Alegre y dulce

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Fue tan solo una pequeña y extraña molestia. Mientras iba caminando a la misma parada de autobús de todas las mañanas en la que esperaba el habitual transporte que lo llevaría al mismo trabajo de todos los días, una pequeña incomodidad dentro de su nariz interrumpió sus divagaciones. Fue algo así como un "piquete espiritual" puesto que el objeto punzante no se hallaba presente. Una agresiva pero fantasmal invasión en lo íntimo de sus cavidades. Fue incómodo aunque lo obligó a despertarse y sintió la necesidad de revisarse cuanto antes. Una rápida inspección lo hizo estar seguro de que ahí no había nada. En serio, no había nada por ningún lado, tanto era como para hacerlo sentir hasta decepcionado. Pensó que si al menos le sangrara la nariz tendría una oportunidad, una perfecta excusa para llegar tarde, que si soportaba la vergüenza de manejarlo de mala manera y tal vez quejándose un poco de su poca tolerancia al dolor y de la poca practicidad de laborar con una mano y detener el sangrado con la otra y quién sabe a qué otro accidente se arriesgaban si por accidente una gota caía en la comida y al día siguiente el cliente venía con la piel verde, desprendiéndosele de la quijada o la mirada ausente, como en trance, más valía no arriesgarse.
Pero no. Estaba lo que sigue de perfectamente. Puta madre.
Dejó de fantasear con sus desgracias ya que el tiempo lo dejaba atrás. Tenía la mala costumbre de salir de su casa anticipando media hora antes de su horario de entrada a pesar de que sabía muy bien que en llegar se hacía cuarenta minutos. Daba igual, nunca lo despedían y de una regañada que no le venía a cuento no escalaba a algo que de verdad le preocupara. Poco tuvo que esperar el abordaje; para variar cruzaba horarios con un bus de ruta. Por suerte había lugares, que más faltaba. Un pequeño milagro cotidiano que se agradece cuando se va mal descansado. No era que durmiera poco, sino que no dormía lo suficiente. Y pensar en todo lo que le gustaba, con lo bien que se está cuando se está existiendo en un lugar que en realidad no existe, todos los problemas que uno se ahorra cuando no se está por ninguna parte. Si tan solo comer fuera opcional jamás habría levantado. No había razón para ello, en sus sueños hallaba todo lo que pudiera haber deseado, todos sus caprichos, anhelos, consuelos y esperanzas. Ahí afuera el aire apestaba a licuado de smog, pedos y humo de cigarro, el suelo era demasiado duro y terminaba aplastándolo entre su propio peso y la fuerza con la que pisaba y lo peor de todo es que había gente, gente por todas partes, de a montones, cada uno con su propia voluntad, con su propia vida, con su propio espacio privado que de tanto chocar unos con otros se estorbaban. Prefería la claustrofóbica comodidad de su mente. En específico soñar era una experiencia de muerte.

Una vez que hubo llegado a su trabajo se escurrió entre las paredes tratando de evitar la oficina de supervisores. Breve y ligero se infiltró con sigilo felino esquivando el corte de los umbrales para no ser pillado incógnito. Tomó su cartilla de asistencia con la sensación de éxito ya entrando triunfante y presionó el botón de grabado que le aseguraría la victoria solo para encontrarse con el gerente tan pronto se dio la vuelta. Al parecer lo había estado observando desde su llegada, todo el tiempo. No le gritó ni frunció el ceño, pues sabía que sería un esfuerzo desperdiciado. En su lugar solo le mencionó el descuento en su salario, exagerado para unos cuantos minutos, era eso o no recibir dinero en absoluto. Total, la espera de autobús más cara de la historia. En su interior sintió el impulso de preguntarle si entonces sería mejor retirarse todo el día y volver hasta mañana, pero no se animó, no valdría el coste. Aun así le quedaba lo suficiente para no renunciar, exactamente el monto adecuado para no plantearse la posibilidad de largarse de ahí seriamente.

Después nada, dejó de pensar para que su quehacer no interrumpiera su surfeo psicológico.

En la noche, cuando por fin llegó a su departamento, sacó de su refri una rebanada de jamón y una de queso. Se preparó un sándwich y no es que le gustaran, pero no había otras opciones ni nada que hacer al respecto. Salir era inconcebible en ese momento. Sus pies le palpitaban y su alma le ardía. Cuando terminó su último bocado sintió un calor agradable en el estómago, un fuego liviano que emergía de la boca de su abdomen empezaba a inducirlo a un bien merecido sueño como los que tanto le gustaban.

Cheerful and SweetDonde viven las historias. Descúbrelo ahora