Sara Elizondo siempre se habia enorgullecido de ser una persona empática. Eficiente, justa y sin pelos en la lengua, pero sobre todo con una extraordinaria capacidad de ponerse en el lugar del otro cuando era necesario. Quizás fue por eso que la sorprendió cuán dificil se le hizo comprender la magnitud del horror que vivió su esposo durante los años que estuvo lejos de ella.
Fue una noche en casa de Norma y Juan, cuando aun no se habían reconciliado oficialmente, que Sara se reencontró con la piel desnuda de su esposo y descubrió una cartografía extensa que describía detalladamente cada sufrimiento físico que pasó. Recorrió con sus dedos y sus labios cicatrices y quemaduras, callos y marcas de origen incierto. Franco no atinó a taparlas, porque el alivio de estar de nuevo en contacto con el calor abrasador de Sara se impuso a cualquier pudor.
Les llevó varias noches como esa, en las que se rendían al deseo para luego continuar pegados el uno al otro, disfrutando la cercanía para que Franco empezara a relatar, a cuentagotas, partes de esa experiencia.
Revivir el horror para compartir el peso resultaba un alivio extraño para Franco, que dócil relataba una por una sus miserias.Sin embargo, no fue hasta que Franco volvió a compartir su cama que Sara pudo entender que sus cicatrices eran mucho mas hondas que las que llevaba en la piel. Franco tenía pesadillas. Incontables, constantes, aterradoras.
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Si la piel se hace noche
Художественная прозаPasión de Gavilanes 2 - Franco y Sarita Desde su regreso, Franco ha tenido problemas para conciliar el trauma de su experiencia con el regreso a la vida cotidiana. (título de Canción víbora de Luis Garcia Montero)