Me asomo a la ventana de mi castillo de naipes y ahí estás tú, sentada a los pies de un abedul, dormitando. Pasaría horas y horas observándote, sin comer ni beber, pues no necesito salir de esta fortaleza si desde aquí puedo contemplarte. Pero de repente el cielo se nubla y comienza a llover, y tú te vas. En ese momento mi castillo de naipes se desmorona, y yo no puedo salir de él.