandes fascinaciones son los libros.

Camino mirando con detenimiento los lomos de todos aquellos libros, olvidándome por completo del agua que estaba escurriendo de mi ropa, cabello y demás. Me he quedado contemplando el trabajo artístico de un lomo, cuando escucho una voz detrás de mí.

—Ese es un excelente libro —dice, logrando que me vuelva sobresaltada.

Un hombre me devuelve la mirada, y lo primero que puedo destacar es que el verde esmeralda de sus ojos brilla con una calidez que no soy capaz de entender.

—Eh... Lo siento, sólo estaba refugiándome de la lluvia —me excuso un poco nerviosa.

El hombre me sonríe.

—Bueno, esta es mi pequeña librería —menciona, todavía sonriendo —. Podría esperar a que pase la lluvia mientras compra algunos libros.

El hombre me guiña un ojo, y yo sólo puedo sonreír nerviosa y apenada.

—Disculpe, ¿podría pedirle un favor? —le pregunto después de meditarlo un instante. Es tragarme la vergüenza o dejar que mi trabajo se estropeé.

—Eso depende del favor que sea —me responde él, cauteloso.

—Sólo quisiera poder sacar mis manuscritos para que se sequen —le pido mientras le muestro mi portafolio.

—Oh, entiendo —dice él volviendo a sonreír —. Claro, tengo un espacio por acá.

Él señala un lugar al fondo de la estancia, detrás de un pequeño escritorio, donde hay una cortina que luce pesada. Me pide que lo siga y así lo hago. Entramos por un pequeño arco que aparece después de que el hombre corra la cortina a una estancia no muy amplia, con una mesita y varias sillas acomodadas alrededor.

—Puedes usar esa mesa —me dice.

—Le agradezco mucho, eh...

—Astor —termina por mí —. Me llamo Astor Weiss.

El hombre extiende su mano, a lo que yo la estrecho con la mía para corresponder su saludo.

—Amelia Stradfford —me presento con cortesía, aunque le doy mi nombre de autora y no el real.

Astor vuelve a sonreírme antes de soltar mi mano. Me permito entonces mirar más detenidamente al dueño de esa librería, que es mucho más alto que yo y bastante imponente, con cabello rojizo y una barba bien cuidada y recortada del mismo color. No puedo decir que el hombre es guapo a mi vista, pero algo me parece atractivo, aunque no sé muy bien qué.

Me dispongo entonces a sacar mis hojas del portafolio, agradecida porque han sufrido apenas algunos daños menores. Las coloco ligeramente separadas en la mesa, y algunas en las sillas, para que puedan secarse, y luego saco la laptop para revisarla. Noto que Astor se acercó a la mesa, echando un vistazo.

Vista nubladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora