Llevaba Medias Negras...

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Estaba saliendo del trabajo en una tarde de otoño, era el mes de octubre y parecía que no tardaría mucho en llover. Estoy agradecido de haber traído paraguas este día.

Tenía que tomar el colectivo desde Linares Baeza hasta la estación de Jódar-Úbeda.
Vivo en una parte de Andalucía que no es tan conocida y que está a unos cuantos kilómetros al sur de Madrid. Me gusta llamar a mi barrio como Calle Melancolía. Desde hace años he querido mudarme al barrio de la alegría; más siempre que lo intento, el tranvía ha salido antes de que pudiera abordarlo.

Eso no es importante.

La razón por la que cuento esto es por... Algo que sucedió en un paso cebra próximo a la estación.
No tenía planes de demorar mucho, pues como ya dije, parecía que iba a llover pronto.

Ahí es donde la ví. Toreando con el bolso a un autobús.

Llevaba medias negras...

Bufanda a cuadros, minifalda azul.

No sé si desde donde estaba ella pudo ver que me dió un vuelco al corazón en el instante en que mis ojos se posaron sobre su hermoso cuerpo, pero cuando el autobús la ignoró, se acercó a mí, con una mirada segura que decía que estaba buscando algo... O eso es lo que me decía mi experiencia en el arte de tratar con las mujeres.

—¿Tienes fuego?

Su voz era armoniosa y dulce como la de una princesa, pero también era de aquellas que te hacían estremecer con sólo rozar tus oídos.
Me dí cuenta entonces que se me había acercado porque tenía un cigarrillo encendido atrapado entre mis labios.

—Tranqui, que me lo monto de legal. Salí ayer del Talego.

El Talego... Me pregunto por qué una mujer tan hermosa y de tan buen ver habría ido al Talego. No le presté mucha atención a ello, pues mi mirada estaba enfocada en sus caderas, y en la delicadeza de su rostro que parecía tallado en el marfil más fino que pudiese encontrarse en esta tierra.

Le esbocé una sonrisa inevitablemente, su presencia hacía que mi corazón latiese como loco.

Le pasé mi mechero.

—Gracias.

Hubo un pequeño momento de silencio incómodo, sólo interrumpido por su voz que nuevamente taladraba en mis oídos de una forma tan placentera que no podía evitar sentirme halagado por el hecho de que semejante escultura me hablara de esa forma.

—Sería guay que me invitaras a cenar ya que estamos, ¿No lo crees, guapo?

Me echó un cable la lluvia, el cielo estaba empezando a nublarse y la lluvia iba a llegar más pronto que tarde. Ví que ella no llevaba paraguas, y entonces me dispuse a hacer mis movimientos.

—¿A dónde vamos, rubia?

—A donde tú me lleves. —Contestó.

En la primera oportunidad que tuvimos, nos subimos al transporte que llevaba a Úbeda.
No tuvimos que caminar mucho desde la estación hasta lo que yo solía llamar mi casa.

La lluvia aún no tardaría mucho en llegar, pero sería tiempo suficiente para poner a la belleza de las medias negras en un lugar seguro...

Como... Mi cama.

—Con un colchón nos basta. —Le advertí. —De estufa, corazón, te tengo a tí.

Me gustaría decir que fue una cena elegante, pero lo más probable es que estuviera mintiendo estrepitosamente. Nada muy complicado, sólo recalenté una sopa y salchichón, acompañada de un poco de vino tinto.

A la segunda copa, hizo la pregunta que causó que todo mi cuerpo dejara de responder a la razón y sólo cayera a sus más bajos instintos.

—¿Qué hacemos con la ropa?

¿Para qué os miento? Mi única religión en este mundo siempre ha sido el cuerpo de una mujer; ella sabía perfectamente lo que yo quería, y yo también sabía que eso era una invitación, una que no pretendía rechazar.




Esa madrugada me colgué del cuello de una nube...





Me gustaría entrar en detalles acerca de lo que ocurrió esa noche... Lamentablemente, tendrá que ser para otro día. Les vengo a contar de lo que pasó después.

























El sol entró por la ventana de mi habitación a la mañana siguiente...











Estaba sólo...

















Me desperté abrazando el hueco de su ausencia en mi colchón...















Cuando me levanté de mi cama, lo único que ví, era mi alcoba vacía.

Todo se había esfumado junto con ella, lo mismo en el resto de mi pequeño y humilde hogar.






Y ella, obviamente, había desaparecido...
























Os voy a ser totalmente honesto...





















No me molesta que se haya ido con mi billetera, con mi ordenador, o con mi Gibson Les Paul.































Lo peor es que se fuera...




Robándome además...

El corazón.



































De noche, parecía tener la piel mágica y suave de un hada, pero cuando llegó la luz del día, se convirtió en Cruella De Vil.


Hasta el día de hoy, maldigo esa madrugada en la que por un momento... Me creía Steve McQueen...







Si en algún paso cebra la encuentras
Dile que le he escrito un blues



Llevaba medias negras...




Bufanda a cuadros...




Minifalda azul...





Joaquín Sabina - Medias Negras

Antología Cancionera - Historias CortasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora