Capítulo Único

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¡Hola, hola!

En 11 años este es mi primer Taibani, ¡Qué alegría! la segunda temporada revivió mucho de mi fangirleo y no me podía quedar sin escribirles nada.

Esto es simple y dulce, solos ellos dos como los tontos enamorados que todos sabemos que son.

¡Disfruten!

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Ricitos de oro. Una niña de melena rizada y dorada que irrumpió en la casa de tres osos como si fuera suya. La moraleja era simple: había que ser prudente al momento de llevar a cabo las acciones.

Kotetsu, como muchos otros niños, creció escuchando el dichoso cuento de fantasía. Sin embargo, si bien la protagonista era esta niña intrusa, él sin duda prefería a los tres osos. El papá grande y panzón, la mamá cariñosa y gentil y el pequeño e inocente osito. Bueno, era lo típico para un niño con su tipo de personalidad.

Al hacerse más grande Kotetsu obvió por completo esta historia infantil... Hasta que un día, treinta años más tarde, la recordó de repente.

Barnaby, su compañero de trabajo y futuro algo más, lucía una melena admirable y envidiable para los fantásticos y expertos. Rizos dorados y bien definidos que caían con gracia sobre sus hombros, un corte de cabello a la moda que se ajustaba perfectamente a su rostro y a la época... Y qué difícil era no caer ante su encanto.

La primera vez que Kotetsu lo notó adecuadamente fue luego de atrapar a un delincuente al azar. La persecución fue corta y al final los puntos se los llevó otro héroe, pero a Kotetsu dejó de importarle este pequeño fracaso cuando se fijó, por casualidad, en su compañero. El atardecer pintó por completo el cielo de tonos cálidos haciendo brillar la figura de Barnaby, más de lo que usualmente lo hacía, en especial sus rizos dorados... Sin duda, Kotetsu fue puesto bajo un encantamiento desde ese instante.

Verdaderos ricitos dorados, hermosos e inigualables.

Los días pasaron y Kotetsu se volvió más observador del cabello en cuestión. Sabía cuánto Banaby lo cuidaba, por trabajo y por gusto propio, y desde que Kotetsu empezó a admirarlo como debía ser, como realmente se lo merecía, se dio cuenta de que todo ese esfuerzo valía bastante la pena.

Sí, era un cabello bastante bonito digno de alabar, pero para Kotetsu lo era aún más por el hecho de enmarcar el rostro joven y maduro del conejito.

Además, si así se veía ¿Cómo sería tocarlo? Kotetsu, de repente, se sintió como un pequeñín demasiado curioso que no podía tener las manos quietas...

—¿Qué estás haciendo, Kotetsu-san?

Atrapado.

Kotetsu se llevó la mano detrás de la cabeza, que traviesa solo quería alcanzar los cabellos dorados, y se rió diciendo cualquier cosa para despistar la situación. Y lo logró, salvo que no pudo distraer a su alborotado corazón de posible adolescente enamorado.

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Aunque el tiempo se va en un pestañeo, Kotetsu no ha olvidado los rizos dorados que luce el hombre que hoy tiene el privilegio de amar.

Pasaron cientos de cosas en tan poco tiempo. Resolvieron misterios del pasado, hicieron grandes descubrimientos, continuaron persiguiendo y atrapando a los criminales y aun así hubo tiempo para enamorarse y confesar ese amor que floreció en sus corazones por igual. Kotetsu ama a Barnaby, con sus altos y bajos porque en sus defectos encuentra una hermosa perfección, y Barnaby definitivamente ha sido más cariñoso y dulce de lo que Kotetsu habría imaginado jamás.

Entonces, en una rarísima mañana libre y perezosa, Kotetsu recuerda al dichoso cuento cuando observa a un Barnaby recién levantado y despeinado, rizos caídos por la pereza, brillando bajo la tenue luz que se cuela por el ventanal. Los faroles de la naturaleza enfocando a una persona preciosa, por fuera y por dentro por igual, como debe ser. Kotetsu, aún sobre las almohadas, no puede dejar de sonreír y pensar, en su ensoñación, que definitivamente quiere despertar así más seguido de lo que puede.

Barnaby sigue siendo un ícono entre la gente de todas las edades. Como imagen, como héroe y como persona. Luce cada atuendo con una elegancia única, las cámaras definitivamente lo adoran, e incluso su traje de héroe es algo que otro no podría exhibir así de bien. Sin embargo... Este Barnaby más simple y doméstico, llevando una franela vieja de Kotetsu, no se compara a nada más.

—Estás mirando. —Barnaby lo acusa, cejas fruncidas por la ausencia de sus anteojos.

—Estaba pensando... —Kotetsu se incorpora sobre la cama, la sonrisita intacta en sus labios —. Eres como ricitos de oro. Irrumpiste en mi casa, comiste mi comida, usaste mis muebles y dormiste en mi cama.

Es de esperarse la reacción extrañada de Barnaby, pero pronto se rompe en una risa ante las tonterías que a Kotetsu se le ocurren tan temprano por la mañana. Barnaby era de los que pocos sonreían, demasiado frustrado uniendo cabos del pasado, pero hoy ya no se cohíbe en sonreír y ofrecerle a Kotetsu el privilegio de verlo y escucharlo.

—Y tu cabello rizado es dorado, suave y huele bien.— a este punto Kotetsu se ha levantado para alcanzar a este intruso, sosteniendo un mechón de cabello que enrolla en sus dedos y luego acerca a su nariz. El aroma de Barnaby se ha convertido en el aroma del hogar.

—Entonces, me colé en la propiedad de un tigre viejo, aburrido y ridículo en vez de la de los tres osos. —por supuesto, Barnaby no pierde el humor de unirse a este juego.

Kotetsu frunce los labios, su chiste no acabó como lo esperaba, pero el mal humor se esfuma cuando Barnaby lo besa, suavizando su expresión. Los brazos de Kotetsu se enrollan en la cintura de este conejo desvergonzado y tierno y que no puede dejar de amar y que quisiera besar por el resto del día y de su vida...

Y eso es lo que precisamente hace, comenzando desde ahora.

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Notas finales: ¡Gracias por leer!

Ricitos de oro | Tiger and bunnyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora