Una vez nos encontrábamos en la nueva base de los Asesinos no muertos (un lugar bastante vacío, aún no tenían nada de equipo, parece que lo hicieron todo demasiado rápido y no se prepararon bien) oímos unas voces, pero no identificamos bien qué pasaba ni de qué hablaban, nos habían puesto una bolsa de tela en la cabeza y casi no teníamos audición. Cuando nos las quitaron nos miramos los unos a los otros, eramos siete personas, destinados a convertirnos en los mercenarios más odiados de toda España. Había un japonés, un hombre musculoso, uno con un lobo, otro con un cuervo... ¿cómo habrían llevado a esos animales sin que atacaran? También había un hombre moreno, probablemente latino, otro que parecía que lo habían secuestrado mientras trabajaba de barrendero, todo era muy raro. Ahí estaba, Hugo Varela, al presidente le llamó la atención que estuviera allí.
—¿Quién es este flacucho? ¿Qué hace aquí? —preguntó el presidente dirigiéndose a todo el mundo que se encontraba allí
—Se enteró de las identidades de todos los elegidos y nos amenazó con contarlas si no le traíamos y se unía al equipo.—respondió uno de los presentes.
Entonces el presidente sacó una pistola.
—Por favor, señor no me mate, sólo quiero pertenecer al grupo, no pretendo hacer nada malo —respondía mientras levantaba las manos—. Si me llevan de nuevo a la cárcel, no le diré a nadie de los que están aquí, se lo prometo.
Entonces el presidente mencionó que le hacía un favor, tenía mucha tensión guardada de los últimos años y apretó el gatillo. Le había volado los sesos a Hugo, entonces nos dimos cuenta de que esto iba en serio.
Así es, no era yo. No creáis que voy a revelar quién soy, como ya dije en el prólogo, pertenezco al cuerpo de los Asesinos no muertos, pero me dirigiré a todos en tercera persona, incluido yo, no quiero que alguien venga a por mí en concreto sin haber pasado primero por mis compañeros, o que vaya a ir después a por ellos. Al menos por los que quedan...
A la mayoría nos hizo gracia ver cómo un tío cualquiera salía tan rápido como entró a esta sala, aunque no salió por sus propios medios. Se oyó alguna risa, no recuerdo exactamente quién fue, probablemente haya sido Wolfyx, su risa es bastante contagiosa.
Después de todo el numerito supimos que, o hacíamos lo que nos mandaran, o acabaríamos como Hugo, con los sesos repartidos por todo el lugar. O al menos eso creíamos cuando en un momento dado Marcos empezó a gritar sin control. ¿Qué le pasaría a ese loco?
—¡Se lo ha cargado! Otro más —gritaba aquel desquiciado—. ¿Puedes matar a otro? —continuaba mientras se echaba a reír— Me encanta ver muertos.
—¿Está loco? —le dijo Jaime, desesperado— no entiendo qué vergas es esto, pero lo que sé es que ahora somos compañeros, aliados, ¿pretendes que muramos todos antes de empezar a hacer nada? No sé ustedes, pero a mí sí me espera alguien en casa. Es importante para mí el salir con vida de esta.
—Él está en lo cierto —dijo alguien con la voz seria, todos giramos la cabeza y vimos a un hombre trajeado, con barba de unos siete días, con pelo rubio, teñido de blanco, despeinado y de ojos azules—. A partir de ahora todos trabajaréis unidos, como un equipo. Queremos disminuir la sobrepoblación, si matáis menores de edad, estáis muertos, si matáis a un compañero, estáis muertos, si matáis a alguien importante, sea un famoso o político...
—A que adivino, estamos muertos —dijo Yūshō, vacilante. Estaba claro que es de ascendencia japonesa, pero no se notaba ningún acento—. Lo hemos pillado. Así que, ¿tú quién coño eres?
—Aún no he terminado, chulito —le respondió cabreado—. Una última norma, si no cumplís lo que os ordeno o me contestáis de una manera similar a la de vuestro amiguito, estáis muertos. ¿Os queda claro, escoria?
—Sí... —respondimos todos, menos Yūshō y Marcos, que parecían seguir a lo suyo.
—Ahora sí, a tu pregunta —continuó aquel hombre—, mi nombre es Pelayo, Pelayo Fernández. Soy a quien le asignaron dirigir esta mierda de equipo. Dirigiros a mí como jefe, no hay otra opción.
—Si te llamamos de otra forma —interrumpió Alfonso—, ¿estamos muertos?
—¿Acaso quieres comprobarlo —preguntó Pelayo—, barrendero de pacotilla?
—No, perdone jefe.
—Así me gusta, sumisión. Chavales, seguid los pasos de este y os irá bien por aquí —terminaba Pelayo—. Ahora os soltaremos, podréis moveros libremente por el interior de las instalaciones. Recordad las normas y nadie saldrá perjudicado, os aviso que hay cámaras en este sitio.
El presidente miró a todos por encima de los hombros, le habló a Pelayo y ordenó a los guardas que nos quitaran las esposas. Tan pronto como lo hicieron, Marcos soltó una risa y gritó.
—¡Libre!
—No, grandullón —dijo Lucas, recogiendo su cetro y acariciando a su cuervo—. Pero pronto...
Todos nos fuimos a recorrer las instalaciones en grupo mientras nos presentábamos, fue el primer momento agradable tras el infierno de las cárceles de nuestro tiempo.
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Los asesinos no muertos
Science FictionSe ha encontrado la forma de volver inmortales a las personas, pero esto provoca una sobrepoblación. Los gobiernos toman la iniciativa de contratar mercenarios para disminuir el crecimiento de la población.