Capítulo 3.

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-Los hemos encontrado, pero hemos resultado heridos todos, algunos graves. Ayúdame a meterlos dentro -añadió para Samuel.

El chico se apresuró a obedecer, entre los dos consiguieron meter los cuerpos en el interior de la casa. Fabián se revolvía en sueños, pero Laurie no reaccionaba. Ana se agachó junto al último y se dio prisa para quitarle la camisa. Tenía heridas muy feas en el torso. Pidió agua y, en cuanto Tomás le tendió un cazo, se la echó por encima de las heridas. Toda la tierra desapareció. En la parte delantera, tenía la piel quemada. Con un desinfectante, se las limpió. Los escalofríos recorrían el cuerpo del joven. Pese a todo, Ana continuó con los cuidados. También limpió las heridas de Fabián. Pidió que los subieran a los cuartos. Los muchachos no dieron muestras de vida. Pese a todo, Ana creía que podrían mejorar si los cuidaba bien.

Yacían los dos sobre una gran cama. La chica no se separó de ellos en el tiempo que duró su agonía. Vencida por el cansancio, tres días después, cayó rendida a los pies de la cama. Como habitualmente hacía Tomás, al subir la comida, observó el estado de los muchachos. Habían mejorado considerablemente, las heridas habían comenzado a cicatrizar, y además, presentaban mucho mejor aspecto. Reparó en Ana. La cogió suavemente, y, con una sonrisa en los labios, la sentó en el sillón. La observó cuidadosamente. Reparó en lo resecos que tenía los labios. Había madurado mucho, sus manos habían comenzado a generar callos, debidos al trabajo en el campo. Aun así, seguía siendo atractiva. Tomás se lamentó por no tener veinte años menos. Continuó en la habitación unos minutos más. Bajó al salón, ahí se sentó y se puso a hojear un libro. Aunque nunca le había gustado mucho, transcurrieron horas. Fue involucrándose en la lectura, y acabó sintiéndose como un personaje más. Unos golpecitos en la ventana coincidieron con el final del libro. Tumbado como estaba en el sofá, alcanzó a ver la cabeza de Samuel. Sonrió al pensar que había conseguido acabar aquel odioso libro. Se levantó y abrió al muchacho.

-Qué, ¿estaba bien el libro?

-Demasiado. Perdona por no haberte oído. Lo siento.

-No se preocupe -quitó importancia-, sólo venía a preguntar por la señorita. Desde que trajimos a los hermanos, no ha vuelto a bajar al pueblo.

-Sí, los está cuidando. Están arriba, si quiere, puede subir, o, solamente esperar a que despierte. Lo que sí me gustaría pedirte, es que intentes sacarla un poco.

-De acuerdo, si le parece bien -propuso el joven-, me quedaré aquí.

-Por supuesto, te prepararé un café.

Mientras tanto, en el piso de arriba, Ana se había despertado. Se levantó de nuevo y se acercó a la cama. Apartó el oscuro pelo de la cara de Laurie. Le murmuró palabras cariñosas, la cara del muchacho se giró hacia ella. Se sentó en un rinconcito del colchón y apoyó la cabeza sobre su regazo. Así se quedó, acariciandole.

Laurie había vuelto a recuperar la conciencia. Por primera vez en días, era consciente del dolor, del hambre y también del calor. Abrió los ojos lentamente. Su mirada se encontró con la de Ana, no había parado de pensar en ella en sus pocos momentos de lucidez. Por un momento, la tensión entre los dos aumentó. Tomás y Samuel la rompieron sin miramientos al irrumpir en la sala.

-Creo que deberíamos salir -susurró Samuel.

-Sí, estoy de acuerdo.

-No, no, por favor -se apresuró a decir la chica-, quedaos.

Laurie se incorporó lentamente, se apoyó en la cama y, finalmente, pidió agua. Ana se levantó y se encaminó a la cocina, una excusa como otra cualquiera para salir de ahí. Cuando ya estuvo fuera, exhaló aire, no sabía en qué pensar, estaba confusa por todo lo que había pasado. Era consciente de que estaba comenzando a sentir algo por Laurie, pero desechó todas las ideas que se pasaron por su cabeza atribuyendo que era tan solo el principio de una gran amistad. Preparó una infusión de manzanilla, y subió las escaleras hacia el cuarto.

El reencuentro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora