Querida Erika: adiós parte 2

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—No estoy muy convencida de esto— dijo la doctora Antonia al doctor Román.

Resultó que, después de algunos días, recibieron órdenes de que tenían que volver a subir y esta vez la doctora Barrea se había ofrecido como voluntaria y también la doctora Antonia.

—Piénsalo bien Luisana— ahora la doctora Antonia se dirigió a la doctora Barrera —Si vamos es muy probable que no regresemos. No creo tengamos la misma suerte que Román­—. Era muy normal comprender el miedo que tenía la doctora Antonia. Ella había dejado a sus dos hijas con su madre. Ella sentía la necesidad de regresar a casa.

—Solo no vayas Toni— le respondió la doctora Barrea a Antonia. —No eres una cobarde si no vas. Al contrario, el simple hecho de que estés aquí te convierte en una mujer virtuosa y valiente. — añadió acariciándole el cabello­—Has sido una de las mujeres más ejemplares en mi vida.

La doctora Antonia rompió en llanto. —Me siento obligada en ir contigo— pronunció con dificultad.

—No me debes nada Toni, al contrario, fuiste una gran maestra. — se expresó la doctora de una manera suave y gentil.

Román y Luisana se despidieron con un abrazo. —Puedo ir en tu lugar— le susurró Román sin soltarla.

—No­. Tienes que vivir, regresar y pedirle matrimonio a Micaela. — lo señaló con el dedo en modo de advertencia y él sonrió.

—A penas regresemos, tú serás testigo de la pedida de mano a Miki— aunque trató de sonar optimista, sentía como su corazón se oprimía.

Durante todo el camino ambas doctoras iban tomadas de la mano en silencio. Resulta que la doctora Antonia tomó la decisión de subir.

...Si de egoísta quisieras señalarme, aun así quiero decirte todo lo que me hubiera gustado pasar a tu lado: Hubiera querido escuchar tu corazón por primera vez, no importaba si dentro de mi vientre o fuera de él en la casa hogar donde te conocería. Me hubiera gustado viajar a la playa juntos con papá. Me hubiera gustado verte aprender a manejar bicicleta mientras que papá te hubiera sostenido por detrás. Me hubiera gustado verte bailar en los festivales de la escuela, ir a un albergue y adoptar al perrito más viejito, correr un maratón, verte nadar, verte hablar varios idiomas, me hubiera gustado verte una vida entera a mi lado...

Cuando llegaron al lugar, no se podía ver casi nada. Estaba lleno de humo y la brisa era demasiado pesada.

—Así es mi capitán, solo perdimos a 13 personas, un porcentaje menor que al anterior enfrentamiento—. Escucharon decir al teniente por medio de un radio. —Así es, aquí estamos preparados para recibir su orden mi señor— volvió a decir.

En ese momento la doctora Barrera se sintió menospreciada. La vida de las 13 personas fallecidas no eran solo una cifra o porcentaje. Como bien se dice: eran vidas.

Sin embargo, no pudo decir nada. Estaba demasiado perpleja ante la situación. Sus manos comenzaron a llenarse de sudor y su cuerpo estaba quedando frio.

Una vez recibida la orden, todos comenzaron a subir. El plan era que los médicos se quedaran en el área segura para recibir a los heridos. Los mismos soldados serían quienes trasladarían a sus propios compañeros y los dos enfermeros que habían ido, serían los encargados de atender de manera superficial a los heridos durante el enfrentamiento. Parecía sencillo, pero no lo era. Tú puedes decir miles de cosas antes de estar delante del verdadero monstruo que te espera. Y realmente fue peor de como la doctora Barrera se imaginó.

Pasaron apenas 40 minutos, las dos médicos iban una detrás de la otra cuando los disparos enemigos comenzaron. La doctora Barrea se tiró al suelo y se tapó los oídos, se encogió en modo fetal y comenzó a llorar desesperadamente y a decir muchas palabras a la vez. En esa milésima de segundo pensó en su esposo Ángel, en sus padres y hermanos.

Querida ErikaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora