Doscientos un días. Setecientas cuarenta y dos horas.
Un día. Dieciséis horas.
La madrugada marca el inicio de Lunes a Sábado, y es un acto de compasión a su persona darse cinco minutos para levantarse completamente lúcido de la cama; lavarse la cara, desayunar, lavarse los dientes y todo lo demás tiene su pedacito de horario separado y, algo que no ha contado porque no se le ha dado la oportunidad aún, es que cuenta los segundos cuando se pone los zapatos y sale a tomar el autobús.
Antes de las siete y treinta todos su materiales están estratégicamente acomodados sobre el pupitre. El reloj lo tiene en vibrador silencioso, para que le recuerde cada cuanto debe tomar los 240 mililitros de agua.
En ocasiones, se hunde de más en su curiosidad en las últimas clases del día, y por ello ha puesto en el reloj un recordatorio cinco minutos antes de que las clases acaben, así entonces, en cuanto la campana suene, los cuadernos ya estarán acomodados en el maletín y él estará a tiempo para cruzárselo en la entrada de la tienda de antigüedades, que está un paso atrás del Instituto privado al que va los martes y jueves, y un paso delante de la biblioteca a la que decidió ir los lunes, miércoles y viernes, coincidentemente.
Cuando vuelve a casa saluda a su madre, inspecciona el cuarto de su hermana, cena masticando la carne cuarenta veces, se baña con el agua medio fría y se va a dormir.
Nihon Akiro Japón es un muchacho de costumbre, alguien organizado. Y si llegara el desafortunado caso de que se enterase de que intenté resumir su horario de tan terrible manera me desearía el peor de los males; y si no lo hace, ha de ser porque su bufanda le tapa gran parte de la cara periódicamente para despistarlo y fomentar en él a que sea aún más ciego e indiferente del alrededor de lo que ya es.
Su futuro es su prioridad; como lo son los suyos para el resto.
¿Qué hay de malo, entonces, el ser así?
Está viviendo, estudia y se relaciona. Lo hace para vivir perfectamente en el futuro que camina a su ritmo y no lo espera.
Está nevando y él cruza la calle apresurado, hoy debe hacer la cena y solo tiene 7 minutos para llegar a tiempo a casa y prepararle la medicina a su madre. Es un pequeño engreimiento que su joven y adorable madre le ha obligado a cometer, en un berrinche pasado que ganó sin necesidad de gritar y desde la comodidad de una hamaca.
La bufanda le cubre hasta la mitad de la cara, hoy el frío es abusivo y le congela la nariz y le enrojece la cara blanquiñosa que heredó.
Se ha emocionado un poco, porque empezó a escuchar el suave tintineo que lo calmaba al regresar a casa.
Y, oh sorpresa, hoy se escuchaba, en escala, más cercano de lo normal.
Los comerciantes de las calles interrumpen un poco su concentración y la gente que pasa lo marea, en cuanto, inconscientemente, gira la cabeza en busca del tintinar.
Su reloj suena, advirtiéndole que tendría que estar en casa en 5 minutos. Choca el pie contra el suelo un par de veces, entonces agita la cabeza y regresa su cuerpo a su camino.
¿Qué debía preparar? ¿Ramen, Gyozas, Yakisoba? No, porque debía ser ligero. ¿Y para su hermana? Ya no podía preparar cosas muy dulces, su única excepción la había hecho hacía una semana, producto de los sentimentales y tiernos ojos de Nara y su buen humor —era también que el tintineo parecía acercársele un segundo más por día—.
Una tarta de queso no sonaba mal. Su abuela le habría repetido la historia aquella, de que daba buena suerte mancharte la nariz con la crema.
El tintineó se alejó gradualmente, y, luego de unos segundos, se redujo por completo.
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That Guy [Countryhumans]
Sonstiges𝑻𝑮 | Y en la ciudad del atardecer, de la harina de trigo y el café de flores, habitaba él. [...] Las más distantes leyendas cuentan de estos muchachos, residentes en la ciudad más bella del mundo, con el mar más mágico, las personas más diversas...