¡CUIDADO!

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 Anthea

El silencio dentro de casa era perturbador, no se escuchaba absolutamente nada. Nada, en otros tiempo se escucharían los gritos de mi hermano llamándome para desayunar, mi madre riendo por algo que mi padre le hubiese dicho. Pero ahora solo había silencio, un silencio doloroso que no tenía arreglo. Me levanté de la cama y me dirigí a la cocina, miles de recuerdos invadían mi mente. Suspiré. 

- Buenos días Anthea -me giré. Pero allí no había nadie. Una sensación de terror empezaba a invadirme.

Otra vez no otra vez no otra vez no

Me fijé mejor  y una figura que conocía muy bien me miraba con cara de preocupación. Aliviada, le dediqué la primera sonrisa de esa mañana.

-Buenos días abuela, no te había visto.- le di un beso en la mejilla y saqué un par de tazas de un mueble que tenía pinta de caerse de un momento a otro. 

-Debería haber avisado de que me pasaría esta mañana, pero olvidé el teléfono en casa. - dijo negando con la cabeza, como si se lo estuviese diciendo a ella misma.

-Ya sabes que puedes venir en cualquier momento, para eso te di una llave. -me encogí de hombros quitándole importancia. - Voy a vestirme que no quiero llegar tarde a clase.- le di otro beso y subí de nuevo las escaleras para llegar a mi habitación.

No tardé mucho en escoger lo que iba a ponerme, no me importaba demasiado la primera impresión, era absurdo querer gustarle a todo el mundo por la ropa que llevabas puesta el primer día de clase. Me miré al espejo, odiaba la imagen que se veía cuando lo hacía, aún así, ese día no me veía especialmente mal. Me cepillé el pelo con cuidado y la nostalgia recorrió unos minutos mi cuerpo, pero fueron suficientes como para soltar un par de lágrimas.

Mierda

Dos rayas negras ensuciaban mis mejillas, se me había corrido el rímel. Me limpié con toallitas y salí de allí lo más rápido que pude. 

- Adiós abuela.- dije fingiendo una sonrisa. Ella me miró, se había dado cuenta, pero no dijo nada. 

No estaba de humor para hacer un viaje en autobús de cuarenta minutos, por lo que decidí  coger el coche. Puse mi disco favorito, ese que me había regalado mi padre cuando cumplí diecisiete años y que tenía diferentes artistas, todos de épocas diferentes. 

Me puse en marcha, el trayecto era bastante aburrido, me  pasé cantando a pleno pulmón todas y cada una de las canciones que me saltaban, ya que me las había acabado sabiendo casi sin darme cuenta. Cuando estaba apunto de llegar, un chico en bici, se cruzó y pegué un volantazo. Cuando por fin pude abrir los ojos, me di cuenta de que no me había estrellado y estaba perfectamente, por desgracia, mi espejo no podía decir lo mismo. Salí del coche para mirarlo mejor, estaba roto, le había dado con una farola. 

-Lo siento, lo siento muchísimo. ¿Estás bien?- me di la vuelta y vi que un chico venía corriendo hacia mi, llevaba un casco de  bici en la mano.

-¿PERO ERES IDIOTA?- le grité. Me había llevado un susto de muerte y el corazón aún me latía con fuerza.

-Perdona, de verdad. Aunque te has saltado un ceda al paso.-señaló el suelo. 

Tenía razón. 

No sabía que decir, había pasado por allí muchas veces y nunca lo había visto. 

-Lo acaban de poner.- me dijo como si me estuviese leyendo la mente.

-Lo siento entonces, y si, estoy bien. Solo ha sido un susto y una baja inesperada.-señalé a mi espejo. Se acercó a mirarlo y frunció el ceño.

-Dame tu número.- me giré sorprendida. Pero no me moví.- Conozco un taller cerca y así será más fácil localizarte después de clase.

Me quedé mirándolo casi por primera vez, tenía el pelo negro peinado hacia un lado, los ojos marrón claro y me sacaba unas cuantas cabezas. Estaba delgado, pero se notaba que hacía deporte de vez en cuando.

-No gracias, lo llevaré esta tarde.

-Te saldrá gratis, te lo prometo.-suspiré, necesitaba ahorrar para ayudar a mi abuela a pagar las facturas.

-Está bien.- me rendí al fin. Le di mi número de teléfono.

-¿Cómo te agrego? No he podido preguntarte el nombre antes.-me sonrojé.

-Me llamo Anthea.-entonces me sonrió, me di cuenta de que había sido la primera vez desde que se había acercado a mi un rato atrás.

-Soy Héctor.-lo miré perpleja, no me lo podía creer.

Entonces, se me escapó una carcajada. Hacía muchísimo tiempo que no me había reído con tantas ganas como lo estaba haciendo en aquel momento.

Héctor me miraba sin entender lo que estaba pasando, y yo seguía riéndome.

-Lo siento.- dije al fin.- Me gusta mucho la mitología griega, no esperaba que te llamases como un príncipe troyano.

Me miró de arriba a bajo.

Pensará que estoy loca. No importa, no es la primera vez.

Aparté la mirada.

-Bueno, tener el nombre de una diosa de las flores tampoco es habitual en este siglo.-dijo al fin con un tono bastante despreocupado.

Me quedé sin palabras, no sabía nada de ese chico pero había conseguido acelerarme el pulso dos veces. Aunque bueno, una de ellas había sido porque casi me había estrellado por su culpa.

-¿Te gusta la mitología?.- estaba realmente sorprendida, nunca había conocido a nadie que le gustase. Y la gente solía decirme que era rara.

Asintió con la cabeza pero no dijo nada. Miré la hora, llevábamos hablando una hora y le primera clase ya había terminado.

-Debería irme, no puedo permitirme faltar más hoy.-dije mientras abría la puerta de mi coche.

-Yo tampoco, te llamaré luego.- cogió su bici y se marchó.

Me quedé unos minutos asimilando todo lo que había pasado. ¿Quién sería ese chico? ¿Qué estudiaría?. Y sin darme cuenta, me encontré a mi misma pensando en una persona de la cual no sabía nada, pero había despertado sin quererlo un interés en mi imperioso.


El Príncipe que domesticaba Rosas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora