El bosque de las luciérnagas

62 4 0
                                    

Yace, yace en el suelo, desorientada, ahogada entre sus lágrimas, sucumbida por el terror. La lluvia moja su pelo rubio que adquiere un tono más oscuro. El viento azota su rostro apenado con tanta violencia que le llega a producir dolor, pero nada comparado con su tortura. El viento, también, hace que las lágrimas que recorren su tez vuelen en el aire formando un goteo salado y cristalino. El silencio de la noche favorece la propagación del sonido de sus sollozos que se difunden a lo largo del denso bosque y que suenan cual música ambiental. Las luciérnagas adoptan el rol de pequeñas bailarinas en la noche estrellada, así como su luz, la alumbra.

La chica continua con sus acérrimos gritos de dolor, que no eran más que el calco de su miserable situación. Pensaba, que no tenia más razones para continuar, que aquí acababa su existencia para dar paso a un extenso letargo. En su mente se mezclaban miles de voces, que al unísono, le declaman. Ella grita de nuevo mientras con sus manos estira su cabellera, pero no siente dolor, solo quiere expulsar esa rabia que le martiriza. Araña su rostro con las uñas, pero su furia no cesa. Cierra el puño y golpea el suelo repetidas veces, son golpes fuertes y certeros. Pero el suelo no es un rival débil y hace que los nudillos de la joven se despellejen y comience a brotarle sangre, que acaba derramada sobre su esplendoroso vestido de novia.

Las luciérnagas siguen revoloteando al rededor de la muchacha, y ésta en un arrebato de cólera, arremete contra ellas haciendo aspavientos con los brazos. Los pequeños invertebrados se asustan y acaban marchándose hacia otro rincón del frondoso bosque. Se reclina hasta el punto de tumbarse completamente, nota la tierra húmeda en su espalda. No le preocupa manchar el vestido, por desdicha no le podría dar uso. Otro ataque de ira le azota y esta vez el damnificado es su ropaje, que acaba por desgarrarse tras los tirones incesantes de la dama. Comienza a respirar profundamente, su jadeo se mezcla con sus sollozos imparables. Su cabeza solo puede pensar en una cosa, la muerte de el que sería su marido en cuestión de semanas.


Jerome había sido un joven elegante de alta cuna, apuesto y delicado con ella. El amor que sentían los dos mutuamente era conmovedor, pocas personas habían llegado a quererse hasta el extremo que ellos lo hacían. Él había sido formado en el ejército y nombrado el mejor estratega de su promoción, en poco tiempo los generales se fijaron en él y fue enviado a Cuba con la promesa de volver.

La chica exclamó la palabra mentiroso, que rauda recorrió el bosque de extremo a extremo resonando con un cántico estremecedor. Golpeó de nuevo furiosa el suelo, pero no hizo más que volver a sentir dolor, no más del pesar que ya soportaba por si sola. Consiguió calmarse pensando los momentos que Jerome y ella habían pasado juntos: El día que se conocieron en el casamiento de la hija del Marqués de Tazones, su primera escapada juntos a la luz de la luna, las visitas que le hacía en ferrocarril... Observó el cielo, las nubes de lluvia ahora habrían grandes claros en los que se podían observar el cielo estrellado. Siempre se había preguntado si era allí donde de verdad iban las personas buenas, ella sin ninguna duda sabía que su prometido estaría en aquel lugar, esperándole.

No sabría decir cuanto tiempo estuvo observando los pequeños astros a millones de kilómetros de la tierra, pero la nubes desaparecieron por completo. Observó más aun si cabe el cielo nocturno y agudizo el oído, a lo lejos sonaba la melodía de un refinado vals. Sin previo aviso, el firmamento comenzó a bailotear, las estrellas se movían de aquí a allá siguiendo el tempo de la lejana música que cada vez se oía con más intensidad, como si se acercara poco a poco. La dama se frotó lo ojos, pensaba que estaba alucinando pero no se desvaneció la visión.

Oyó un sonido tenue tras ella y se giró, alzó la vista y se le cortó la respiración. Allí estaba su prometido, ataviado con su traje militar. Su tono de tez era más pálido de lo habitual y sus ojos pardos adoptaban un color más oscuro, de su figura emanaba una luz singular de un tono celeste. Tardó unos segundos en reaccionar y levantarse para abrazarlo. Fue prolongado, ella lo miró de nuevo y susurró unas palabras. Jerome le miró a los ojos y esbozó una sonrisa, entonces la joven lo entendió todo. Él comenzó a acariciar el delicado pelo de la dama mientras ella apoyaba su cabeza en el pecho del chico. Sintieron como si se detuviera el tiempo, como si la noche fuera eterna, ambos unido como si de cadenas etéreas se tratase. Las estrellas habían descendido desde el firmamento hasta situarse a su altura, danzando sin parar al son del vals. Las luciérnagas reaparecieron a toda velocidad, quizás guiadas por la agradable pieza musical, y comenzaron a adoptar formas compactas que recodaban mucho a figuras humanas. La dama se frotaba los ojos con incredulidad, pensando que todo aquello sería un sueño, que debía volver a la realidad. Los cuerpos creadas por miles de lucecitas volátiles comenzaron a danzar, la estampa era realmente mágica. Jerome tras ver aquello se apartó de la muchacha y con una reverencia muy cortés invitó a la que fue en algún momento su prometida a bailar. Ella aceptó sin dudarlo, sería su último baile con su amado.


El movió un pie, ella lo siguió y así comenzaron con una bonita danza al son de la música de Johann Strauss. Giraron y giraron durante mucho tiempo, entre la cantidad de temas la joven pudo distinguir el "Danubio Azul", "Cuento de hadas", "Sueños Juveniles"... Perdió completamente la noción del tiempo, para ella estuvieron danzando por horas. El bosque había desaparecido y había dado paso a una gran sala de baile con una dorada lámpara de araña que presidía colgada en el centro de la sala, también bailaron a la orilla de un río incandescente y en el pico de una montaña teñida de blanco por la nieve. Los dos se miraban fijamente a los ojos y en sus rostros se podían apreciar muecas de alegría, el llanto de la dama había pasado de puro dolo y rabia a un sutil goteo de emoción. Cuando comenzaron a sonar los primeros acordes del "Balanceo del Fénix" el escenario cambió de nuevo, el tapiz se convirtió en un vacío infinito, estaban volando y cada vez que sus pies se movían dejaban un rastro lumínico, las estrellas se posaron bajo sus pies dando lugar a una cantidad de constelaciones y nebulosas. Siguieron el rumbo hacia otras galaxias, rozaron rocosos planetas y atravesaron densos gases, llegaron a un asteroide recubierto de hielo y se perdieron en los confines del universo. Ambos sonreían y reían con la alegre melodía con la que se habían conocido, parecía que él intentaba cortejarla como aquel día. Los giros a toda velocidad hacían que la fabulosa cabellera de la dama volara desmelenada. Cuando llegó el final del vals los dos se abrazaron con una ternura indescriptible y al aviso de las dos últimas notas, reaparecieron en el bosque.


La música cesó y Jerome y ella quedaron en el claro del bosque donde todo había empezado. El joven apartó la mirada a la dama y observó el césped que crecía en aquel paraje, cubierto por las gotas del rocío de la mañana. El primer rayo de sol se divisaba ya en la lejanía como si fuera un camino dorado hacia algún mundo mágico situado tras la gran bola de fuego. La chica abrazó por última vez a su enamorado con fuerza y esté fue capaz de besar la frente de la dama, sus labios estaban congelados, como los de un cadáver.


El chico comenzó a brillar con un luz cegadora que hizo que la chica tuviera que taparse los ojos con las manos, entre los dedos observó como Jerome comenzaba a descomponerse en pequeñas partículas brillantes que se alzaban hacía el cielo. Lo vio sonreír, satisfecho de poder haberse despedido de la mujer que había marcado su vida. Finalmente el chico desapareció y ella cayó al suelo dormida...


La joven se despertó en su habitación jadeando, el sol relucía en el centro del cielo. Por su ventana, aún tapada con una tela roja, entraban fulgurantes rayos de sol que iluminaban la estancia. Las sábanas estaban mojadas como si un chaparrón hubiera caído sobre ellas. Su vestido de novia, que aún llevaba puesto, también estaba mojado, manchado de barro y de un verde propio de la hierba, sin contar que estaba desgarrado por varias partes. Se levantó rápidamente del colchón de plumas y se despojó de su vestido quedándose totalmente desnuda, se llevó la mano derecha al bajo vientre, quizás por pudor pero enseguida recapacitó y volvió a una posición estática. Comenzó a rebuscar en cajoneras, mesitas y estanterías repletas de libros que comenzó a tirar, sacó los cajones y los desocupó lanzando su contenido encima de la cama. La mayoría eran lujosas joyas de oro, plata y piedras preciosas que iban desde broches hasta galantes collares y pendientes. Exclamó de exasperación al no encontrar lo que buscaba. Puso sus dedos indices a la altura de la sienes en gesto pensativo y enseguida reaccionó y abrió el armario, sacó vestidos de seda, lino y demás materiales que destacaban por sus suntuosos colores. Cuando estuvo todo tirado por el suelo comenzó a sacar cajas y en una arremetida de cólera, fruto de la desesperación, pateó varios de los vestidos que había tirado al suelo. Finalmente encontró un puñal en el fondo del armario, era un puñal sencillo pero muy afilado, estaba nerviosa y le temblaba la mano. Se dirigió a la ventana con paso firme y estiró de la tela roja que la recubría. El patio del palacio estaba lleno de gente que entraba y salía con carruajes, el ambiente estaba ajetreado aquel mediodía. La chica cerró los ojos y dejó que el sol reflejara la luz en su rostro, cogió el puñal decidida y con un tajo preciso cortó unos cuantos mechones de su pelo, repitió la acción varias veces hasta que su cabeza quedó completamente rapada. Recogió toda la cabellera de la que se había desecho, alargó la mano llena de pelo por el umbral de la ventana, brillaba como el oro recién fundido, y lo soltó dejando que el viento lo transportara hacia algún lugar donde la magia existe, hacia el lugar donde pudo bailar el vals que ya no tendría en su boda.

El bosque de las luciérnagasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora