Viento a favor

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Viento, viento, viento, le llamo una y otra vez; suplicando, implorando, susurrando.
Vuelve, vuelve, vuelve.
Lo digo entre dientes, a solas, a gritos.
Recórreme, entra, sálvame.
Le pido, le exijo y me rindo.
Te fuiste y el contigo.
Cómo si te hubiese cogido de la mano navegando lejos y no sé dónde.
Le pido que regrese, que me lleve contigo o se lleve lo que queda de ti aquí.
Aquí dentro.
No se cuantos días han pasado, la brisa ya no acaricia mi rostro, ni juguetea con mi pelo.
Ya no soplan vientos de bonanza en nuestras madrugadas infinitas.
Te fuiste y el contigo.
La quietud y el silencio duermen a mi lado, me rozan y hielen, los estrujo y ríen.
En los murmullos del oleaje descubría tus manos, tus brazos, tu boca.
Nos abrazaba, nos envolvía en movimientos perpetuos, ligeros.
Cómo si nos regalase memorias sin tiempo, solo para ti, solo para mi, para nosotros.
Nos elevaba y bailábamos entre corrientes, lo escuchaba cantar y a ti reír.
Pero te fuiste y el contigo.
Te quise libre, sin brújula, sin mapas.
Me encontraste, te encontré. A la distancia te acercabas.
Y ningún marinero había tenido nunca el viento tan a favor.
Llegaste y contigo llegó brisa cálida, viento de verano.
Pero te fuiste y el contigo.
¿Qué es un marinero sin poder navegar?
Estático, desorientando, moribundo.
Viento, viento, viento
¿Y si regresas, y el contigo?
Lo digo entre dientes, a solas, a gritos.
Y entonces recuerdo, no existe más tal cosa cómo viento a favor.
Para el marinero que no sabe a dónde ir.

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