El anciano solía ir a pescar a menudo, le recordaba a tiempos mejores donde disfrutaba de los atardeceres junto a su mujer. Se levantó de la butaca con un cigarrillo americano entre los agrietados labios. El antiguo reloj marcaba las once de la mañana mientras el hombre acababa su primer vaso de whisky escocés. Los diversos instrumentos para el arte de la pesca (como él lo llamaba), se encontraban en el polvoriento desván. Cargó el material en la furgoneta y se dirigió al lago, dejando atrás la mansión de los Willendorf. El lago Goudron era conocido por sus negras aguas y por los cisnes. La carretera estaba totalmente desierta y un poderoso sol hervía el negro alquitrán. El anciano encendió la radio del vehículo y una canción de The Mamas and the Papas inundó el lugar. El famoso grupo de folk rock neoyorquino era de sus favoritos, aunque siempre había preferido la música francesa. Un camino sin asfaltar y rodeado de altos árboles llevaba al interior del bosque, donde se encontraba el lago. El hombre tamborileaba sobre el volante mientras la canción llegaba a su fin.
El anciano pagó un par de monedas de plata y alquiló una barca de un color azul chillón. El lago se encontraba en las sombras y sus aguas se asemejaban al crudo alquitrán. Una suave brisa movía sus canosos cabellos mientras preparaba el anzuelo. La opaca luz de la luna se camuflaba entre los acechantes abetos. Introdujo la barca en las negras aguas y comenzó a remar. El anciano se adentraba en el lúgubre lugar como Caronte lo haría. Cuando llegó al centro del lago sacó su preciada caña y se dispuso a pescar algo para cenar aquella noche. En el momento en que lanzó el anzuelo el agua comenzó a calentarse lentamente. La barca se derretía mientras el agua burbujeaba con insistencia. El anciano miró el cielo estrellado para observar una pequeña brecha de luz. En ese instante las aguas se levantaron de golpe. El lago quedó completamente seco mientras el alquitrán se elevaba. La luz de la roja luna dio forma a la masa negra creando una criatura horripilante. Las fauces eran cuchillas oscuras como la noche y los diversos brazos se agitaban de manera descontrolada. Los múltiples ojos miraban al anciano que luchaba por no perder el conocimiento. Con algunas extremidades el monstruo se ancló en el fondo del lago mientras gritaba abriendo la tierra. De los agujeros abiertos surgió más masa negra que se iba añadiendo al cuerpo deforme. Uno de los brazos agarró al asustado anciano y lo lanzó volando por los aires, hacia la grieta. La mente del hombre se nublaba mientras observaba la inmensidad del cosmos. Cuando llegó a la brecha la cruzó. Lentamente su alma abandonó el cuerpo y el cordón que los unía se rompió. El viejo cuerpo chocó contra la corteza estelar y desapareció al instante, el alma pudo atravesarla con facilidad.
En la profundidad del universo observó el más eterno vacío mientras caía atraído por una fuerza. Finalmente conoció al conductor de almas Kiaron que lo guió hacia otra brecha. Juntos llegaron al Piekla, el sagrado reino de todos los monstruos celestiales que se alzaba ante él. El alma del anciano fue llevada al recolector, donde se extrajo su memoria y finalmente fue condenado a vagar por la infinitud del tiempo, privado de sus tan preciados recuerdos.