Dulce, así podría describir Martín -si existiera la necesidad de hacerlo en solo una palabra- a Manuel González.
Estaba seguro de que todo su ser era como de caramelo, como de dulce de leche. Sus manos delicadas, sus ojos que eran de el color dulce de la miel, su cabello suave y color chocolate. El sabor de sus labios.Todavia se acordaba la fragancia dulce y embriagadora a canelo que Manuel tenia en sus años de niñez.
Estaba seguro, porque cada vez que besaba las mejillas del chileno sentía como si esa piel estuviera hecha por filamentos de azúcar. Sentía tantas mariposas y tanta electricidad juntas que un sabor dulce le inundaba la boca y todos sus sentidos se disparaban.
Veía a un dulce contrariado y gritando.
Escuchaba puteadas que sonaban dulces.
Olía olor a caramelo mezclado con nata, ese olor que flota cuando uno esta cerca de la persona amada.
Los labios le sabían a azúcar.
Sentía un hormigueo como cuando se metía en la boca una cucharada sopera entera de dulce de leche.
Manuel era la combinación perfecta entre lo dulce y lo amargo, algo así como un pan dulce que en vez de pasitas le habían puesto cáscara de limón.
En Manuel todas esas cosas encajaban y creaban a la persona mas adorable y comestible del mundo, un chaboncito hermoso, al que el noventa por ciento de lo que decía no se le entendía.
A el le gustaba ser su Rucio Weon y sabía que muy, muy por adentro, a Manu lo volvía loco su actitud exagerada y su amor tan poco discreto. Y que se le iba a hacer,Martín ya se había resignado a que era un masoquista.
Porque Manuel podía ser amargo.
Pero sabía tan dulce.
