Niños en el colegio, niños que ya no eran niños. Ahora son jóvenes que deben hacerse responsables de sus actos.
―Mira, Wamay, aquí sale 7.
Trataba de explicarle su compañera de carpeta, con quien le habían obligado a trabajar, en un intento de hacer un avance en su trabajo de equipo. Pero Wamay se negaba a escuchar, él solo se limitaba a ignorar y renegar, hasta que cansado de escucharla empezó a gritar.
―Cállate ¡Nada sabes, tú, mujer nada sabe!― golpeó su carpeta. El profesor se levantó de su escritorio y se acercó al estudiante con una mirada severa.
― Nada sabes hacer bien, la próxima que me digan que hiciste alboroto en tu colegio voy a sacar mi zurriago y te voy a enseñar.― miraba enojado a Wamay mientras sentado esperaba su almuerzo servido.
―Alberto, ya deja a la criatura― intentó defender la madre ― nuestro niño aún es un wawito.
― ¡Cállate, julia! aquí yo soy el que manda y ese niño va a recibir el castigo que a mí se me dé la gana.― y la agarró de la muñeca.
―Basta, papá, le vas a hacer daño a mamá.― intervino el hijo.
―No digas nada― empezó― a la mujer hay que gritarle para que sepa cuál es su lugar, hombre manda pero tú que vas a saber, niño tonto, mejor anda lleva a pastar a las vacas antes de que me enoje.
E inmediatamente lo hizo. Wamay tomó a sus vaquitas y tocó su quena mientras empezaba a caminar. Caminó tanto y perdido en sus pensamientos terminó perdido dentro de un lugar lleno de árboles tan altos como el límite del cielo. Un oasis gobernado por el abrazo del dios inti que, junto con la sinfonía inversiva compuesta por las aves, el viento, sus latidos y su quena, le brindaban una calma maravillosa que le permitiría a cualquiera que allí se ahondase a escuchar hasta los pensamientos más profundos que habitan su mente.
Cuando de repente empezó a llover.
― ¡Tú niñito!―y en ese momento, le habló una voz misteriosa.
― ¿Yo? Yo no soy ningún niño, 14 años ya tengo, yo ya soy todo un grande ― respondió Wamay.
― Pero de todos modos nadie te respeta― arrojó el adversario― llorón eres, por eso una niña cree que puede darte órdenes.
Wamay al escuchar eso empezó a temblar de rabia, estaba más que listo y presto para atacar a cualquier tipejo que se creyera mejor que él; no obstante, al exigirle que se acerque para dar el primer golpe, se dio cuenta que el susodicho era nada menos que un puma imponente color negro, un negro tan brillante que podía reflejar los rayos del sol; así que, el joven intimidado retrocedió y desvió la mirada.
―No te preocupes, wawito― intentó aligerar el felino― yo te puedo dar mucho poder y todo lo que quieras para que seas un verdadero hombre. Solo tienes que matar al engreído del cóndor, ese que vuela todos los días por aquí y me ojea con ese aire de superioridad― dijo serio y calmado mientras daba círculos alrededor de él― En cambio si te niegas, me tendré que comer tus vacas para no seguir de mal humor― término amenazando con la mirada fija en sus vaquitas.
El joven trató de negarse; pero el puma que seguía insistiendo logró convencerlo, sacó una honda de entre un montón de hojas caídas y se la dio.
―Ahorita que pase la lluvia seguro que va a pasar el cóndor.
La lluvia cesó y el cóndor apareció
―Señor puma, no quiero hacerlo― mascullaba mientras apuntaba al pecho del ave.
― ¿No quieres hacerlo o no puedes hacerlo, por debilucho?―escupió.
―Yo no soy ningún miedoso, yo hago lo que se me da la gana.
Y disparó, pero por obra de la pachamama, la gravedad o quizás por el hecho de que estaba temblando, la piedra no le causó daño, pero debido al fuerte impacto se soltó de la rama en la que se había posado y cayó hacia el suelo, golpeándose el ala derecha por la estrepitosa caída.
―! Ahhhhhr!― se escuchó por parte del cóndor.
Wamay aterrado y arrepentido corrió hacía el lugar en donde había caído su víctima.
―Perdóname, gran kuntur. Vuelas por los cielos y hablas con los dioses, pero yo te lastimé y ahora, ya no puedes.― preocupado se agachó para hacerle una reverencia. ―Permíteme cuidarte hasta que te recuperes, vendré todos los días y te haré compañía, pero perdóname, por favor― empezó a sollozar.
―Criatura del hombre, estuvo muy mal lo que hiciste― respondió el lesionado― te permitiré cuidarme, por si crees que eso saldará tu cuenta. Yo lo sé todo, pequeño niño, sé que sientes que no vales nada y necesitas demostrar tu fuerza, pero el verdadero daño no me lo hiciste a mí, el daño te lo seguirás haciendo a ti si crees que la fuerza y la violencia te permitirán conseguir algo bueno en la vida.
Wamay cumplió su promesa. Todos los días durante meses salía del colegio, almorzaba lo más rápido posible ignorando las discusiones de sus padres, llevaba a pastar a sus vaquitas, tocando su quena, yendo feliz a ver a quien ahora era su amigo y confidente. Llegando ahí se sentaba afuera de la casita provisional que le había hecho al ave, hacía su tarea y cuando terminaba le contaba todo lo que había realizado en el día.
―Ya no puedo seguir viendo, como papá maltrata a mamá. Creía tontamente que lo que le hacía era normal; en cambio, ahora sé que es violencia y está mal.― le comentaba el adolescente.
―Esa horrible ideología le dice a los que tienen los ojos cerrados que pueden imponer respeto con la fuerza y la violencia que tienen, mas tú muy bien sabes, amiguito mío, que en realidad eso es miedo y que el respeto que vale y perdura nace del amor que le tenemos a la vida; pues, en la cadena de la vida, todos los eslabones somos muy importantes y valiosos.― pausó― Cada ser que habita este mundo tiene cualidades para enseñar y compartir, desde el trabajo en equipo de las hormigas hasta la capacidad de los niños de reír en los momentos amargos, y tú igualmente puedes hacerlo, con lo que ahora ya sabes, puedes hacer el cambio y ser parte de la paz del mundo.
―Justo eso haré. Mañana que regrese a mi casa del colegio, no le voy a dejar a mi papá que le haga daño a mamá. Esa falsa hombría tiene que parar y yo seré quien ayude en eso.―exclamó valiente y decidido.
―No sabes cuan orgulloso me pone tu actitud.
Al día siguiente, justo como lo prometió, al ver que su padre le reclamaba otra vez por no ser una buena esposa, supuestamente, Wamay se levantó de la mesa y empezó a servir la comida junto a su mamá.
―Que estás haciendo, chiquillo, deja a tu mamá hacer lo que le corresponde― carraspeó― el hombre se sienta y espera a que la mujer lo atienda.
―Te equivocas, papá. Yo también vivo en esta casa y también disfruto de la comida, lo más justo es que la ayudemos a servir la comida que con esfuerzo y cariño cocino para nosotros.
Esa fue la primera vez que se enfrentó a su padre y defendió a su madre y, lamentablemente, su padre no le hizo caso, sin embargo, Wamay siguió fiel a lo que creía. Se hizo responsable de las peleas que alguna vez hizo y se fue disculpando con todos los compañeros que había agredido y, al sentir que tenía mucho por ofrecer, empezó a enseñarle a los que se comportaban como él, en su pasado, a actuar con amor y respeto, con la esperanza de que llegue una nueva ola de paz.
Wamay sabía que era parte de un cambio positivo.
*Sujeto a cambios xq sí*
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Eslavón de cambio
RandomWamay, un niño andino, vive bajo una crianza machista que termina enfermándolo. Hasta que, un día, llega a su vida un gran amigo, junto a él, su crecimiento personal y el hecho de saber que ser un hombre no implica ser el más fuerte.