III

516 41 2
                                    

Había una pequeña lámpara encendida en el salón. Sobre el claro sofá descansaba olvidada una manta color chocolate arrugada. Caminó hasta la alcoba sin encender la luz, mientras afuera arreciaba el aguacero. Se obligó a respirar hondo, calmando el incesante redoblar de su corazón. La minúscula cajita de terciopelo que reposaba en el fondo de uno de sus bolsillos, le parecía de repente más sólida y pesada. Se pasó la mano por el cabello, a pesar de que sabía que estaba perfectamente peinado, su inquietud le impedía parar quieto.

Pasó al vestidor y se deshizo de la chaqueta formal y la corbata. Al salir pisó algo abandonado en el suelo, frunciendo en ceño lo recogió para examinarlo, había sido un objeto de cartón vulgar y corriente, dentro quedaba un papel doblado, con una dirección y una hora. Era la letra de Hermione, podría reconocerla en cualquier lugar.

Miró su reloj, eran casi las doce de la noche, él nunca llegaba a aquellas horas sin motivos y menos si avisar, siempre consideró de mal gusto hacer esperar a las personas por él sin dar una explicación. Se preguntó cómo de enfadada estaría y si volverían a discutir como llevaban haciendo durante todo aquel tiempo. No deseaba hacerlo, estaba cansado de eso, sólo quería de regreso a la mujer con la que podía compartirlo todo sin trabas ni dobleces, quería llegar a casa y poder sentarse a conversar, ir a la cama juntos, salir a correr, ir al cine, hacer todas esas pequeñas cosas que a menudo daba por sentadas pero que eran las que componían su realidad, las que le hacían feliz. Quería de vuelta a Hermione, a su mejor amiga, a su amante, al amor de su vida.


Se detuvo en el umbral, contemplándola dormir. La bata, una preciosa pieza de seda hecha a mano que habían comprado unos meses atrás en Tokyo, se había abierto revelándole el cuerpo dorado, lleno de curvas sensuales y piel tersa; con extremo cuidado, se sentó en el borde de la cama, rozando una de sus piernas desnudas. Amaba cada centímetro, desde las uñas de los pies, pintadas de primoroso tono rosado, hasta la espesa mata de rizos castaños que enmarcaban el rostro ahora plácido en el sueño.

Suspiró al posar los labios en el muslo, que tembló un poco antes de volver a relajarse. Deslizó la mano más arriba, apartando la tela de la camisola y descubriendo la ropa interior, que ocultaba el oscuro vértice del pubis. Hambriento, luchó sin fuerzas contra el deseo de hundirse en aquella carne que tan bien conocía. Líquida, caliente, dispuesta, inspiró hondo al notarla moverse, un leve quejido y una pregunta, su nombre susurrado con voz soñolienta, le dolían las manos de ganas de tocarla, de hacerla suya, de tenerla debajo de sí y hundirse cuanto pudiese, hasta borrarlo todo. Alzó la vista y se perdió en la intensa mirada de Hermione. Hermione, que le tendía una mano casi con timidez, con esos labios llenos pidiéndole a gritos que los devorase. No pensó más; harto de dudas no nombradas, de recelos sin fundamento, harto de miedos, él sólo quería estar entre aquellos brazos que ahora le acogían, ayudándole a deshacerse de las ropas que de pronto estorbaban. Sólo quería emborracharse del sabor de su miel, beberse cada lamento y olvidarse del mundo.

Paseó las manos codiciosas por el vientre cóncavo, atormentando el delicado botón que se erguía en el pubis, sediento por sus atenciones. Gimieron al unísono mientras su lengua, al fin, seguía el camino marcado por las yemas. La escuchó sollozar, los latidos de su sexo empapado incitándole a llevarla al orgasmo una y otra vez.

—Te he extrañado, Merlín —confesó mientras degustaba aquel delicado sabor a mar, a vida sobre su paladar.

—Draco... por favor...

Jamás había podido resistirse a sus súplicas. Era sólo un jodido hombre. Nadie podría esperar que aguantase ante la visión de aquella mujer, abierta, entregada, sólo para él. Con un gruñido de puro goce, se deslizó en su ardiente interior, aún palpitante. Cerró los ojos, sosteniéndola por las caderas. Llevaba tanto deseando aquello, tanto que quería gritar de goce porque al fin estaba con ella, dentro de ella, su sexo rodeándole, incitándole a hundirse más, más fuerte, más intensamente. Las lenguas se enredaron en una lucha sin cuartel mientras su pelvis percutía, empujando con embestidas cada vez más rápidas, el sudor le rodaba por la espalda mientras luchaba contra el impulso que le gritaba que se dejarse llevar, notaba los lentos aguijonazos del orgasmo arremolinándose en su bajo vientre, ardientes pulsos, que hacían que sus caderas pujasen contra el vientre femenino casi con vida propia. Giró, arrastrándola con él, cediéndole el control de su cuerpo, ansiando que le hiciese suyo, que fuese ella quien marcase el tempo del acto que compartían, que fuese ella, su cuerpo elástico brillando en la penumbra, su interior empapado, ella, sus ojos negros sin fondo, labios turgentes, ella, cintura sinuosa, caderas redondas. Ahuecó las palmas para abarcar sus senos, probando el regusto salado de los pezones, succionó con fuerza, ahogando un aullido de goce. Un instante, un latido compartido, el universo convertido en una sola cosa, Hermione, que le llevaba cada vez más alto, más cerca. Intensidad, con ella, el placer rozaba el dolor, Hermione.



El pequeño papel cuadrado que mostraba un borrón indescifrable estaba sobre sus piernas, ahora cubiertas por la colcha. Leyó de nuevo el escueto informe del médico muggle, parpadeó un instante antes de volver a examinar la sombra redonda, tan diminuta que parecía increíble que aquello tuviese vida. El alivio, la incredulidad, la felicidad se confundían en su interior, impidiéndole hablar. Quería tragar saliva, porque notaba la garganta alarmantemente reseca. Carraspeó y sin dejar de contemplar el folio, le tocó la mejilla.

—¿Estás segura...?

Después de hacer al amor, Hermione simplemente se había levantado y, con una indescifrable expresión, le había entregado todos aquellos documentos. El miedo que sintió al ver el membrete de la clínica quedó sustituido por un abrumador estupor.


—Draco —empezó aún sin mirarle, avergonzada por su actitud—, sé que no estaba en tus planes... ni en los míos, pero...

—Siete semanas... —la interrumpió, mirando de nuevo los datos, una sonrisa traviesa en su cara—, ¡eso fue en nuestro aniversario!

—¡No me estás escuchando! —protestó—. Intento decirte que no... que comprenderé que no te...

—Espera —exclamó, observándola—, ¿Creíste que no... querría o que podría dejarte sola? ¿Por eso estás así? —Las mejillas de la bruja se colorearon; dicho de aquella forma, hasta ella misma se avergonzaba de su actitud irracional. Draco, con los brazos cruzados, la evaluaba, como si estuviese decidiendo si debería sentirse ofendido o no por la poca confianza que había depositado en él—. ¿Era eso?

—Siempre aseguraste que los hijos no eran una prioridad para ti. Nunca... nunca dijiste que quisieras... —tartamudeó. Observando la expresión, a medio camino entra la sorpresa y el enfado, de su novio decidió callarse y dejar las excusas tontas.

—Ni para ti, jamás hablamos de ello, ninguno de los dos —respondió con sequedad, chasqueando la lengua—. Pero eso no tiene nada que ver. Está aquí... y eso es lo que importa ahora, lo hayamos planeado o no. Circe... —Posó la palma sobre el vientre cóncavo—. Aún es pronto para sentir su magia, pero estoy deseándolo. Un Malfoy... será increíble.

—Draco... ¿de veras no te importa? —insistió.

La miró con seriedad, los dedos posados en el monte de Venus se tensaron un segundo, pero su expresión siguió siendo la misma.

—¿Y tú Hermione... lo quieres tú? —indagó con voz suave—. ¿Quieres tú tenerlo?

—Sí —susurró—. No lo había pensado y es cierto... he sido yo quien más se ha sorprendido... lo reconozco, pero ahora... lo quiero Draco.

—Entonces los dos deseamos lo mismo, ¿verdad? ¿Quién iba a decírtelo en tercero, eh, Granger? —bromeó—. ¡Vas a ser la culpable de que dentro de poco haya otro precioso Malfoy volviendo locas a las chicas de Hogwarts!

—Oh, cállate —sollozó, dándole un pequeño empujón, aún abochornada por la actitud que había tenido durante aquel tiempo.

—Ah... ¿en serio? Si sigues con esa actitud —ronroneó abrazándola—, no me vas a dejar más remedio que no darte la sorpresa que te tenía preparada. De hecho... me has hecho sufrir mucho, Granger... ¿cómo vas a compensarme?

Se subió a horcajadas sobre los muslos cubiertos de un delicado vello rubio y, mirándole de frente, Hermione sintió que al fin podía dejar atrás esos tontos recelos. Los ojos grises de Draco brillaban, dulces y diabólicos a la vez. Se estremeció de anticipación al notar las manos recorriéndole la espalda, bajando hasta descansar sobre su trasero. Iban a hacerlo, pensó, notando el vértigo del miedo y de la felicidad intoxicándola, iban a hacerlo.

—Haré lo que desees —prometió, sus labios rozando los de Draco mientras enredaba los dedos en los largos mechones casi blancos, aún húmedos de sudor.

—Qué Gryffindor de tu parte —se burló, atrapándola en un beso que la dejó sin aliento—. No deberías ser tan inconsciente, podrían pasar años antes de que decidiese que he sido desagraviado.

—Me arriesgaré —afirmó, notando la incitante dureza bajo sus nalgas.

—En ese caso... ya que ambos estamos de acuerdo —susurró deslizándole la sortija en el dedo—, quizás debamos sellar este pacto de forma oficial. ¿Qué opinas, señora Malfoy?


FIN

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Apr 23, 2015 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

INESPERADO - one shot DRAMIONEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora