Capítulo 1

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Jessica.

La historia comienza desde hace un par de meses atrás, tal vez en enero o febrero, no tengo plena certeza al respecto... en realidad, no creo que alguna vez la haya tenido en lo absoluto...

Recuerdo que me encontraba empacando mis maletas, ya que, por enésima vez, nos mudábamos. El trabajo de papá solía traer más problemas que ingresos a la casa, pero debíamos conformarnos con ello, pues era la única vía para sustentarnos. Había perdido la cuenta de las veces que llegábamos a un pueblo nuevo, de las ocasiones en las que tuve que hacer nuevos amigos y pasar por un duro proceso de adaptación. Estaba cansada de tener que huir para sobrevivir, de no poder llevar una vida normal, siendo una típica adolescente hormonal, con amigas poco cuerdas, un chico por el cual babearme y una vida rebosante de drama. Pero esto era lo que tenía, y debía resignarme.
Al terminar de hacer mi equipaje, eché un último vistazo a la que había sido mi habitación durante todo un año. Bajé las escaleras de caracol, reparando mi entorno, queriendo memorizar hasta el más mínimo detalle de la casa en la que había encontrado la manera de sentirme plena.
― No estés triste Jess. ― me dijo mi madre. ― Verás como todo cambiará para mejor.
― Nada cambiará para mejor mamá, no mientras sigamos huyendo como criminales. ― le solté vagamente.
― Vivimos como lo que somos Jessica. Tu hermano lo acepta ¿Por qué tú no? ― se quejó.
― No pienso tener la misma discusión nuevamente mamá. Será mejor que nos marchemos ya. ― sugerí tras soltar un pesado suspiro.
― Ella tiene razón Jennifer. ― intervino mi padre y haciendo uso de su típico tono exigente añadió. ― Muevan el culo hacia el auto que no tenemos todo el puñetero día. ― Era un hombre fornido, que intimidaba solo con su imagen, o al menos así lo veía yo. Mi madre, por otro lado, era menuda y esbelta, dando así la impresión de ser delicada e inofensiva... en ese aspecto éramos idénticas.
Una vez que estuvimos en el auto, decidí colocarme mis audífonos y relajarme un poco, ignorando a todos dentro del vehículo, ya que mantenerme aislada y ausente evitaría posibles y molestos altercados familiares. Me concentré en el paisaje, dejé que mi mente se calmara, haciéndola volar más allá de las vistas que ofrecía la carretera.
Debí quedarme dormida, pues abrí los ojos sobresaltada debido a un fuerte agarre que comenzaba a formarse sobre mi brazo. Era mi molesto hermano mayor, Tyler, quien tiraba de mí de un modo más que infantil para hacerme saber que habíamos llegado. Me solté de mala gana y bajé del coche. Tan pronto como puse un pie en el asfalto, comprendí por qué mi padre había escogido aquel pueblo para mantenernos ocultos. El lugar estaba casi desierto, sumido en una extraña neblina. Hacía un frío que me calaba hasta los huesos. Las casas, lejos de ser alegres y pintorescas, eran de una descuidada y peculiar madera grisácea, todas muy semejantes. Las aceras se encontraban casi vacías, pero, en un rápido vistazo a mi alrededor, pude vislumbrar a lo lejos, una figura masculina de complexión delgada, la cual, parecía mirar fijamente en nuestra dirección. La sangre se me heló cuando el individuo alzó su mano y la agitó lentamente de un lado a otro, realizando un saludo escalofriante.
― ¿Jess? ¡Jessica! ― exclamó mi hermano.
― Perdona ¿Me hablabas?
― Llevo veinte minutos hablándole a un cadáver que se hace llamar mi hermana. ― se quejó.
― Lo siento... me distraje.
― ¿Con qué? ― dijo mirándome como si me hubiese salido un cuerno o algo por el estilo. ― ¿Tú has visto este sitio? ¿Con qué te vas a distraer... con la neblina? ― soltó de forma sarcástica. Volví a mirar en dirección hacia la figura viril, pero para mi sorpresa, ya no había nadie.
― Olvídalo. Fue una tontería. ¿Qué me decías?
― Te comentaba lo poco emocionante y lo aburrido que será vivir en este pueblo extraño de nombre misterioso. ― dijo. Tal comentario me recordó el hecho de que no sabía nada de este lugar, ni siquiera su nombre.
― ¿Misterioso? ¿Cómo se llama?
― Oh, no lo viste porque estabas invernando como oso pardo. Al pasar por la entrada del poblado vimos un enorme arco de hierro oxidado que sostenía unas letras en denigrante estado.
― ¿Qué letras?
― W y R. ― comentó vacilante. ― Al menos esas eran las que permanecían en su sitio, el resto debieron caerse.
― ¿Entonces cómo se llama el poblado? ¿WR? ― bromeé.
― No lo sé, pero presiento que no tardaremos en averiguarlo. De momento, entremos de una vez a la casa.
Una vez que estuvimos dentro reparé con mayor detenimiento la que sería mi casa el tiempo que estuviéramos si huir. El interior era enorme. La sala de estar estaba decorada de manera antigua, poseía un aire medieval. Los muebles eran antiguos, pero se conservaban bastante bien, al fondo del salón yacía una gran chimenea, y en lo último del corredor, habían unas largas escaleras que llevaban a la segunda planta. Tomé mis maletas y comencé a ascender lentamente sin aparatar la vista de mis pies, ya que me preocupaba que alguno de los viejos escalones que crujían bajo mi peso terminara por romperse.
Llegué al segundo piso, y me encontré con más de lo mismo: corredores angostos y desolados, las paredes estaban manchadas de un extraño color amarillento, lo que indicaba que varios cuadros habían estado decorándolas durante una larga temporada. De las cinco puertas que allí se encontraban, llamó mi atención la que estaba ubicada al final del pasillo, pues era la única que no parecía deteriorada. Avancé y la abrí. Al cruzar el umbral, descubrí una habitación muy diferente al resto del inmueble. Esta tenía una apariencia más amena, menos sombría. Un amplio ventanal permitía una buena iluminación, y junto a él, había un bonito mueble acolchonado. Las paredes estaban pintadas de blanco, la cama se veía tan cómoda que daban ganas de tumbarse en ella. Un enorme guardarropa con un extenso espejo ocupaba media pared... y en una esquina del dormitorio, yacía una puerta pintada de rojo en total desacuerdo con la decoración del espacio. Me acerqué a ella con la intención de abrirla, pero tal idea quedó descartada cuando noté que estaba cerrada con llave, quise forzar la cerradura, mas la algarabía proveniente de la planta baja me hizo mover mi trasero hasta allí.
Me precipité escaleras abajo ignorando el molesto crujir bajo mis pies.
― ¡Jess! Ven aquí. ― exclamó mi madre en cuanto me vio. Me acerqué a ella, e inclinando hacia mí su botella de bourbon añadió. ― Tenemos que celebrar esto. Por fin un lugar donde podremos asentarnos, finalmente dejaremos de vagar de pueblo en pueblo.
― Al menos por un tiempo. ― mascullé exasperada. No habían pasado cinco minutos desde que habíamos traspasado el umbral de esta antigua residencia y ya estaba pensando en beber.
― Vamos hija, bebe conmigo. ― insistió.
― Lo siento, no estoy de humor para embriagarme mamá. ― le dije de mala gana. ― Daré un pequeño paseo. Me gustaría familiarizarme con este lugar.
― Agh... por favor. Tienes 18 años, no 58. No seas tan aburrida.
― En otra ocasión mamá.
― Pero...
― ¡Jennifer! ― intervino mi padre. ― Déjala en paz. ― ordenó fríamente.
― Gracias. ― susurré al pasar junto a él mientras caminaba en dirección a la puerta principal.
Al salir, noté el temporal que se avecinaba. Nubarrones negros aparecieron y el aire se tornó más gélido. Ignoré los persistentes truenos y relámpagos, y me dispuse a caminar por las inhóspitas calles.
Observé extrañada los alrededores. Encontraba aquel poblado bastante lóbrego y sombrío. Mi vista se detuvo en dos niñas que jugaban en un parque a unos pocos metros de distancia. Iban vestidas de finos vestidos blancos, de los que sobresalían peculiares manchas de un tono carmesí. De un momento a otro, aquellas crías que saltaban a la cuerda, se detuvieron, posándose firmes y quedándose inmóviles. Algunos minutos transcurrieron hasta que una de ellas volteó hacia mi dirección lentamente. Un grito se atoró en mi garganta cuando pude ver su rostro. Estaba quemado, magullado, deforme. Ella alzó su mano y se llevó el dedo índice hacia lo que, según yo, debía ser su boca. Un relámpago cruzó el cielo seguido de un gran estruendo. Miré hacia arriba sobresaltada. «Ha sido solo un trueno Jessica» me dije. Devolví la mirada hacia el parque, y para mi sorpresa, o mi horror, las niñas habían desaparecido. En su lugar, se encontraba estática la misma figura que había visto poco antes de entrar en la casa. No pude distinguir sus rasgos, ya que la capucha de su sudadera ocultaba su rostro, mas, mis ojos no ignoraron su gran estatura, y su cuerpo delgado pero fornido a la vez. Nuevamente estiró su mano, saludándome de tal manera que logró asustarme. Decidida a ocultar mis emociones y a no dejarme intimidar, cometí mi más grande error. Alcé mi mano derecha y le devolví el gesto...

En ese momento, no tenía idea de lo que significaría para él.
No tenía idea de que le había dado vía libre para meterse en mi cabeza, o de que me había envuelto en su juego.
Juego del cual, no saldría a no ser que escogiese el camino fácil.
Ese que estoy recorriendo en este instante:
la muerte.

Sangre y pétalos blancosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora