Querida Erika: adiós parte 1

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Querida Erika:

Quizá esta sea la última carta que te escribo, sinceramente esperaba contarte sobre un nuevo viaje que realicé o sobre la nueva casa que compramos con papá, pero no lo es. Después que todos se despidieron de sus familias, pareció que nos hechizaron para no volver a hablar. El camino al campamento fue tan silencioso, que nadie dijo nada en lo absoluto...

La Dra. Barrera no estuvo muy lejos de la realidad, ya que todos los que estaban en ese camión se iban imaginando el destino que les esperaba. Y, sinceramente no es de menos que todos tuviesen miedo. Es muy normal sentir miedo ante esa situación. ¿Cómo te sentirías si supieras que quizá no volverás a ver a tus seres queridos? Bueno, eso era lo que más les estuvo atormentando durante el camino.

Si no fuera porque el Dr. Román tenía reloj, habrían creído que habían pasado como 10 horas, aunque realmente solo habían pasado dos horas desde que habían estado de camino al campamento, donde el teniente Borges los esperaba.

Cuando llegaron ya era de noche y para ser sinceros, nadie estuvo con ánimos para dar una cálida bienvenida a los nuevos. Créeme, era de entenderse, el teniente había perdido a 30 cabos esa misma mañana.

Al fin, cuando tuvo voz, el Dr. Román le preguntó a la Dra. Barrera:

—¿Trajiste una frazada extra?

La doctora revisó las dos pequeñas bolsas en las que había llevado sus pertenencias. Sin embargo, solo lleva su frazada favorita.

—Tengo esta, puedes usarla—dijo ella con una voz un poco ronca.

Esa noche fue la más larga y difícil. Había mosquitos e insectos de por montón y junto con eso, un frío insufrible. Aunque para ser sinceros, era más que evidente que esa noche la doctora no dormiría.

... Aún puedo recordar como es que comenzó todo. Un día mientras desayunaba veía en las noticias que las Naciones comenzaban a tener desacuerdos, de repente en la siguiente semana escuchaba que había amenazas de un ataque al país, y de un momento a otro las noticias informaron que el país había entrado en guerra. Al principio todo se veía lejano, pero tarde o temprano sabíamos que llegaría esta situación. Tratábamos de tranquilizarnos haciendo chistes como: "Lo bueno que los militares tienen a sus propios médicos".  Pero ni eso nos tranquilizaba.

De estar atendiendo a pacientes con diabetes, hipertensión y controles prenatales, comenzamos a atender a soldados. Luego me veía atendiendo a un sargento, y cuando me di cuenta, el hospital estaba colapsando de militares. Aunque cuando caí en cuenta de que todo estaba desenfrenado, fue cuando me encontraba realizando una cirugía de emergencia a un médico militar. Ahí supe que el país estaba entrando en una crisis. Y eso se confirmó al día siguiente en los noticieros. El presidente pedía a la ciudadanía hombres voluntarios mayores de 18 años.

En el hospital se comenzaba a rumorar que pronto pedirían al área de salud voluntarios. ¿Qué crees? Así fue. El Dr. Hernández, director del hospital, nos juntó a todo el personal para darnos la noticia que nuestra Patria nos necesitaba. No quiero mentirte, no presté atención de ninguna de sus palabras. ¿Teníamos que ir frente a la guerra? ¿Nosotros? Me parecía absurdo, yo había estudiado más de siete años para estar en un hospital climatizado, con comodidades y con un horario estable ¿Por qué tendría que ir a morir?, no había estudiado tanto para ir a perecer por personas que ni conozco. Sí, un pensamiento egoísta para un médico como yo, pero es que siendo sincera, eso fue lo que realmente pensé en ese momento y no busco engañarte. Para este momento que te escribo la carta he recapacitado ante esa postura  ególatra. Y me regañé. Porque me había ido del enfoque principal de la razón del porqué estudié medicina. Si estudié demasiado fue para ayudar a todas aquellas personas vulnerables, estudié medicina para ayudar a todas aquellas personas que más lo necesiten...

Querida ErikaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora