A mis maestras

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Inés juega con texturas y colores. Maestra de arte hasta hace poco e ilustradora desde hace algunos años, busca siempre cuestionar el orden establecido, los mandatos, y está en permanente búsqueda del sentido de la identidad. Como una ardilla laboriosa, se mueve de un lado a otro y cuesta seguirle el ritmo. Sus charlas de pasillo no duran mucho pues - creo - entiende que el tiempo para entendernos es escaso y no lo aprovecharemos hablando del clima del martes ni del último escándalo político. Compartimos el amor por la literatura infanto-juvenil y por las causas nobles. De ella, eso es lo que trato de imitar. Eso y la generosidad con la que me recibe en su hogar cada vez que la visito en la capital.


La Orne es mi marida; la amiga a la que podría llamar llorando un lunes mientras manejo a su casa con un cadáver en el baúl y que sólo me diría "Dale, llevo la pala"; a quien acudo para tomarme una birra, un tinto, salir a caminar al parque, o llorar cuando la vida me derriba; con quien trato de desarmar lo que el machismo nos dejó; quien no tiene problema en decirme cuando un jean no me queda bien. Tiene un pequeño satélite que la despierta temprano y a veces tira la comida al piso. De ella vengo aprendiendo a poner en palabras mis sentimientos, y quiero aprender ese pensamiento científico con el que elabora hipótesis de todo tipo.


La Coca es de fierro. Si le parece que estoy triste o ansiosa cae a mi casa un sábado cualquiera y se queda hasta que estoy mejor. No falta nunca a los cumpleaños ni a las juntadas. No le gustan los abrazos y tiene una de las risas más contagiosas. De ella aprendí a ser más clara cuando usé Tinder, y de quien intento copiar el poner límites a las personas queridas.


A la Carli la conocí en la facultad gracias a que tuvo mononucleosis y yo iba atrasada, y una profesora bruja nos puso juntas en un trabajo. Es más chica pero no menos madura. Si larga una carcajada es imposible no reírse con ella. Humilde y poderosa, tiene una fuerza interior admirable, y cuando te invita a su casa te agasaja. De ella aprendo a escuchar: suele tener una tercera solución, superadora a las que yo había pensado.


De la Agus que no es mi hija admiro su capacidad de buscar su propio camino, tan distinto al que sobre todo su madre tenía pensado para ella. De familia católica y con una formación ídem, la Agus salió de la secundaria queriendo comerse el mundo. Ni siquiera después de haber vivido en otros dos continentes ha dejado esas ganas de explorar lugares, conocer gente, y empaparse de nuevas experiencias. Pronta a partir a Australia, le deseo todo lo mejor en esta nueva aventura, de la que volverá seguramente con souvenirs y anécdotas por montones.


A la Agus que sí es mi hija le admiro cómo se planta frente a la vida. Con tan sólo 15 años no le tiembla el pulso cuando quiere mirar a quien sea a los ojos y decir la verdad como es, por más cruda que sea. También le admiro la facilidad para tejer redes de amigas más fuertes que las telarañas.


De la Renata... qué decir? De la Renta por supuesto que quisiera imitar la inocencia, que es la inocencia de todes les niñes, que miran el mundo desde la pureza del corazón y las intenciones, teñido por un velo de curiosidad incesante. Pero lo que la hace única a la Renata es su sensatez. Si quiere comer un alfajor y me pongo en cuclillas a su altura y le hablo calmada, y le explico que vamos a cenar dentro de poco y que si lo come después no va a cenar como debería, y que la comida saludable versus la no saludable y bla bla bla, ella escucha atenta y dice "Bueno, entonces lo como después de cenar. Nunca pero nunca lo voy a comer antes, porque eso hace muy mal. Y tenemos que comer comidas no saludables?" No, no, hace con el índice y refuerza con la cabeza. "No, no, porque si no después nos duele la panza." Si le copiara a la Renata cuando la vida me habla como yo le hablo a ella, seguro me hubiera pegado menos porrazos.

A mis maestrasWhere stories live. Discover now