Para el escritor era ya una costumbre, siempre tiene lápiz y pluma cerca, en el bolsillo del pantalón o cerca de su corazón, en la chaqueta.
No es que sea un artista o un escritor, aspira a serlo pero es en realidad incapaz de retener las ideas por mucho tiempo, las palabras se escurren y vuelan así que no se preocupa si la letra es ilegible al primer intento, solo escribe lo más rápido que puede.
Antes de que las memorias se escapen y nunca regresen.
Pensamientos miradas y personas, de forma caótica vienen en frases a su cabeza.
No se considera un artista pero para vivir del arte no tienes que estudiarlo, la pasión de quien puede discernir las emociones es un artista sublime, más de lo que los libros de academia pueden adjudicar y el escritor tiene una misión, una lección que dar sobre la vida y los amores.
El escribe y a las palabras las saborea, las repite silenciosamente sintiéndolas en su boca y las entona como los pájaros sus cantos en primavera o los poetas sus poemas
Con la ilusión de tener una buena idea.
Pero falta algo en el cuadro.
¿Dónde quedo la inspiración?
Una mañana hay un pequeño ruiseñor en la ventana, que canta sin vergüenza desde el amanecer hasta el atardecer, el le pasa sus letras y ruiseñor gracioso las reproduce con falsa alegría y total convicción.
Al escritor se le abriga en el pecho la soledad que sigue a la avecilla, así que lo deja quedarse en su ventana con frutas dulces para escucharlo cantar, fiel y contento.
No es difícil darse cuenta que aquel ruiseñor solo usa su preciosa voz para engatusar, saciar su curiosidad. Canta por que es lo único que sabe hacer, vuela sobre los rosales y canta con su preciosa voz.
Pero le falta pasión, la llama de la vida.
Así que canta y el escritor lo escucha porque es lo único que sabe hacer, en la oscuridad de la noche y es tan triste que el escritor llora con vergüenza e impotencia de no poder hacer nada, así que escribe y escribe.
Toma sus alas rotas y comienza a cantar, del dolor, de la muerte.
Y en amor que se convierte en letras y luego frases pero si este es el precio el escritor no quiere tenerlo, solo desea al ruiseñor cantando gracioso en su ventana durante el verano.
Decirle que le gustaría oírle que le encanta lo que escribe, y cómo escribe y, así como va, no pierde el camino.
Pero el ruiseñor a prometido encontrar aquello que falta, sus ojos son vacíos y las cicatrices son tan profundas que las vendas aprietan su cuerpo como una segunda piel, tiene una sonrisa amigable antes de despedirse que no llega a sus ojos, esa noche aprieta su corazón contra los espinos, conocedor del destino. Y el escritor escribe y escribe negándose a derrumbarse a las llamadas pidiendo identificar el cuerpo.
Llora de amor por su pequeño ruiseñor, endulza su historia con miel pero las letras saben amargas, así que redundante habla sobre un ruiseñor quien ha sido fiel a sacrificarse por su amor al arte, pero que su amistad es la mayor inspiración y forma de amor que ha conocido nunca.
Mientras el ruiseñor no para de cantar, una muerte maravillosa, preciosa y poética.
Y el rubor se escapa de sus mejillas, el brillo de los ojos y la fuerza se desvanece.
Y en el rosa se sus labios todavía se escuchan las promesas de amor.
__
Es un poco divertido en como me costaba aceptar los finales tristes. Cuando sostuve "El príncipe feliz y otros cuentos" de Wilde a los 7, puedo jurar que nunca había llorado ni con tanta fuerza ni sentido tanta impotencia por un libro. No sonaba justo que la vida fuera un desperdicio ni que no fuera respetada, que nadie encontrara el amor. Ni el Ruiseñor, quien se sacrificó por ello, ni el protagonista que renunció a él por la decepción.
Crecí y descubrí que si bien yo podría escribirle al ruiseñor un final feliz, nunca sería mejor que el final original y que en realidad le encontré lo dulce a su final amargo. Que simplemente hay cosas que no pueden ser y sacrificios en silencio, que estaba bien. Aunque lo odiara para una historia para niños.
Al madurar entendí que aquel era un final perfecto.
