Capítulo único

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El aire llevó sus pensamientos a dudas sumamente tangibles. Él simplemente suspiró, y sin importarle a Ryan la circunstancia declinante, se sentaron. El fierro de la banca se sentía frío, se veía oxidado, como si un torrencial de lluvia hubiera caído sobre ella, sumado al pasar de los años y al trato por parte de las personas, pero aun así, seguía cumpliendo su trabajo asignado.

-Hace frío -comentó Ryan queriendo que sus palabras fueran un paraguas por el granizo que caía sobre su relación.

Ryan notaba que últimamente la personalidad de Elizabeth había cambiado. Ya no lo buscaba, ya no bajaba la mirada, ya no se sonrojaba. Y a pesar que los hechiceros son mentirosos por naturaleza, la chica ya no le mentía. Por muy irónico y absurdo que parezca, cuando la chica le mentía se encontraba más seguro porque sólo así estaba consciente que era importante para ella. Entonces, cuando una persona deja de hacer lo que ya estábamos acostumbrados que nos hiciera solemos preocuparnos; y Ryan, después de varios intentos de preguntar qué le sucedía, hizo verídica la premisa.

-El autobús sale ya, y lo sabes -dijo ella sin tocarse las manos o tartamudear como solía hacer antes. En esta ocasión habló totalmente normal y fresca como cualquier persona haría cuando la seguridad regresa a su cuerpo.

¿Se tratará de algún hechizo? Pensó el guardián.

-Porque lo sé, te hice esto -le extendió un sobre blanco-. Lo puedes leer cuando quieras, pero te lo recomiendo para más te sientas vacía.

Entonces ella lanzó una risa. De burla por supuesto.

-Serás idiota. Nos volveremos a ver. Tú no puedes regresar pero yo sí. No hay razón para ponerte tan... ridículo.

-Las cosas allá se ponen mal en cada timbrazo, y si por alguna razón no puedes volver...

Le extendió más el sobre para que lo aceptara, no obstante, la chica se limitaba a atisbarlo, como si aceptar esa envoltura fuera prohibido. Arriesgado. Su mente le hizo regresar en el tiempo, cuando deseaba recibir algo de él, una palabra de felicitación en el momento que le salía bien un hechizo u, ocasionalmente, una mirada perdida en lo rutinario. Pero dejando de lado sus dramáticas remembranzas, continuaba acechando el misterioso sobre. Era tan níveo, tan puro, tan limpio. Una cosa así no podía existir en la Tierra, posiblemente en Yasgal sí pero nadie podía introducir cosas entre diferentes mundos, pues el infractor recibiría un escarmiento por parte de Manndómr.

Tal vez no le importa recibir correctivos si es por ti habló esa voz dentro de su cabeza en un tono vacilón.

Además, esa castidad que el objeto perjuraba no podía hacerse por cualquier persona sino es por un brujo o un hechicero. ¿Acaso conocía a otro nigromante? Aunque Ryan no maquinaba ningún plan contra ella, Elizabeth repetía en su mente: "él trama algo, él trama algo", porque sabía que todo el mundo miente.

Pero, para acabar con el momento incómodo, le arrebató el papel, soltándolo encima de su regazo.

-Ya está, ¿feliz?

Elizabeth conseguía hurgar hasta el fondo en la melancolía de Ryan. De pronto, se sintió mal por hablarle de forma tan insolente, por eso tomó una decisión terminante para no perjudicarlo más. Primero aspiró profundamente, empujando las manecillas del reloj para que el tiempo fuera más rápido, pero como si Ryan le hubiese leído la mente, se puso de pie.

-Yo también tengo que irme pronto, así que no quiero retrasarnos más.

Él sintió cómo un aire frío acariciaba su cara muy tenuemente, como si la misma brisa quisiera extenderle las mejillas para hacerlo sonreír. Pero el plan del pobre céfiro no funcionó, al contrario, sólo provocó que una onda eléctrica se paseara a través de su columna, luego por sus piernas hasta acabar en sus pies.

-¿Qué le dirás a Krisario cuando te vea llegar así? -inquirió Elizabeth refiriéndose a su deplorable estado de ánimo que, aunque Ryan usaba la disimulación a todo lo que daba, nunca logró engañarla.

-Encontraré mi camino, en el enigma o en lo evidente, allá en Yasgal.

Cuando terminó de hablar, Ryan no supo qué hacer. ¿Sería conveniente darle un abrazo de despedida, un beso en la mejilla o tan sólo una palabra en el aire?

-Nos veremos... luego -dijo él.

La chica dibujó una línea en su rostro, muy sutil. Y de la misma manera, se alejó de él, arrastrando una maleta con una mano y con la otra, empuñando la carta. Sería un error decir que sintió algo crujiendo dentro de ella a cada paso que propinaba lejos de Ryan, o como la mano que se aferraba al sobre le ardía cada vez más, incitándola a abrirlo. O pensar en cómo sus orejas se calcinaban -de la buena manera- cuando lo veía. O las descomunales ganas de aprisionarlo con sus brazos, y aprisionarse ella misma en su pecho. Sería un error decir las anteriores sensaciones, porque las bloqueó todas. Pero más que error, sería disparate, porque Ryan la vio irse, pero Elizabeth seguía ahí. No enfrente de él pero sí detrás, mirándose a ella misma cómo seguía su trayectoria hasta la estación.

Ryan terminó de seguir con la vista a la ilusión que creó Elizabeth, y, engañado una vez más, se fue a Yasgal, donde pertenecía. Cuando de repente, mientras caminaba, una pregunta se asomó en su mente con la intención de ser pronunciada, pero él jamás lo permitió.

Si miras al cielo, ¿dirías mi nombre?

Una bruma roja apareció en la realidad, y de ella surgió la verdadera Elizabeth, quien a pocos segundos de llorar, casi le decía a Ryan que se quedase. La chica contempló el fino sobre que seguramente tenía escritas las palabras de siempre, porque no existe nada nuevo cuando se trata de este tipo de cosas.

Ábrelo, después arrójalo. Hablaron dentro de ella.

Pero, otra vez, Elizabeth hizo lo contrario, como debe ser. Dirigió su mano hacia el viejo asiento, depositando el sobre así como sus ilusiones en la banca oxidada, que, seguramente ya había visto escenas como ésta a lo largo de su vida.

Ella se alejó sin darle un último vistazo, ni siquiera de reojo a la mísera envoltura, la cual sin duda se quedaría sola. ¿Si un sobre estaba destinado a acompañar a alguien, no sería una buena remuneración que también tuviera algo para no estar desamparado?

Por eso existen arcaicas bancas que acompañan a las envolturas solas hasta el final de su tiempo, cuando a una persona se le antoja no leer una carta.

Y, en ese instante, es cuando las arcaicas bancas salen y dicen: he estado plantada todos los días esperándote, durante cien años atrás y cien años más.

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⏰ Última actualización: May 29, 2015 ⏰

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El sobre en la bancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora