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Avanzaste por el pasillo con las luces apagadas, simplemente porque te gusta esa sensación de vértigo cuando caminas a oscuras.
No llamaste al ascensor, vives en un segundo y nunca te ha importado bajar las escaleras. Hasta hubo un tiempo, cuando acabaste de llegar a tu nueva casa, que las bajabas y subías varias veces ya que siempre habías oído decir que era una manera fácil de adelgazar y tonificar las piernas.
Estabas en la puerta, el suelo de la calle estaba mojado. Perfecto, estaba lloviendo. Pero nada iba a pararte y menos cuatro gotas estúpidas de lluvia.
Saliste del edificio mirando la puerta de reojo, y tu timbre, 2°C en el que estaba tu nombre escrito en negro sobre un trozo de papel higiénico, bajo su plaquita de plástico transparente. Te entraron ganas de arrancarlo. No, mejor no. No creo poder, pensaste dándole doblando la esquina de la calle.

Te intentabas concienciar de que no, pero en verdad tenías hambre. Así que pensaste en ir al bar más cercano y allí tomar algo.
De camino, empezaste a pensar en todo y a la vez en nada. Querías tener claros los motivos por los que estabas convencida que querías sentir como dejabas de respirar y tu corazón se paralizaba. Entonces, recordaste una frase que tu hermana te dijo una vez:
La vida es sólo una visión.
Un sueño...
Nada existe, sólo espacio vacío y tú.
...Y tú, no eres más que un pensamiento.

Ella tenía tres años más que tú, sufría una extraña enfermedad degenerativa que se desarroyaba a medida que pasaba el tiempo y que desde temprana edad le hizo desplazarse en silla de ruedas. Mas la enfermedad de tu hermana y su falta de movilidad nunca fueron motivos suficientes para ti como para importarte, la querías por el mero hecho de existir y con los años fue a más este sentimiento. Erais las mejores amigas, lo compartíais todo, jugábais juntas a los coches y a las muñecas, a videojuegos o a ver pelis y hacer como si fuéseis prestigiosas críticas de cine y comentarlas mientras bebíais agua como si fuese té y las galletas de vuestra madre como si fuesen pastas; te ayudaba con los deberes y trabajo. Tenía un alma joven y aventurera protegida por su semiparalizado cuerpo y siempre lo supiste. Ella era tu apoyo, era una pequeña gran parte de ti, un impulso y una pausa, un consejo y dos y tres...
-Mientras te acercabas, esto daba vueltas a tu cabeza. Escogiste la mesa del fondo porque tiene un cerezo al lado que da sombra y las gotas seguían por algunas hojas y pétalos. -

Pero por desgracia, su extraña enfermedad le tenía los días contados. Y tras su decimocuarto ataque, debido a discusiones con tu madre, no llegó con vida al hospital. El día anterior, jugando tu hermana y tú a un videojuego de vuestra serie favorita, ella te dijo que la situación con mamá no estaba bien y que seguramente se marchase de casa pronto para continuar los estudios en un centro homologado, tú entre sollozos le preguntaste con la voz quebrada: -¿quién cuidará de tí cuando yo no esté?- Tragaste saliva, secando tu ojo izquierdo del que iba a caer una lágrima, añadiste: -¿Quién cuidará de mí cuando tú no estés?

-Camarero capullo, como no te acerques en diez minutos te juro que te salto los ojos con una rama de cerezo

Tú no te enteraste hasta hace un par de meses de lo sucedido el día de después. Pensabas que ya habría llegado a la universidad y que no te cogería el móvil ya que estaría ocupada con tantas pruebas de inicio y todo el rollo, aun así le escribias mensajes en los que les deseabas suerte, contabas cómo estabas o le repetias lo mucho que la querías.
Tus padres te lo ocultaron hasta que pensaron que tu estado mental era mejor, pero sólo sirvió para hacerte más daño.

Y hoy, meses más tarde, las 15:48, tú en la terraza de aquel café, con una infusión en la mesa -que era más whisky que agua- y un cigarro entre los dedos, recordabas otra mierda más de esta vida que cada minuto se acerca más a su final.

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⏰ Última actualización: Jun 03, 2015 ⏰

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