Cosquillas

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Obscuro y cruel tormento aquel de la risa forzada, de la carcajada asfixiante.
Y ahí se encontraba una vez más, recostado en su cuna, porque a pesar de tener ya ocho años, seguía durmiendo en una cuna, a él no le importaba mucho eso, le gustaba la seguridad que le daban los barrotes delgados de madera, tallada con pequeñas figuras de cohetes espaciales. Aquella vieja cuna fue donada por una de sus tías, ya que a su primo que por cierto tenía la misma edad, le compraron una gran cama, con una base en forma de auto de carreras, era el sueño dorado y la envidia de todos los niños de la escuela, que no paraban de hablar acerca de lo afortunado que era de tener padres tan buenos, sin embargo, algunos no tenían tanta suerte, eso pensaba aquel pequeño niño recostado en su heredada pero cómoda fortaleza.
El pequeño y su familia se mudaron a una modesta casa en una colonia nueva, era de angostos espacios pero acogedora,  en cuanto a su familia, estaba formada por tres integrantes, mamá, papá y el pequeño. En un principio no existía ningún problema, el niño dormía con sus padres y se sentía seguro, pero llegó el momento en el que decidieron que ya era hora de darle su propio cuarto, a demás de que los padres querían su privacidad, afortunadamente una de sus tías  aceptó regalarles una flamante y usada cuna que serviría como futura cama, siendo así, nuestro pequeño protagonista paso a tener su cuarto independiente, que si bien la idea no era completamente de su agrado, le emocionaba tener su propio lugar, su fortaleza de la soledad como la de Superman.
La primera noche fue la más dura, sentía la enormidad de aquel cuarto de tres por tres, pintado de color verde limón, a petición de su madre, con la promesa de dejarle pegar todos los posters de súper héroes que el quisiera, tenía aún cajas de cartón donde acomodaba su ropa, a la espera de que papá construyera el closet que se negó a comprar porque afirmaba sin duda alguna que “el podía hacerlo” “es re fácil” decía de forma confiada, mientras media el espacio a “ojo de buen cubero”.
La cama se encontraba  esquinada con pared en la cabecera y en su lado derecho, de frente a el estaba la puerta del cuarto mientras que a los pies de la cama una ventana, que dejaba ver la luna en todo su esplendor cada noche, al pequeño le resultaba particularmente fascinante esto último, pero igual de aterrador cuando las sombras que se dibujaban con cualquier cosa, aparecían formando las figuras más extrañas y aterradoras, sin embargo aquello no era preocupante, se adapto rápido a la enormidad de su cuarto, a la solitaria obscuridad, dormía mucho mejor sin duda alguna y aunque extrañaba a sus padres, se sentía mayor, maduro e incluso atrevía a llamarse  “niño grande”, en el fondo aquella decisión había sido maravillosa para el, sin embargo no todo podía ser tan perfecto.
La primera noche que sucedió, el pequeño se encontraba en ese punto entre dormido y despierto, dormitando antes de caer completamente en el reino de Morfeo, cuando comenzó a sentir ese suave cosquilleo en sus costillas, una comezón molesta en un principio, hasta que se escapó la primera risita nerviosa, una suave carcajada que a penas y se escuchó entre las cuatro paredes, de inmediato se sentó sobre su colchón, un poco nervioso, pero repitiéndose a si mismo que debió ser solamente un sueño, si, seguramente había sido solo eso, incluso llegó a imaginar que una araña había caminado sobre el, al final se quedó dormido sin prestarle mayor importancia.
A la mañana siguiente se levantó un poco más cansado de lo normal, y con un ligero sentimiento de tristeza, pero pensó que había sido por el sueño interrumpido de la noche. El día transcurrió sin mayor problema, aquella sensación de cansancio y tristeza desapareció a lo largo del día, y para cuando regresó de la escuela ya se encontraba bien, alegre y activo como todos los días, pero cuando pasaba frente a su cuarto no podía evitar sentirse un poco inquieto. Una vez más llegó la noche y con ella la hora de dormir, como todas las noches sus padres lo abrazaron, le dieron un beso de las buenas noches y se retiraron de la habitación, cerrando la puerta detrás de ellos, una vez más se encontraba solo en su cuarto, cerró los ojos intentando descansar, y en un parpadeo se quedó profundamente dormido, transcurrieron algunas horas hasta que volvió a sentir  aquella misma sensación de la noche pasada, un leve cosquilleo, comezón de esa que te hace moverte un poco para generar la suficiente fricción con las sábanas  y aliviar la comezón, pero se percató de que no es que no quisiera rascarse directamente con la mano, sino que no podía mover sus manos, su cuerpo por alguna razón no reaccionaba más que para intentar torpes movimientos de gusano, y la comezón no dejaba de crecer, poco a poco escalaba hasta el nivel de causarle una ligera risa nerviosa, aquello que el reconocía como comezón, pronto se manifestó como un cosquilleo focalizado en sus pies, sus rodillas y sus costados, sin poder evitarlo comenzó a reír, intentó resistir y ahogar la risa mordiendo su almohada, pero resultaba inevitable, como aquel que escucha un increíble chiste en clase o en la iglesia y trata a toda costa no reír, no pudo soportarlo y las carcajadas salían con ecos rebotando en los muros, reía más fuerte, y más y más, pronto pensó que sus padres correrían a verlo, pero no llegaban, cuando menos lo pensó el cuerpo comenzaba a dolerle, el estómago le ardía por el esfuerzo, su garganta raspaba y gruesos lagrimones de desesperación corrían por sus mejillas, no sabe en qué momento dejó de reír, no sabe en qué instante calló presa del sueño o si se desmayó por el esfuerzo, pero despertó a la mañana siguiente, exhausto, como si hubiese corrido un maratón, le dolía todo el cuerpo, no aguantaba la garganta, cuando su madre fue a verlo y tocó su frente descubrió que tenía fiebre y lo mejor sería que no asistiese a la escuela, así que el pequeño pasó el resto del día en casa, descansando en el sillón de la sala, a pesar de la insistencia de su madre porque se quedara en cama.
El resto del día transcurrió  intranquilo, sombrío en aquel sillón, la televisión sonaba de fondo, no le prestaba la más mínima atención, solamente observaba su cuarto, vacío, obscuro e inquietante, las horas volaron y el se sentía cada vez mejor físicamente, el dolor de cuerpo y garganta desaparecieron, sin embargo su mente aún se sentía cansada de tanto pensar ¿Qué pasaría al llegar la noche?
Al final, por fin ha caído el manto estelar sobre el cielo, sus padres apagaron la televisión, lo llevaron a su cuarto, lo arroparon cariñosamente, despidiéndose con un dulce beso y alborotándole el cabello, pero antes de salir el pequeño pide que por favor dejen la puerta entre abierta, argumentando que hacía un poco de calor y no quería dejar la ventana abierta por los insectos, los padres accedieron y después de marcharse, una vez más todo ha quedado en silencio. Pasaron los minutos y el sueño se hacía presente en los pesados párpados del niño quien no dejaba de ver la puerta entre abierta, como una salida de emergencia que bien podría sacarlo de un apuro, los parpadeos se hacían cada vez más largos y difíciles de parar, hasta que se quedó dormido, no sabía bien cuántas horas pasaron pero despertó en medio del obscuro cuarto, y volteo rápido hacia la puerta que ya hacía cerrada, completamente cerrada, aquella vía de escape y esperanza se había ido, quiso levantarse para salir del cuarto, pero su cuerpo no lo dejó, se sentía pesado, como si de repente pesara cien kilos, y entre su lucha por poder mover sus músculos lo sintió, esta vez sintió como los barrotes de madera que quedaban del lado de la pared comenzaron a moverse, crujían y algo comenzaba a tocar su espalda, esta vez no dio tiempo a que arrancarán  la risa de sus cuerdas bucales y comenzó a gritar, con toda su fuerza, hasta que le dolió la garganta, hasta que se le hinchó la cabeza, y lo que sea que lo estuviese rozando seguía subiendo hacia sus costillas, pero de pronto la luz del pasillo le regresó la esperanza, y la imagen de sus padres entrando por la puerta lo aliviaron, al instante todo el fenómeno cesó, sus padres asustados preguntaron que estaba pasando, pero el pequeño no podía explicar algo que ni el mismo podía creer por completo, e incluso tal vez por orgullo se quedó callado, esa noche durmió con ellos y solamente así pudo descansar.
Al día siguiente, se puso a analizar las hechos ocurridos durante la noche, y llegó a la conclusión de que aquello que lo torturaba durante las noches lo obligaba a dormir de alguna forma, no importa cuánto luchara por no hacerlo siempre se quedaba dormido para acto seguido despertar y no poder mover su cuerpo, lo siguiente que logró deducir es que si podía gritar antes de comenzar a reír sus padres lo escucharían, pero no importa que tan fuertes fueran sus carcajadas ellos jamás podrían escucharlo, así que ya tenía sus opciones de salvación, pero, más importante aún ¿Cómo podría resolver aquel problema? Si le contaba a sus padres lo sucedido jamás le creerían algo así, porque ¿que es lo que pasa exactamente?
Acaso son ¿fantasmas? ¿Duendes? Claro, todo eso sonaba sumamente lógico, fuese lo que fuese la inocente mente de un niño comprendía a la perfección que no le creerían, así que esto tenía que solucionarlo el mismo, y se le ocurrió un experimento.
Una media hora antes de su horario normal para ir a dormir, tomó un par de enormes cojines del sillón con la excusa de hacer un fuerte para acampar en su recamara por la noche, fue creíble ya que al siguiente día sería sábado de descanso así que podía desvelar se un poco más, armo su fuerte cerca de la cuna,  sus padres se despidieron mirándolo con ternura, su pequeño tendría una noche de diversión, por lo menos hasta quedarse dormido, entre cerraron la puerta y apagaron la luz, el pequeño encendió una linterna y comenzó su plan maestro, tomó aquellos enormes cojines y uno por uno los coloco detrás del barandal de su cuna, entre la pared y el barandal, creando una pared de cojines que lo separaban del muro por lo menos quince centímetros, se sentía confiado e inteligente, tenía la ligera sospecha de que aquello que lo molestaba salía de la pared o por lo menos de algún lugar en el espacio entre su cuna y el muro, y esa noche estaba dispuesto a comprobar que era lo que lo molestaba.
Paso aproximadamente media hora antes de que el pequeño confiado en su solución se quedara dormido, de pronto un ruido lo despertó, al abrir los ojos con su mirada perdida en las penumbras intentó localizar la fuente del leve ruido que escuchaba ¿era en la ventana? No, su cuarto se encontraba en un segundo nivel así que no podía ser eso, ¿acaso era en la puerta? Tampoco ya que esta seguía entre abierta y fue entonces cuando se le ocurrió voltear la mirada hacia los cojines que había puesto, y en efecto el sonido venía de ahí, más específicamente detrás de ellos, del muro, el tenía razón, lo sabía, venía del muro, pero esa sonrisa confiada cambió a una expresión de terror, cuando observó horrorizado como uno de los cojines se movía, abriendo ese hueco que quedaba entre las uniones, tuvo ganas de llorar cuando un par de dedos se asomaron entre los cojines, abriendo muy lentamente estos, uno, dos, tres, cuatro, cinco dedos de una mano blanca, casi fosforescente se asomaban sujetando el cojín, recorriendolo para que otra mano pudiera salir, abriendo una rendija por donde se asomaban aquellos espectrales apéndices, el pequeño se encontraba paralizado, apoyado en el otro lado del barandal, esquiando entre la cabecera y el lado que daba a su puerta, que desde su rincón parecía quedar a kilómetros de distancia, quiso gritar con todas sus fuerzas pero justo cuando abrió la boca para gritar se le escapó una carcajada, las lágrimas brotaban por sus ojos, y no pudo hablar, giro la cabeza hacia uno de sus costados, solo para encontrarse a una de esas manos tocando una de sus costillas, regresó la mirada a los cojines y las manos se acercaban a él, cada vez más, jalando las cobijas desesperadas por alcanzarlo, y no pudo hacer otra cosa más que comenzar a reír, con carcajadas nerviosas, intentaba con todas sus fuerzas moverse, luchar por dejar de reír o en todo caso reír con toda su fuerza para que sus padres lo escucharán, pero sus intentos eran inútiles, su garganta raspaba y dolía, pero aquellas risas de dolor rebotaban en los cuatro muros de su habitación, las manos que venían de abajo casi llegaban a sus pies, haciendo uso de toda su fuerza física logró romper el extraño trance físico en el que se encontraba, y pateó una de aquellas monstruosas manos con toda su fuerza, las cosquillas pararon por un momento, desgraciadamente aquel valeroso acto solamente hizo enojar al ser o los seres que vivían detrás de la pared, ya que tomaron ambos pies del niño y comenzaron a tirar de él en dirección al muro, detrás de los cojines, pero el pequeño se aferró con todas sus fuerzas al barandal que le quedaba, mientras la mano que segundos atrás estaba provocando el cosquilleo en sus costillas lo tomó fuerte de la pijama y comenzó a jalar bruscamente hacia su lado de la pared, pataleo intentando zafar sus pies del frío agarre de aquellas cosas, se sentía como si el hielo envolviera sus tobillos, presionando con gélida  fuerza, se abrazó del barandal con todo lo que tenía, sin embargo la situación no hacía más que empeorar, notó cómo los otros cojines comenzaban a moverse, dando paso a más dedos, que se convertían en manos ante el claro obscuro del cuarto, avanzando lentamente hacia el como tarántulas carnosas, y el estaba atrapado en aquella telaraña de carcajadas siniestras, quería soltarse y saltar sobre el barandal como atleta profesional, no le importaba caer de cabeza, o romperse algo, pero los tirones eran tan fuertes que por un momento estuvo tentado a ceder ante el dolor de sus pequeños brazos, pero muy dentro de sí mismo sabía que no podía ceder por nada del mundo, así que apretó con más fuerza sus brazos, apretó los dientes y los ojos soltando las últimas lágrimas, el miedo de pronto se convirtió en coraje, pensó para sus adentros que no sería llevado a ninguna parte, no señor, no se volverían a burlar de él, no volvería a ser ninguna mosca asustada en una red, pero para eso debía aguantar hasta el final, aquella escena era tan aterradora como inspiradora, un pequeño aferrándose a la vida contra un ente incansable, cuando repentinamente un rayo de esperanza reveló una posible salida, la luz del pasillo afuera de su habitación se encendió, significaba que alguno de sus padres estaba ya sea en el baño o había bajado a la cocina, debía aprovechar la oportunidad, estuvo guardando fuerzas para ese momento, con cada tirón de las manos el seguro del barandal al que se encontraba aferrado con toda su alma, se aflojó dejándolo al punto en el que un fuerte empujón podía sacarlo y así dejar caer su pequeño cuerpo al frío piso, respiró profundo y dio una fuerte patada con ambos pies a las manos que lo sujetaban, zafándose por un pequeño momento a la vez que empujaba el barandal con el hombro, un leve clic se escuchó y el barandal cedió dejando caer el cuerpo del niño por la orilla de la cuna, sin embargo olvidó que había otra mano sosteniendo su pijama, y quedó colgando de esta antes de tocar el piso, sintió como lo jalaba fácilmente de vuelta a la cuna, de vuelta a la pesadilla, sin embargo no lo pensó dos veces y se sacó hábilmente la camiseta de la pijama, solo así pudo tocar el piso, rodó como un pequeño tronco alejándose de la cama, por un momento se quedó tirado en el centro de la habitación, esperando que de alguna forma lo siguieran, pero no pasó así, aunque sabía en el fondo que esa cosa o cosas lo miraban desde los muros, furiosos por no poder alcanzarlo, por no poder llevárselo, esta vez había ganado, se levantó y corrió hacia la puerta, volteo sobre su hombro para dar un último vistazo a la cuna, pudo ver su camiseta colgando, casi acomodada en el borde de la cama, pensó en correr a recogerla, pero decidió no tentar más a la suerte aquella noche, así que salió del cuarto y casi enseguida chocó con su papá, inventó una escusa diciéndole que golpeó el barandal de la cuna y se cayó, su padre no preguntó y optó por llevarlo a dormir a su cama entre su madre y el, así que el resto de la noche pudo descansar a salvo entre sus padres.
La noche había quedado atrás dejando que los rayos del sol calentaran las primeras hojas de los árboles, los muros de la casa, los pies de la familia cuando el manto cálido se colaba por la ventana, el pequeño despertó con un nuevo plan en la cabeza, lo ideó entre sueños cortos de descanso incompleto, ya que a pesar de la espantosa noche que había pasado, con sus padres de sentía a salvo, quizá simplemente por orgullo o quizá por niño prefirió no decir nada, las pruebas aterradoras de la noche le dieron nuevas ideas, con las cuales ideó un plan que se convertía en una esperanza para el.
Durante el transcurso del día entró a su cuarto, cauteloso, atento a todo detalle, a cada sonido, se acercó con delicadeza a su cuna, ahí estaba la playera de su pijama, atrapada entre los cojines que el mismo colocó como protección, aquella prenda era fiel testigo de un plan fallido, los recuerdos de aquellas frías manos le hacían querer salir corriendo de su cuarto, pero no, esta vez no sería así, tomó una toalla y la amarró a una de las patas de la cuna, comenzó a jalar con toda su fuerza y centímetro a centímetro logró moverla, sudando con el bochorno del medio día, usando toda la fuerza que sus ocho años podían proporcionarle, le llevó casi todo el día poder mover la cuna al centro de la habitación, pero por fin lo había logrado, su madre lo vio en la agotadora faena un par de veces a través de la puerta, sin embargo decidió no ayudar al ver la dedicación casi religiosa que el niño le daba a la misión, tampoco lo interrogó, ya que no quería incomodarlo, quiso esperar a la hora de la cena para preguntar acerca del tema, así que simplemente pasó de largo.
El pequeño ya hacía sentado a un lado de la cama, reposando el cuerpo, mirando a aquel muro con aire satisfecho y retador, pero aún asustado, considerando las fallas de su plan, pensando en ¿Qué pasaría si falla? ¿Qué haría si lo alcanzan de nuevo? Solo quedaba esperar lo mejor y confiar en que su hipótesis fuera correcta.
Cuando la penumbra cayó una vez más  sobre las calles y las casas, cuando llegó el momento de ir a dormir, el pequeño entró a su habitación nervioso, confiado del éxito de su plan, pero a la vez un poco temeroso de lo que pudiese pasar, ninguna precaución era demasiada, así que al despedirse de sus padres le insistió a papá que dejara la puerta abierta, así si algo salía mal solo debía arrojarse una vez más al piso y salir corriendo de ahí, las luces se apagaron y toda la casa quedó en silencio, el niño se encontraba atento al menor de los ruidos, a todas las esquinas, desde el centro de la habitación podía ver los cuatro lados del recinto, detrás de la seguridad que le brindaba el barandal de la cuna, pasaron los minutos y a pesar de que todo estaba en calma podía sentirlo, aquella cosa estaba ahí, del otro lado del muro, furioso de no poder alcanzarlo, con una sonrisa colocó su cabeza sobre la almohada y dejó que el mundo de los sueños lo recibiese en hombros, como un héroe, el niño que venció a un espectro.
Las mañanas eran mucho mejores, despertaba con más energía, más atento y concentrado, con el tiempo comprendió que aquella cosa de alguna manera se alimentaba de él, de su risa, de su felicidad y ahora no podía alcanzarlo, habían noches en las que casi podía escucharlo rugir detrás de los muros de tabique rojo, patalear con ira exigiendo lo que creía le pertenecía, sabía que el estaba ahí, cada noche, hambriento y a la espera de su alimento, después de un año sus padres decidieron darle su cuarto ya que era más grande y  el pequeño de nueve años necesitaba más espacio, sin embargo después de un mes de haber hecho el cambio, se mudaron de esa casa, los padres del pequeño jamás dijeron porque, aunque, el sabía que era por las risas de la noche.

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⏰ Última actualización: May 20, 2022 ⏰

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