Cintia corre desesperada por las abarrotadas calles de Nueva York. Oye a los policías detrás de ella persiguiéndola. ¿Por qué la persiguen? Ah, sí, acababa de asesinar a su pareja.
Esquiva a varios neoyorquinos que le gritan, pero ella los ignora. No tiene tiempo de disculparse. El intenso tráfico facilita su huída, ya que los coches no pueden seguirla, pero es muy escandaloso.
-¡Alto!- vuelve a gritar el policía.
Cintia gira a la derecha en la siguiente avenida y otra vez a la derecha por una callejuela. La gente la mira confundida. Empieza a cansarse. Escucha un disparo cerca suya. Algo cálido desciende por su oreja derecha. Corre con todas sus fuerzas, si se detiene, la atraparán. Las calles se vuelven borrosas a sus ojos y los pitidos de coches y gritos se confunden.
El gris de los edificios se transforma en un verde vivo, y el murmullo de la ciudad en unos pájaros cantando y el sonido de un río fluyendo.
Cintia frena y observa extrañada a su alrededor. Ya no está en Nueva York. Está en un exuberante bosque. Un extraño pájaro pequeño, negro completamente excepto las alas, que son blancas, con una pequeña cresta, que Cintia no reconoce, canta una melodía harmoniosa de cuatro notas. Sigue el ruido del agua y llega a un riachuelo. Observa su reflejo en el agua cristalina. Una joven de ojos verde marino, pelo rubio y lacio hasta la cadera, piel de marfil, esbelta, alta y bien proporcionada le devuelve una macabra sonrisa desde el río. Unas gotas de sangre caen, tiñendo ligeramente de rojo el agua. Cintia se da cuenta que la bala le ha rozado la oreja. Se aparta el pelo para observar mejor la pequeña herida, pero sólo logra manchársela con la sangre que tiene en las manos, prueba de lo que acaba de suceder. Recuerda la sensación de placer al hincar el frío y duro cuchillo en la cálida y tierna carne de su pareja, y cómo la sangre salía a borbotones desde su cuello. La cara de miedo del chico tendido en el suelo es lo que más placer le produce. Un vecino escuchó los gritos y avisó a la policía, pero Cintia no huyó, se quedó sentada a su lado, en el charco de líquido escarlata, hasta que su pareja exhaló su último aliento. Obviamente la policía llegó antes de que ella se fuera y por eso tuvo que salir corriendo. Sonríe por última vez antes de meterse en el río para limpiarse la sangre. No quiere que una horrible mancha quede para siempre en esos tejanos que tanto adora, ni en esa camiseta que tan bien se amolda a sus curvas.
Cuando ya está bien limpita y fresca sale del agua. Un ciervo corre apacible cerca de allí.
-¿Dónde estoy?- susurra sin esperar respuesta.
Deambula por el bosque, intentando comprender cómo ha llegado allí. Se fija de nuevo en los pájaros. Cintia jamás se ha interesado por los animales, mucho menos por las aves, pero esta tiene algo que le resulta extrañamente familiar.
Como si estuvieran sincronizados, todas esas peculiares aves callan, creando un tenso silencio que le pone los pelos de punta a la muchacha.
Un fuerte viento la despeina y de repente siente un pinchazo en el brazo que le da una descarga eléctrica que la paraliza. Un aerodeslizador desciende y unos hombres muy extravagantes la cogen y la suben. Ambos hombres tienen el pelo teñido de turquesa. Uno, el más alto, lleva los párpados pintados con un intenso azul cobalto y los labios negros, a juego con el uniforme que lleva. El otro, más musculado, lleva los labios y los ojos de un azul verdoso.
Encierran a Cintia en una jaula eléctrica y por fin logra moverse. Lo primero que hace es retroceder hasta llegar a la otra pared de la jaula, que por suerte, no está electrificada.
-Esos pájaros eran sinsajos- susurra Cintia asustada, comprendiendo todo lo que está pasando.
-Esos pájaros no existen- dice el de los labios negros, aunque parece más un gruñido animal.
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El mundo de los libros
Short StoryUn microrelato sobre una chica y un extraño suceso. Espero que os guste.