Del diario de Emily - Domingo, 1 de Septiembre de 2013

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Querido diario:


Afuera comenzaba a llover, y conforme cada pequeña gota se impactaba contra la ventana podía sentir una fina corriente de aire frío filtrándose por las rendijas de la casa. Finalmente estaba llegando la primavera a Argentina. Vivir del otro lado del mundo tiene sus molestias, al menos desde mi punto de vista, porque el clima está invertido y hace que ciertas festividades sean un tanto extrañas de celebrar. Aunque debo reconocer el punto de que ésta vez el calentamiento global está haciendo de las suyas, puesto que dicha estación se ha adelantado un mes. Parecía que el país estaba dándome la despedida, despidiéndose a su vez de una de mis estaciones favoritas, el invierno. Era muy fastidioso tener que celebrar Halloween durante la plena primavera argentina porque la festividad como que no encaja con el clima, pero no podía quejarme. Siempre he detestado el frío.

Así como detesto saber que estoy mudándome a un país donde están a punto de entrar en la mitad fría del año a vivir con gente que no conozco.

—Ya verás que no será tan malo, nena.

Bufé, poniendo los ojos en blanco mentalmente.

—Agatha, ni siquiera los conozco —repliqué. Agatha me ajustó el gorro tejido de color negro, regalo suyo de despedida, sobre mi melena teñida de rosa. Ni siquiera ahora, que estaba a punto de irme para quizás no volver a verla nunca (o quizás iba a verla otra vez algún día. Pero no era algo que estuviese planeado en un futuro cercano. Al menos no si mis padres se oponían a ello), podía ver el asunto de una manera menos positiva—. Solo los he visto a través de webcams o Skype durante casi toda mi vida. No puedes pedirme que viva con ellos así nada más. Ni siquiera les tengo un mínimo de aprecio o cariño.

—Tú nunca me dirás "tía", ¿verdad? —inquirió Agatha, arqueando una ceja conforme me deslizaba un mechón rosa detrás de una de mis orejas. Sus ojos verdes, un perfecto calco de los míos, estaban teñidos de cierta melancolía y tristeza.

No pude evitar encogerme de hombros y reír nerviosamente. A veces intentaba ver a Agatha como lo que realmente era: Mi tía, la hermana gemela soltera de mi madre. Pero su actitud tan jovial, incluso para los treinta y pico que tenía, hacía imposible el hecho de tomármela en serio. Había crecido con ella durante toda mi vida mientras mis padres estaban en Estados Unidos, por lo que todos mis recuerdos se remontaban a escenas con ella en las cuales las dos estábamos haciendo alguna niñería. Vamos, que todavía tenía recuerdos de ella y yo desvelándonos todos los sábados mientras veíamos películas de horror y nos atiborrábamos de pochoclos (que es como le decimos a la palomitas en Argentina) y alfajores.

—Lo siento, Agatha. Es que eres como la hermana mayor que nunca tuve, ¿qué quieres que haga?

—Bueno, igual es culpa mía —respondió, echándose a reír. Pero luego retomó su aire de seriedad nostálgica y volvió a mirarme a los ojos—. Mira, Emily, aprenderás a quererlos. Son tu familia después de todo, igual que yo. No está de más que vayas hasta Estados Unidos para conocer a mi hermana y a tu padre.

—¿Por qué no vienen ellos para acá en lugar de ir yo para allá? Es que, vamos, ¡solo me falta un año para graduarme de la secundaria y empezar la universidad!

—Porque finalmente completaron los trámites del apartamento que les heredó tu bisabuela materna. Además, te graduarías de una secundaria bastante prestigiosa allá, ¿no te gustaría eso? Imagínate entrar a la universidad con un título de una secundaria norteamericana.

¿Secundaria prestigiosa? ¿A quién le importaba? Yo no quería darle la vuelta al mundo solo para graduarme de una bendita secundaria en un país con un idioma que no era el mío, viviendo en casa de unas personas que se suponía eran mis padres pero a los cuales yo no veía como tales.

—Debí haberlo imaginado con todos esos años estudiando inglés. Sabía que era demasiado raro que tú insistieses en que aprendiera más de lo que nos enseñaban en el instituto —rezongué, cruzándome de brazos.

Agatha me estrechó en un apretado abrazo que no pude evitar corresponderle. Había sido tan amable y gentil conmigo durante toda mi vida que no podía ser tan arisca con ella. Quería muchísimo a Agatha y no me veía viviendo lejos de ella.

—Todo irá bien, Emily, ya lo verás. Podrás olvidarte de todo lo malo que sucedió aquí y escribir un nuevo capítulo desde cero. Si las cosas te van tan mal, prometo ir yo misma a buscarte —bisbisó en tono alentador. Una pequeña chispa de alivio saltó en mi pecho.

—¿Me lo prometes?

—Te lo prometo, nena.

¿Sabes, diario mío? Solía pensar que las despedidas eran como en las películas: Puedes ver a las otras personas desde tu ventana de avión y despedirte desde lejos y tal, mientras lloras desconsoladamente y un desconocido te mira con enternecimiento a tu lado, para luego preguntarte si estás bien y que termines contando tu historia en una suerte de epílogo antes de que salga el "Fin" en la pantalla. Pero el caso es que la zona de despegue de los aviones está completamente alejada del área donde te permiten ver a los acompañantes por última vez, por lo que lo último que puedes ver antes de que el avión se eleve, es la fachada exterior del aeropuerto en todo su esplendor y los carritos de carga de equipaje alejándose más y más de los aviones.

Tampoco estaba llorando. No sabía si era porque no me gustaba llorar en público o porque era tremendamente buena guardándome todas las cosas, pero a pesar de sentirme increíblemente triste y nostálgica y sentir mis manos temblando descontroladamente, mis ojos se negaban a dejar caer una sola lágrima. Me encontraba mirando fijamente por la ventana, queriendo grabar cada minucioso detalle de aquel aeropuerto argentino en mi memoria. Tenía la promesa de Agatha grabada en mi cabeza, pero sabía que tendría que pasar bastante tiempo en Estados Unidos con mis padres antes de siquiera llamarla para cualquier bobada. Además, sí, quería regresar y seguir viviendo con ella, pero tampoco quería ocasionarle más molestias a largo plazo. Ya ella había tenido suficiente con lo mucho que me había ayudado y consolado cuando la relación de dos largos años con Mateo, mi ex novio, se había ido al garete (y de la peor manera). Quería ver las cosas tal y como ella me las planteaba: Era la tan esperada oportunidad que yo había querido para empezar desde cero en otro lugar completamente nuevo donde nadie conociera mi nombre ni mi historia, ¿por qué simplemente no podía terminar de alegrarme o de sentirme menos triste?

Suspiré, cerrando los ojos y recostándome por completo del cómodo asiento. Tenía que ser positiva. No era un epílogo, era otro capítulo nuevo en mi vida, uno que yo misma escribiría con mi propio puño y letra. Atrás quedaba todo lo que había sucedido con Mateo, las cosas en el colegio, todo el desastre de los últimos meses. Iba a ser fuerte y a mantenerme en pie, me costase lo que me costase.

Me parece que el avión está despegando, creo que aprovecharé para dormir un rato. Quizás, con algo de suerte, todo ésto sea una pesadilla y cuando abra los ojos, estaré de nuevo en mi habitación, siendo despertada por la melodiosa voz de mi tía tarareando las canciones de Mariah Carey.

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⏰ Última actualización: May 16, 2022 ⏰

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Cartas de una chica solitariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora