Pintores, así nos llamaba.
Una palabra que me helaba la sangre y al mismo tiempo despertaba un fuego en mi interior. Cada noche, cuando las sombras se alargaban y el mundo se sumía en un silencio inquietante, nosotros pintábamos. Un lienzo en blanco, un pincel tembloroso, y el susurro de sus ojos acechándonos.
Doce niños, pequeños y vulnerables, sentados en un pequeño círculo, los lienzos frente a nosotros. Él nos observaba, inmóvil, su mirada penetrante como un cuchillo. No había lugar para la imperfección; si alguno fallaba en plasmar lo que veía en la penumbra, sufría su ira. Castigos crueles, donde los colores se convertían en tortura, y la mezcla de la pintura era un ritual oscuro que nos marcaba.
Niños pequeños, niños pequeños atrapados en un juego de pinturas.
Fleur Corssel, así el me llamó, un nombre que se convertía en una carga pesada en mi pecho. ¿Quién quería llevar un nombre tan elegante, tan distante de nuestra realidad? En esa academia, donde la luz nunca entraba del todo, nos enseñaban a capturar lo que acechaba en nuestros sueños, a plasmar en el lienzo que se deslizaban entre las sombras de cada uno de nosotros.
Él decía que éramos artistas, pero yo sabía la verdad: éramos pintura para él.
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El chico de la pintura © (Transcrito 2024)
RomanceFleur Corssel da vida a "El chico de la pintura" una obra enigmática que va más allá de la superficie artística. Este lienzo oculta secretos profundos que desafían la percepción convencional del arte, desencadenando una búsqueda fascinante de la ver...