Desde su ubicación, Bitze, el planeta mayor del sistema Orze, tenía la forma de un inmenso globo gris cortado a la mitad por el horizonte, con la cúspide de su circunferencia alcanzando el cenit, cubriendo casi en su totalidad el firmamento sobre la línea del océano cuando se miraba hacia el este. Era imponente, una masa de nubes agitadas y rápidas, de fulgores continuos e intensos, que giraba rápidamente formando una súper tormenta sobre la línea del ecuador. Parado en una pradera de la superficie de la pequeña luna Bitze IV, o Bitze la menor, como la llamaban sus locales, daba la angustiante sensación de estar continuamente cayendo hacia la tormenta. No era una idea disparatada, en especial al ser consciente de que toda la luna no era más que una pequeña mota en comparación al violento anillo de nubes. Le parecía más similar a un ojo gigante, de violentos pero mudos resplandores rojos y azulados, que lo observaba día y noche desde el cielo.
Al bajar la mirada, el contraste no era menos estremecedor. Aquella imagen de poderosa energía apenas contenida, flotando en el cosmos, chocaba con la de un soporífero paisaje bucólico. Mientras conducía por la carretera, a un lado tenía los aserrados acantilados sobre el llamativo océano lavanda; del otro lado, colinas de suaves ondulaciones lo abarcaban todo. Bitze IV había alcanzado la cuarta etapa de terraformación, contaba con oxígeno, agua, flora y fauna, una biodiversidad compleja y rica. Lo que más había llamado su atención desde el primer día era la belleza del tricroma, el pasto autóctono de Bitze IV. Largo y alto, se extendía como un manto tierno sobre las colinas, inclinándose en pos de los vientos, ahora más intensos y de cambios de dirección repentinos durante el verano.
El tricroma debía su nombre a la capacidad que tenía de cambiar de color. No era igual a cualquier otra planta en la galaxia, pues no lo hacía debido a los cambios de estación, o el día y la noche, o durante el transcurso de los días y las horas. Las hojas y tallos del tricroma cambiaban de color casi instantáneamente, reaccionando a los movimientos bruscos. Tal cualidad, sumado a los cambiantes vientos de Bitze IV, convertían a las praderas y colinas en un espectáculo. Si el viento soplaba del este, el pasto se tornaba lavanda como el mar, o de un azul intenso; si lo hacía del oeste, su color se tornaba de alguna tonalidad de rojo; si venía del norte o del sur provocaban cambios a verde o amarillo. Como fuera, nunca se repetía exactamente la misma tonalidad en el pasto, y verlo mecerse como las olas del mar y cambiar de color, era una maravilla y quizás lo único positivo de su traslado a ese lejano sistema.
Por supuesto que tal cualidad no era natural, sino el producto de más de dos siglos de investigación en ingeniería genética y botánica de la República Humanista Galáctica. Y por supuesto que plantas y animales no era lo único con lo que habían experimentado. Todo en esa luna había sido creado artificialmente por la avanzada tecnología terraformista de la RHG. Convertir un trozo de roca inerte en un paraíso con oxígeno, mares y vida formada desde una célula en laboratorio, alterada antojadizamente, era la cúspide de la capacidad científica del gobierno, y también de la arrogancia humana.
Disminuyó la velocidad de su camioneta de tres ruedas y giró el volante para tomar un sendero rural entre árboles de hojas traslúcidas detrás de cercas de aluminio de casi un metro de altura que bordeaban el camino. Un huerto formado por un bosque de árboles frutales como de cristal. Los frutos eran grandes, redondos y de vivos colores. Dulces como un caramelo cuando estaban en su madurez, pero lamentablemente eso no sería hasta inicios del otoño. El año anterior acostumbraba a detenerse para robar unos cuántos de camino a la inspección, ahora esperaba con ansias a que llegara otra vez esa fecha.
Saliendo del huerto, los campos volvieron a dominar el paisaje, ahora separados en grandes hectáreas divididas con cercas de pilares de aluminio de dos metros de alto y cables. Dentro de los terrenos pastaban el ganado y las aves de corral. Las aves eran tan grandes como las extintas avestruces del Sistema Capital, pero de plumajes que brillaban con luz propia. Por supuesto que los ingenieros genéticos de la RHG habían preferido, en lugar de revivir a las especies extintas como eran originalmente, recrearlas en toda una nueva gama de formas vivientes cuanto menos excéntricas.

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El dios del molino de viento
Научная фантастикаLa humanidad ha abarcado gran parte de la galaxia y la tecnología genética se ha convertido en una nueva forma de arte. Los científicos compiten por el reconocimiento, alterando a su antojo el código genético de todas las formas de vida, buscando cr...