IV

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Al despertarte tus orbitas oculares deambulan por toda la habitación, parece que se te ha perdido algo. Te observo con la esperanza de que me penetres con tu mirada, pero hoy de nuevo soy invisible.

Te levantas de súbito y comienzas a hacer un desastre por toda la casa. Te lavas los dientes, la cara. Te desvistes y te vuelves a vestir, pero con una prenda más fúnebre, más apta para una salida. Frente al espejo te acicalas apresurada. Te veo y recuerdo porque no puedo evitar amarte.

Te pones tus zapatos y echas objetos al azar a tu morralito. No puedo creer que vayas a irte sin despedirte de mí, que me estés evitando de esta manera. Me dirijo a la puerta para impedir tu partida, para que finalmente hablemos, para decirte que lo siento.

Caminas acuciada hacia la entrada, cada vez te acercas más a mí, pero parece que no me ves; hasta que te aproximas lo suficiente y hacemos contacto visual por primera vez en días. Miro tu cara desfigurarse del horror. Me asusto. Das un paso atrás. No entiendo que está sucediendo. Caminas hasta la sala, agarras el teléfono y te desmayas. 

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