El golpeteo de las olas contra la orilla de la playa era algo a lo que Viktor se había acostumbrado poco después de llegar a aquel pueblo. Adoraba simplemente ir hasta el bajo muelle para sentarse en el borde a leer uno de sus tantos libros. Libros llenos de cuentos de hadas, magia y aventuras, sucesos que deseaba vivir y criaturas que soñaba por conocer.Él simplemente quería ser parte de todas aquellas historias para alejarse de la realidad que golpeaba su cara apenas cruzaba el marco de la puerta de su casa. Una aburrida realidad. Y es por eso mismo que nadie de su familia o amigos le creyó cuando les contó con demasiada emoción que había logrado divisar y hasta hablar con un tritón de una cola con un inicio tan carmesí como su cabello pero con un final igual de azul como la parte más profunda del océano.
No pudo evitar enojarse ante las imparables burlas de aquellas personas que alguna vez prometieron apoyarlo en todo. Por eso volvió a la playa, buscando con la mirada a aquella criatura que se había aparecido frente a sus ojos ese mismo día sólo para demostrarles a todos los demás que no mentía, que no estaba inventando nada, pero los días pasaron y aquel pequeño tritón no apareció ese día, ni el siguiente, ni el siguiente a ese.Estaba derrotado, con tan solo trece años se sentía un idiota por haberse dejado engañar por el extenso poder de su mente e imaginación que los libros le habían otrogado a lo largo de toda su vida.
Aún así, jamás dejó de asistir a la playa frente a su casa, esperanzado a que Horacio (como aquel sireno se había presentado con la sonrisa más grande que alguna vez Viktor hubiera visto) volviera a aparecer. Quería hablar con él y probar que no había inventado nada.Y quien tiene paciencia, obtiene lo que desea.
—¿En qué piensas? —la voz del moreno tritón lo sacó de sus recuerdos—. ¿Estás pensando en mi? Ya sé que soy guapa, no tienes que recordármelo.
El ruso rió levemente, cerrando el libro que había llevado a su rinconcinto de la playa en dónde se encontraba siempre con Horacio y el cuál había dejado de leer hace ya un buen tiempo al perderse en las memorias del día en el que se conocieron hace más de diez años atrás.
—Si- —rió un poco— si estaba pensando en ti... —confesó con poca vergüenza—. Bueno, en nosotros, en realidad.
—¿Ah, si? —el tono coqueto no tardó en abrirse paso hasta dominar cada palabra que salía de su boca—. ¿Y en qué pensabas de nosotros? —cruzó ambos brazos sobre la madera del muelle y apoyó el costado de su cabeza sobre ellos, mirando a Volkov con sus ojitos brillando y una amplia sonrisa en su rostro.
—Sobre el día que nos conocimos —el ejemplar de "El código Da Vinci" fue dejado a un lado y el mayor se atrevió a aventurar su mano hacia las -impresionantemente- secas hebras rojizas que decoraban la cabeza del tritón, regalando un par de mimos allí y viendo como Horacio cerraba los ojos.
—El mejor día de tu vida querrás decir —bromeó, haciendo reír a Viktor.
—Bueno... la- la verdad que muy equivocado no estás.
—Me amas, lo sé, es que soy un encanto —el crestudo abrió uno de sus ojos para observar la reacción de aquel ser con piernas en vez de cola. Mentiría si dijera que no deseaba escuchar un "si, te amo" o tal vez un "si, lo eres" salir de los labios del peligris, pero lamentablemente la vida siempre debía llevarle la contraria.
—Ya... —el soviético rodó los ojos.
—Vale, si no me quieres entonces me voy y te dejo con tus... amigos de papel —molestó, amagando a sumergirse nuevamente bajo el agua para poder irse y Volkov no lo detuvo.
Apenas el último cabello de Horacio desapareció de la superficie, el mayor volvió a tomar su libro, intentando retomar la corta lectura anterior a sabiendas que el moreno solo estaba dramatizando, como siempre.
«3...» comenzó a contar para sus adentros, pasando a la siguiente página.
«2...» suspiró levemente al darse cuenta que otra vez estaba leyendo en modo automático, no entendiendo realmente lo que sus ojos leían.
«1...» devolvió su vista al inicio de la página ciento setenta y siete, observando por encima del libro como la mitad del rostro de Horacio se asomaba fuera del agua.
—Eres malo... —acusó con el ceño fruncido.
Viktor sonrió y volvió a dejar el libro. —No, tú eres un dramático.
El pelirrojo colocó sus dos manos al lado de las piernas del veintiañero, impulsándose hacia arriba y sosteniéndose solo con la fuerza de sus brazos. Acercó su cara al del peligris, quien de un momento a otro parecía haber perdido todo tipo de confianza para ser sustituido con un fuerte sonrojo debido a la cercanía que ahora compartían.
—Ya, pero así te gusto —susurró el tritón con un tono por de más coqueto, simplemente tirando afirmaciones que quería que fueran confirmadas por Volkov y ver si así podía obtener la indirecta respuesta a una pregunta que se la pasó rondando su mente los últimos cinco años de su amistad.
El ruso colocó una mano en el rostro de Horacio, alejándolo para intentar controlar su creciente nerviosismo. —No- no sé de qué me hablas... —tartamudeó, haciendo sonreír a la criatura marina.
—Ya, tú hazte el tonto no más —el tritón se sentó en el borde del muelle junto a Viktor, respirando hondo y cerrando los ojos, disfrutando del calor que el sol les ofrecía aquella tarde de primavera.
El mayor tomó su libro nuevamente dispuesto a -intentar- retomar su lectura, tensándose al sentir la cabeza del pelirrojo caer sobre su hombro aún con los párpados bajos. Sonriendo levemente y tomando el libro con la zurda, acomodó su brazo diestro sobre el hombro izquierdo del crestudo para poder proporcionar nuevamente un par de mimos en los cabellos de su nuca, enredando sus falanges en aquellas coloridas y suaves hebras.
Horacio sonrió levemente, dejándose hacer por los toques de aquel humano que había logrado robarle el corazón hace un poco más de cinco años y sin necesidad de un hipnotizante canto.
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𝑭𝒂𝒓𝒚 𝒕𝒂𝒍𝒆𝒔 𝒄𝒐𝒎𝒆 𝒕𝒓𝒖𝒆 [Volkacio AU]
FanfictionA veces los cuentos de hadas son mucho más que solo cuentos. ↳H tritón ↳V dueño de una cafetería