Cuando olí la sangre dentro de él,
por un embriagador instante, solo sentí amor;
un amor que borro todo recuerdo
de los horrores que me habían deformado.
-Lestat el vampiro-
Anne Rice
Cuerpos semidesnudos.
Son cuatro los cuerpos con poca ropa que se mueven entre los matorrales que tengo a un metro de mí.
A la distancia puedo divisar otra aglomeración de extremidades, sudor y jadeos entre la oscuridad. Mi mirada se posa sobre el cuarteto más próximo a mí: las camisas y playeras puestas, empapadas por el sudor; los pantalones y shorts en las rodillas, con las hebillas de los cintos tintineando; y los boxers, trusas y jockstrap en su lugar, sin moverse. Facilidad para correr. Los gemidos se escapan de las bocas. Gemidos ahogados que se atascan en las gargantas. El silencio es fundamental en este tipo de actos.
Uno de los chicos se separa del grupo y se acerca a mí, con su pene erecto entre sus manos juguetonas, invitándome a probarlo. Es difícil para él caminar hacia mí porque aún tiene los pantalones en las rodillas. Pasos de pingüino. Yo solo dibujo una sonrisa en mis labios.
Realmente fue idea de Armando esto de venir a las afueras de la ciudad. Después de tantas preguntas discretas e indicaciones susurradas en el oído dimos con el lugar donde los hombres homosexuales y bisexuales de la ciudad que aún están en el closet, y aquellos que gustan de las emociones fuertes, usan para hacer cruising. Una fila de autos a la orilla de la carretera, junto a un arroyo con poca agua, nos dio la bienvenida al lugar. Tuvimos que caminar monte adentro por unos 30 minutos para escuchar los primeros gemidos. Lo único que usábamos para iluminar nuestro camino eran las lámparas de nuestros celulares; cuando llegamos una voz nos gritó que las apagáramos.
Sí, sin duda alguna habíamos llegado al lugar correcto.
Me alejo del chavo-pingüino y escucho a mis espaldas un vete a la mierda, ni que estuvieras tan bueno. Me gusta ver, pero no participar en este tipo de orgias a ciegas. Es como uno de esos cuartos oscuros que hay en algunos antros, pero al aire libre y con la posibilidad de acabar en la comisaria pagando una multa con un dinero que tal vez se pudo invertir en rentar un motel.
Estoy por decirle algo a Armando pero ya no está a mi lado. Mierda, no debí dejarme convencer, es lo único que pienso mientras busco entre los matorrales a mi acompañante. Mis ojos poco a poco se acostumbran a la oscuridad y ya no es necesaria la luz de la lámpara de mi celular para buscarlo. Así me ahorro las mentadas de madre.
Parejas, tríos, cuartetos y orgias. Manos que se manosean en un frenesí, parece que las tuvieron atadas por mucho tiempo y ahora es el momento de libertad que tanto estaban esperando. Voces que susurran "más despacio", "no te detengas", "me voy a venir". Es un festín de placer. Aunque estamos en un espacio abierto puedo sentir el sexo en el aire. Ya sabes, ese calor y humedad que sientes cuando entrar a un cuarto donde hasta hace unos minutos una pareja estaba teniendo intimidad. Me detengo cuando mis botas pisan algo que no se siente como tierra ni pasto. Plástico pegajoso. Un condón. Al menos están siendo responsables, me digo y prosigo con mi búsqueda. Quiero irme de aquí lo más rápido posible.
— Vete a la verga, wey. Déjame respirar un poco; me estoy ahogando —escucho la voz enojada de Armando.
— Si lo vuelves a hacer te la dejo de chupar, o peor, te la muerdo, así que más vale que te controles —. Genial, él no tuvo problemas con unirse a la diversión.
Me alejo despacio del lugar donde están para no arruinarle la noche. Implorando para mis adentros que tenga un poco de autocontrol y no arruine nuestra vida en esta ciudad por una noche de sangre caliente.
Decido caminar al lugar donde dejamos el auto y esperarlo ahí.
Busco en la bolsa de mi chaqueta de cuero la cajetilla de mis cigarros. Sólo queda uno. Me prometo que voy a dejar de fumar; esta cajetilla la compré hace apenas dos días y ya no tengo. Saco la caja de cerillos de la bolsa izquierda delantera de mi pantalón. Sé que soy un anticuado pero el cigarro encendido con cerillos tiene un olor y sabor diferente, uno que disfruto más que el dado por un encendedor. Siento a alguien chocar contra mí y el cigarro cae de mis labios.
Ni una calada bien dada le pude dar.
— Discúlpame, de verdad. No te vi —. Es una voz dulce, una voz angelical. El enojo que sentí hace un momento se desvanece al escuchar el timbre de voz de ese muchacho. La noche se ha vuelto más oscura que me es difícil ver el rostro de aquella voz tan cautivadora. También influye mucho el hecho que al pedirme disculpas sale corriendo.
— Mierda —, es lo único que le escucho decir mientras se aleja como alma que persigue el diablo.
De un matorral sale un hombre corriendo hacia mi dirección.
— Más te vale que no te vuelva a ver por aquí y si te topo por la calle te voy a madrear, pinche morro enfermo —. El señor, porque no es para nada joven, pasa enfrente de mí y a pesar de la densa oscuridad puedo ver en su cuello rastros de sangre.
Él se lleva su mano izquierda a la herida y se aleja de mí.
Yo, por mi parte, quedo aún más intrigado por aquel extraño que se ha chocado conmigo.
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La Razón Para Matar es la Sangre
VampireLa vida de Luis esta a punto de dar un giro de 180 grados. Ha decidido dar un gran salto en su vida: dejar la Ciudad de México y radicar en la Ciudad de Monterrey. Dejando atrás a todas las personas que alguna vez le importaron. A veces para avanzar...