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Mi humano acaba de llegar a casa. Mientras lo veo, estoy pensando que los perros lo están poseyendo  ¡También el agua! Ayer lo ví tomando demasiada, seguro le lavaron el cerebro.

Pero hoy llegó más feliz, casi parecía que, sus saltos sobre la cama, tocaban el techo. Toda su habitación quedó desordenada y yo quedé bajo un montón de ropa que, para colmo, huele peor que un perro mojado ¡Y eso ya es mucho!

Cómo pude salí de ese tormento asqueroso y corrí hacía Heavy que está acostado boca arriba en el suelo rodeado por un montón de zapatos, calcetines y libros que no se de dónde sacó porque ni siquiera lee.

Lo ví abrazando un lápiz, lo miré extraño porque no me prestaba atención y pensé ¿Por qué es tan importante esa cosa y no yo? Estiré mi pata y traté de quitarle el lápiz pero me aparto bien fuerte.

Solté un maullido lastimero en respuesta ¡Jamás me había tratado mal! Eso me causo sentimiento.

—¡Ay no! ¡Peluche, lo siento! —exclama en disculpa y trata de abrazarme rápido ¡Ja! ¿Acaso cree que yo lo perdonaré fácil? Estúpido humano si cree eso.

Me escapó y me apresuró a esconderme detrás del zapato más cercano hasta que mi dueño me encuentre. No tardó en hacerlo y darme mimos. Me hice el difícil a sus caricias porque hirió mis sentimientos.

—Pero, Peluche, ¡No puedes tocar este lápiz! —dice mi dueño levantando el objeto con la otra mano— ¡Es muy importante! Me lo regaló Dee.

¿Tan importante es lo que te regala un perro? Me escapó de sus brazos y me voy ofendido ¡No es justo! Yo le traigo comida y el no me hace caso ¡Pero el perro le regala un estúpido y feo lápiz amarillo y ya es la octava maravilla!

—¡Oye, vuelve acá!

Vete a la mierda.

Peluche.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora