"Rojo como las rosas"

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   El silencio se hizo en el enorme chalet. Los gritos anteriores de desespero y angustia por fin habían cesado, los ruidos de golpes fueron apagados seguidamente. Hubo un suave rumor de risa y pasos cortos, lentos y deliberados en el suelo de moqueta. Era un caminar tranquilo, como si esa persona no tuviera preocupación alguna de nada. Las escaleras de madera, cubiertas por una muy fina capa de suciedad y líquido de extraña procedencia, crujieron bajo ese suave peso unas diez veces antes de volver al suave silencio principal.

   Una gran figura negra se movía con confianza por el vestíbulo hasta el salón donde otras cuatro figuras yacían. Dos de rodillas, otra de pie al lado de la primera y la última esperaba sentada. Todos alzaron la cabeza cuando vieron a la imponente forma de hombre, la luz se encendió y todo pudieron ver al hombre de cabellos largos y negros, despeinados, piel pálida y rostro severo. Sus ojos negros brillaban en alegría, diversión, excitación y emoción. Su respiración se mantenía suave, su postura recta e imponente, demostrando su metro ochenta de altura sobre las dos mujeres arrodilladas en el medio del gran y decorado salón.

   Alzó una mano, el hombre de cabellos cortos y rostro casi desfigurado se apresuró a levantarse y sacar de su bolsillo un encendedor y un puro el cual encendió después de colocarlo suavemente en la boca del mayor. Este mismo inhaló profundamente, retiró el puro de su boca y soltó el vapor cargado de tabaco. Nunca apartó la mirada de ambas chicas, una de joven aspecto, tierna, increíbles ojos azules y suaves rizos rubios; la otra con tristes y desesperados ojos marrones y con el cabello despeinado rubio ceniza. Eran hermosas, tanto la joven como la vieja.

   Meditó en silencio. Cuando llegó a una conclusión, asintió para sí.

   —Ya que mi querido amigo deudor ha muerto, lamentablemente no pudo aguantar la ronda de golpes que creemos todos que se merecía después de habernos tomado el pelo por dos años, nos quedan estas dos hermosas damas.

   — ¿Qué deberíamos hacer con ellas? La chica es deportista, sus órganos valdrán mucho, hermano. —sugirió el tipo de pie a un lado de ellas.

   —Izuna, Izuna, Izuna. —negó—. Eres joven e ingenioso, pero no creo que ese sea un merecido castigo para estas mujeres. —frunció el ceño—. Mi amigo allí arriba me reconoció que ellas estaban al tanto de la deuda pero en ningún momento hicieron nada para mejorar su situación...

   — ¡Lo sentimos tanto! —interrumpió la mujer más joven—. Podemos pagar...

   —Llévalas con Kakuzu. —siguió hablando—. Las venderá muy bien en su lugar. Dile que el 70 por ciento de lo que paguen, será para nosotros, el resto para él por las molestias. —sonrió—. Y si quieres puedes verificar si la chica es virgen, puedes tardar el tiempo que desees. Es tu cumpleaños después de todo, hermanito. —volteó al otro—. Obito, sube y asegúrate de borrar todas nuestras huellas. Quema la casa después.

   —Sí, enseguida jefe.

   El hombre enseguida se apresuró a cumplir su mandato cuando el mayor observó un jarrón con rosas blancas. Eran jóvenes y todavía frescas, seguramente puestas ese mismo día. Sonrió y llamó a Obito quien volvió corriendo con su jefe. Este agarró el ramo, se acercó a las dos mujeres, a la mayor, y quitó la cinta que ataba su despeinada coleta de caballo baja blanca y ató el ramo. Se lo entregó al joven.

   —Tiñelas de rojo.

   Solo con un asentimiento, volvió a salir rápido y silencioso.

[...]

   Tranquilo en su cocina, pelaba y cortaba unas patatas para su tan ansiado guiso de pavo. Después de tanto tiempo de guardia en el hospital estaba muerto de hambre, pero de una comida casera y no de la preparada de la cafetería o de los simples bocadillos y gaseosas. Le dolían los pies y bostezaba a cada rato pero el hambre era superior a su cansancio, su boca se hacía agua al ver como su tan deliciosa comida se hacía poco a poco.

Hibristofilia [MadaHashi] {Filia 1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora