Episodio uno: los días de clases son aburridos.

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Segundo semestre...

“Otro semestre en la escuela universitaria, así que quisiera retomar lo que sucedió el semestre pasado pero sigamos con la historia; En la escuela te puedes encontrar con cualquier tipo de estudiante. Esta el chico que conoce a todo el mundo. Los grupos tontos que te presionan para que les parezcas simpático. Aquéllos que se esfuerzan lo suficiente. Luego están los que no hacen ni una mierda. Los que te odian, pero te aman en secreto. Y por último están esos que se toman todo con tranquilidad…

Otro maldito semestre. Me muero de flojera (y literalmente hablando, casi moría) solo pensar que voy a volver a clases después de lo que sucedió el semestre anterior. Fue una tragedia teatral y algo vergonzoso, pero servirá para una buena anécdota cuando sea más viejo. Para mis sobrinos, tal vez.
Estaría padre que pudiéramos hacer las clases en línea, en la comodidad de nuestras casas, pero básicamente estaría perdiendo el tiempo porque no se aprende ni una mierda con las clases en línea, seamos sinceros. Si puedo hacerlo, aunque así se requiere de mucho trámite y por ahora no quiero hacer mucho alboroto.
Y luego tendré que usar ese colorido uniforme tonto. ¿Estará limpio? No tengo idea. Desde el semestre pasado que no lo uso. Me río para mis adentros.
Salgo de la cama y bajo a la cocina, están todos aquí. Mis papás y mis hermanos.
—Que madrugadores… —digo con un hilo de voz.
—No quiero imaginar que te acabas de levantar —me responde mi mamá.
—Entonces no te imagines —respondo como si fuera de mala gana, pero es una simple contestación.
Tomo asiento y mi papá me acerca el plato. Le agradezco.
Said se sorprende porque no agradezco con frecuencia. Parece más una burla.
—¡Anda la osa! Tú suicidio fallido te hizo ser más agradecido.
—¡Cállate! —mis papás le reprenden.
Se sorprenden lo suficiente como si la palabra “suicidio” fuera cosa de otro mundo.
—Bueno, así parece…
—Mi suicidio no debió haber sido fallido —digo extrañado—. Estaba muy bien calculado.
Todos guardan silencio, es como si hubiese contado un chiste en un funeral. Para mí resulta gracioso.
Mi mamá se aclara la garganta y pregunta:
—¿Te tomaste tus medicamentos?
—No me duele tanto, solo a veces.
—Entonces deberías seguir tomándolas —dice.
—¿Estás emocionado porque regresas a clases? —mi papá intenta animarme.
—No tanto —respondo fríamente—. ¿Por qué me animaría volver al lugar donde conocí al tipo que provocó que me… —aclaro mi garganta para los ahora delicados oídos de mis padres—. Casi me quitará la vida?
—Deberías darte prisa comiendo, tu transporte escolar no tardará en llegar.
—Todavía faltan cuarenta minutos —le digo.
—Si, te debiste haber levantado desde hace una hora.
—Pues ya no me dan ganas —comienzo a irritarme—. ¡Las cosas cambiaron y hubieran cambiado mucho!
—¡Ya cállate Max! —grita, parece alterada. ¿Está bien? Se preocupa demasiado. Alzó una ceja.
De nuevo hay silencio y miradas incómodas que pasan de uno a otro. Pero tienen miradas que te dicen que sienten lástima. Que feo que tu familia sienta lástima por ti y no por ellos. Eso debería darles lastima.
—Comeré algo en la escuela —digo con toda tranquilidad.
Me pongo de pie y salgo de su vista.
—Max… —dice mi papá con voz queda.
Subo a mi habitación y me pongo el uniforme de colores.
Que alegres se ven, espero intentar verme igual.
Un pantalón gris, una playera blanca con el escudo de la universidad sobre el pecho hacia la izquierda y un suéter naranja también con el escudo de la universidad sobre el pecho hacia la izquierda.
Me unto cera en el cabello, me pongo mis anteojos y tomo mi mochila con un cuaderno adentro para las notas. Esta vez dejaré el suéter aquí, ni siquiera hace tanto frío.
Veinte minutos para que llegue el transporte escolar.
Bajo en silencio, para que nadie se de cuenta de que he bajado, no quiero hablar de lo que pasó en la mesa.
Pero grito:
—¡Ya me voy! —grito desapercibido.
¡Auch!
—¡Adiós! —todos al unísono.
¡Cielos! La costumbre.
Salgo corriendo y me acerco a la acera. Camino dos cuadras y me detengo en la esquina.
Diez minutos más tarde se acerca el transporte. Subo y me le quedo viendo varios segundos porque es nuevo. ¿Qué pasó con Lozano? Bueno, así se llamaba.
Le muestro el gafete.
—Buenos días —me dice.
Es guapo. Tiene algo de simpático.
—Buen día —repito.
Suspiro y tomó asiento.
Me pongo los auriculares y música que me acompañe en mi recorrido a la escuela. A Kind of Magic.
Cinco minutos más tarde sube Karina junto con otros dos, y le contesta el ademán al chófer, que lameculos.
Me empuja hacia la ventana y ella queda de lado del pasillo.
—¿Qué te pasa? —le digo quitándome los auriculares. Fue bueno mientras duró, se me había olvidado que ella también viene y se va en el mismo transporte que yo.
—¿Ya te viste que el chófer es nuevo… y guapo? —vocifera para que nadie escuché.
—No le tome mucha importancia —digo exagerando las palabras. Aunque realmente no fue así.
—Bueno…
—Bueno… —repito.
Suspiro y vuelvo a reproducir la canción que estaba escuchando. A Karina no le importa, que bueno. O al menos me deja.
En los pasillos del instituto los chicos y chicas me echan un vistazo y después se murmuran, otros ni siquiera se molestan en saber de quién se está hablando.
En el pasillo principal, en el pizarrón había carteles sobre cómo evitar el suicidio, había folletos sobre cómo evitar el suicidio. Es una idea que te atormenta todo lo que sea necesario. Antes no había carteles así, se necesita una tragedia para que entiendan después.
—Eres popular —me dice Karina.
—Ya quisiera que así fuera —me mofa la idea.
—Pero lo estás siendo. Solo acéptalo, ya eres famoso.
—Que todo el mundo haya sabido que me quise quitar la vida no es para hacerme popular. Tal vez se burlen y es probable que suceda.
—¿Cuántas clases tienes hoy?
—Tengo cuatro —digo dubitativo—. Creo… ¿Y tú?
—Para hoy solo agende tres —dice—, puede que salga temprano. ¿Nos vemos en el comedor más tarde?
Asiento.
La verdad es que no quiero estar con nadie ahora, y ella es a la que menos quisiera tener de compañía, pero fue la única que no me abandono, ni dudo de mí cuando la necesitaba. Al igual que Jessica. Pero ella se mudo.
Se va. Al girar por mis talones al final del pasillo veo a Gregorio. Se me queda viendo con la mirada triste (al menos creo que así me ve). Siento que siente lastima por mí y eso no me gusta, pero es lo que recibiré de él y de todos.
Suspiro y continuo con lo mío.

Mis amigos y yo: uno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora