ONE

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Quedó mirándolo fijo inconscientemente, mientras él estaba muy entretenido con las imágenes de la película en el televisor. Sus ojos verdes como el agua de algunos mares siempre le parecían un portal, porque cuando salía de ellos, se sentía como una persona totalmente nueva, recién enamorada de de un tonto que no terminaba de comprender lo demasiado que ella lo valoraba. Finalmente tanta insistencia cohibió la concentración del chico que cambió su atención a ella, atravesandola con sus inocentes ojos, ignorantes de todo el remolino que provocaban en el pecho de la castaña.

-¿Sucede algo? -pregunta, y su tono de voz altera los nervios de quien lo observa.

¿Cómo explicar lo que le hizo sentir de manera sencilla? Creo que las palabras correctas para definir eso serían: "me mojaste", pero no se lo iba a decir. No. Ese no era su estilo. Ella era más de saltar al río que de admirarlo.

Sujetándose al espaldal del sofá negro, se sentó de piernas abiertas sobre su regazo. Sexos rozándose en el acto.

-¿Qué haces? -pregunta sorprendido y ella advierte un ligero rubor en su rostro.

«Dios -piensa-, podría comérmelo ahora mismo.»

-¿Qué te parece que estoy haciendo? ¿Jugando voleibol?

Él la admira por un momento, comprendiendo la situación. Al parecer, también metiéndose en ella.

-Si quieres comienzo el juego y te saco la pelota -su sonrisa se ladea y ella sufre un pequeño ataque que ocultó olímpicamente.

-Tranquilo, te la levanto en cuanto la toque -continuó con la analogía del voleibol.

-Seguro que si. Ese deporte se te da muy bien -muerde su labio-. Tienes brazos ágiles y buena flexibilidad.

Sus manos sobre su cadera, sujetándola firmemente mientras seguía los movimientos de ella contra su miembro, que comenzaba a endurecerse notablemente.

-¿Me has visto jugando antes?

-He estado en casi todas tus partidas, nena. Y, créeme, soy un gran fan de tus movimientos.

-Entonces lanza la bola alto, que te la remato.

Estamparon sus labios con salvajismo, sin ocultar el deseo que ambos de tenían. No importa cuántas veces lo besara -analizó ella-, cada uno siempre se sentía mejor que el anterior.

Sus cuerpos ardientes rozando piel contra piel. Aunque para ella, antes de tener relaciones con algún chico, la idea del "piel contra piel" se le hacía un tanto extraña, y ciertamente con su primer chico lo había sido. Con quién ahora apretaba sus nalgas con desdén y mordía su cuello dejando alguna que otra marca, había descubierto que no se sentía igual. No había nada mejor que acariciar su piel desnuda y ver cómo se erizaba bajo su suave tacto. Amaba el sentimiento, sus suspiros de placer, sus gruñidos. Cuando su voz sonaba más grutural de lo normal. Cuando sus ojos verdes claros se dilataban, como si estuviera consumiendo una droga, y tomaban una tonalidad Esmeralda. Desconocía el momento exacto en que se había vuelto tan vulnerable a su tacto.

Sus sexos frotándose aún sin penetración se aclamaban mutuamente y, cuando ninguno pudo más, el chico terminó por penetrarla.

El gemido de placer que salió por sus labios provocó piel de gallina en la nuca del castaño casi rubio, que comenzó a moverse con ayuda de ella hacia dentro y afuera, sintiendo como sus paredes lo abrazaban tan exquisitamente. Su interior siempre era suave y ajustado, caliente, le hacía sentir como en el bendito infierno. Bella ironía que le volvía loco.

Conocía sus puntos débiles y eróticos. Eran tres años de conocerse que no habían pasado por gusto y que lejos de aburrirlo, le mantenían cómo atontado incapaz de saciarse de ella. De su espíritu libre y su manera tan plena de amar y de entregarse. Ella nunca le hizo sentir que su esfuerzo en el pasado por conquistarla no merecía la pena. Al contrario. De haberla conocido como ahora lo hacía en aquél entonces, habría insistido mucho más.

Sus gemidos fueron interrumpidos por una gran bocanada de aire cuando la agarró del pelo y tiró su cabeza hacia atrás. Enterró su miembro con tanta fuerza que sintió tocar el fondo de ella, y los nada discretos gemidos al unísono de ambos, llenaron la habitación. Sus respiraciones habían creado una maravillosa sinfonía.

Cuando ella gimoteó, suplicante por terminar, mirándolo con esos llorosos y presiosos ojos café, él la agarró firmemente y la volteó, dejándola recostando sus pechos del espaldal. Admiró su culo erguido para sí por un momento y lamió sus labios.

-Mio -jadeó.

Nalgueó vigorosamente uno de sus cachetes, dejando la marca de su mano en la piel. Le gustaba hacerlo. Amaba y le exitaba a sobremanera ver la forma de su mano enrojeciendo su piel.

Ella liberó un gemido sonoro que le hizo palpitar la polla. Gimió también, con solo la idea de volver a encajar sus cuerpos.

Cuando regresó a la acción, lo hizo con suavidad, hasta escuchar sus quejidos, suplicantes de más. Aceleró la frecuencia de sus penetraciones complaciendo a su compañera, que movía sus caderas en círculos, hacía alante y hacia atrás, frenéticamente.

No soltó su largo cabello en ningún momento, mientras con la otra mano se aferraba a su cintura. De vez en cuando acariciaba su piel. Sabía que eso le gustaba y, ¿para qué mentir? Él también disfrutaba sentirla ardiente por sus caricias. Adoraba las curvas de su cuerpo y la textura de su piel. Ella le había confesado que sus manos tenían un efecto especial en su cuerpo, y la idea de que solo con tocarla podía hacerla sentir lo que nadie antes, nublaba sus sentidos.

Cuando su nombre llegó a sus oídos, con fuerza, en forma de un gran gemido, y sus paredes apretaron su miembro, no pudo contenerse más y liberó su carga dentro de ella.

La habitación habría quedado en completo silencio de no haber sido por el televisor que continuaba reproduciendo una película aleatoria y que ambos presentes habían olvidado por completo.

-Que mierda de película -comentó él cuando se sentó a su lado, con la respiración aún desajustada, mientras ella se acomodaba sobre su pecho. El cabello del chico rozando ligeramente su frente.

Ella solo rio.

-Tonto. ¿Ahora te das cuenta?

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⏰ Última actualización: Jun 17, 2022 ⏰

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