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La música resonaba por todos los rincones de la casa anfitriona, las luces neón hacían un verdadero espectáculo simulando el interior del más elaborado caleidoscopio.

El tequila limpió resbaló por su garganta calentandola en el proceso, su cabello castaño rebelde se movía al ritmo de la canción y sus ojos chocolate profundo se posaron sobre él; en la persona que iba a robar sin importarle las consecuencias porque Judas era un traidor con un objetivo muy claro, porque la corona de espinas que llevaba sobre la cabeza no le daba el sobrenombre de El Gran Rey en vano, porque pagar diez monedas de oro no era un precio tan grande si con ello tendría al ángel plateado que había cautivado su atención.

Sonrió con soberbia.

El LSD apenas estaba surtiendo efectos sobre su sistema nublando toda racionalidad, era un cruel juego del destino donde el mismo Oikawa Tōru ya había decidido que él sería el ganador.

La chaqueta de piel negra combinaba a la perfección con ese estilo que había adoptado hace unos pequeños años atrás, la camisa blanca contrastaba con ese aire rebelde y libre de su persona, las perforaciones en sus orejas y lengua le daban un aire por demás atractivo y misterioso.

Tan codiciado y caprichoso.

Sus labios se curvaron en una sonrisa llena de sorna en cuanto vio el entrecejo fruncido de su capricho principal. Era obvio que el chico no la estaba pasando bien y estaba seguro que con sus encantos podría darle vuelta a la situación con mucha facilidad.

¿Desde cuando lo tenía en la mira?

Naturalmente no podría admitir de manera abierta desde cuando había nacido ese sentimiento de anhelar lo ajeno porque el orgullo le saldría lastimado, porque tendría más de un comentario cuestionando porqué había esperado tanto tiempo y que quizás eso ya había pasado a ser una obsesión. Sin embargo, no era de esa manera.

La garras del cuervo habían atrapado su atención desde la primera vez que lo vio pisar las instalaciones de Seijoh y como no hacerlo si su sola presencia representaba una bocanada de aire fresco. No obstante y para su desgracia se percató de la conexión que había entre el lindo cuervo y el capitán del equipo de Karasuno y aunque estaba seguro que el moreno no significaba un gran rival para alguien como él decidió esperar el momento indicado para mover su primera pieza en el tablero de ajedrez.

El primer peón había dado un sólo paso y se posicionó justo enfrente al del enemigo.

Ahora iban para su segundo año universitario y por casualidades de la vida los tres habían terminado en la misma universidad aunque en diferentes facultades, claro estaba que desde el momento en que descubrió que el peligris asistía al mismo recinto se había vuelto su mayor tentación. Todos los días anhelaba tocarlo y robar la atención que él tenía puesta en Daichi, por eso fue paciente y no hizo ningún movimiento ni siquiera para hacerse su amigo porque Tōru no lo quería de esa forma.

Tōru lo quería completamente suyo.

Los rumores se esparcieron por cada facultad hasta que llegó a sus oídos que vieron a la dulce y siempre perfecta pareja discutir por un quien sabe qué y fue ahí cuando Oikawa supo que era el momento de iniciar. Porque no le iba a dar ni un sólo minuto al moreno de recapacitar, porque sería el más infame de los ladrones y reclamaría lo propio con elegancia y estrategia de tal forma que no se percataria de sus intenciones hasta que fuera demasiado tarde.

La oportunidad perfecta llegó cuando fue invitado a una fiesta a la que no se pudo negar, después de todo el castaño adoraba pasarla de forma espectacular todas las noches que le fueran posibles y de todas la maneras que alguien podría imaginar. Había aprendido a experimentar y con ello la pasaba demasiado bien, tanto que había desafiado a la rutina y ya no representaba ningún problema para un estudiante de música como él.

JudasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora